En México, la prostitución del estado de derecho y el peligro que representa carecer de acceso a la justicia no nacieron con el fallo del tribunal electoral que validó la elección presidencial. El fiasco electoral, la imposición de Peña Nieto y el retorno del PRI muestran, en todo caso, la predominancia de un ethos colectivo sustentado en la ilegalidad, espejismos patrioteros, entrega del país a poderes fácticos y la endémica tolerancia a la corrupción y la impunidad. Es la persistencia de una podredumbre social casi antinatura por su capacidad de crecer. Todo lo que se quiera argumentar en contra aterriza en el absurdo y la mentira. Más allá de lo que digan los magistrados del tribunal, definidos por González Schmal como farsantes de toga, lo cierto es el daño mayúsculo al país, profundizado con la patológica postura de Calderón y sus inmorales mensajes ajenos a este planeta. Lo que menos importa en el México actual es la verdad, reducida a un asunto de dominación mediática y publicitaria. En ello no existe diferencia partidista: el PAN, el PRI y un sector engangrenado del PRD atesoran un historial de mendacidad y corrupción que en buena medida explican la situación que nos tiene hundidos en una cloaca.