Durante décadas, diversas organizaciones y comunidades han estado denunciando los graves impactos ambientales y sociales de la industria minera. Junto a los cauces de los ríos del norte de Chile se ubican tanto pueblos y ciudades como también las grandes faenas extractivas. Sus desechos, que incluyen metales pesados como Arsénico, Mercurio, Cadmio, Plomo y Cobre, generan graves problemas de salud en la población. Estos tranques de relaves mineros se depositan «normalmente» en quebradas cercanas a pueblos y ciudades.
Cuando el martes 24 de Marzo comenzaron las lluvias que transformaron el Desierto de Atacama en un lodazal, el peor miedo de la población luego de los aludes era una catástrofe sanitaria debido a la contaminación acumulada durante décadas en los cientos de tranques dispersos por toda la región. En la quebrada del río Copiapó la situación es particularmente grave porque hay muchos relaves abandonados, con poca o nula información acerca de su estado, y que quedan sin siquiera un plan de cierre. El alcalde de Copiapó, Maglio Cicardini, confirmó que los vecinos están sintiendo picazones en su cuerpo y en los pies producto posiblemente de los metales pesados de los tranques de relaves abandonados junto a la capital regional de Atacama.(1)
Vecinos de Copiapó han comentado a través de Twitter (2) desde hace tres días que efectivamente habría contaminación procedente del relave Paipote. Relatan que sienten picazón de ojos, labios y pies. Otros manifiestan que están expuestos a aguas servidas, animales muertos y restos de relaves mineros. Hasta ahora, ha trascendido que el tranque Ojanco de propiedad de la minera alemana Sali Hochschild, abandonado en las cercanías de Copiapó, es el que presenta mayor riesgo para la población. En La Serena, existen denuncias de que los relaves de San Gregorio ya han contaminado el río Elqui con Arsénico, Cadmio y Mercurio, entre otros componentes a causa del arrastre masivo de relaves de la mina San Gerónimo.
En el informe de Sernageomin: Informe N°2, Por afectación de lluvias y aluviones en zona norte del país, se enumeran escuetamente los potenciales peligros asociados al colapso de tranques y relaves monitoreados de la región de Atacama, señalando que podría ocurrir un «colapso parcial por erosión fluvial del pie» en el caso de los Relaves Hoschild en Copiapó. En los ocho depósitos restantes reporta que podría desarrollarse un «colapso parcial» en los relaves: El Gato, Planta Matta-Enami, Tranque relave Candelaria, Tranque Mina Carola, Las Cruces (Pucobre), Depósitos de Llamas Caserones, Tranques Sector Tierra Amarilla y Tranque Relave Vallenar. El trabajo se ha enfocado en evaluar el rebalse de grandes relaves y la información ha provenido principalmente de las mismas mineras involucradas y sobrevuelos realizados por SERNAGEOMIN, sin embargo, el peligro generado por la escorrentía superficial que puedan desarrollar los relaves abandonados no ha sido mencionado y hasta que se analicen las aguas, no es posible dimensionar la magnitud del peligro desencadenado.
En Chile existen más de 600 tranques de relave catastrados, de los cuales 214 están activos, 244 inactivos y 143 no presentan información ya que se encuentran abandonados. Cabe destacar que en este contexto, el peligro asociado a la filtración de minerales y elementos hacia las napas subterráneas es constante, ya que casi ningún relave en Chile presenta mallas impermeabilizantes bajo las arenas compactadas en las que se construyen. En ese sentido, la actual situación de «normalidad» expuesta por las autoridades con respecto a los relaves, es la de una contaminación histórica que ha destinado territorios al sacrificio.
Zonas de sacrificio
Desde 1938 a 1970 Andes Cooper Mining Company, y desde 1971 a 1990 la estatal CODELCO arrojaron miles de toneladas de desechos tóxicos al río Salado, que desemboca en la bahía de Chañaral. El desastre equivale a a la descarga de un camión de diez toneladas de arena cada 25 segundos, más la evacuación de un camión aljibe de 10 mil litros de residuos líquidos cada 10 segundos por más de 50 años.(3) En Copiapó y Tierra Amarilla, la expansión minera cuenta con cerca de 300 proyectos, entre ellos: Caserones, Cerro Casales-Aldebarán, Maricunga y La Candelaria. En un radio de 10 kilómetros entre los poblados de Copiapó y Tierra Amarilla existe un centenar de relaves, de los cuales cerca de la mitad están abandonados. Estos relaves fueron arrastrados hacia la ciudad durante los aluviones. En la región de Coquimbo, los relaves de la quebrada «La Marquesa» también fueron arrastrados al río Elqui.
A pesar de la presión de organizaciones ambientales y de la propia población con respecto a los peligros del escurrimiento tóxico de relaves en condiciones «normales» y del altamente probable recrudecimiento de la situación durante eventos como terremotos y aluviones, las autoridades y el empresariado han desestimado reiteradamente todos los riesgos. Desde su perspectiva, las enormes ganancias del sector minero en Chile parecieran ser suficientes para determinar que parte de la población deba soportar cualquier consecuencia de este negocio.
La verdadera catástrofe es la normalidad capitalista
El Desierto de Atacama corresponde al desierto más árido del planeta, con precipitaciones en torno a los 4 mm/año. En sus quebradas, gran cantidad de sedimentos de origen aluvial registran una historia donde se reconocen eventos similares al ocurrido la semana pasada a escala de miles de años. La ausencia de vegetación genera laderas inestables donde el material puede ser fácilmente movilizado.
Sin embargo, la planificación urbana de las ciudades norteñas ha desestimado todo riesgo relativo a precipitaciones. Por una parte, la inmigración desde otras regiones geográficas en búsqueda de empleo en la minería, agroindustria y servicios ha conformado periferias con muy precarias condiciones. Barrios completos se han construido sobre lechos de ríos desecados. En el escenario inmediatista del mercado, es común que tanto la clase política, como la población -que imita la gestión del empresariado en el territorio- construyan casas e infraestructura pública en torno a zonas de peligro de aluviones.
Ante las catástrofes, es inevitable realizar un análisis de clase. Los más afectados serán siempre los más explotados. Las temporeras desaparecidas luego del alud que arrasó el campamento donde se encontraban encerradas por orden de sus patrones, no hubiesen muerto de no existir una relación social que las obligue a vender su fuerza de trabajo en la agroindustria bajo condiciones laborales deplorables. En tiempos de catástrofe, todos estos conflictos subyacentes se visibilizan. Mientras los pobres son quienes sin duda viven con mayor dolor estos sucesos, el empresariado puede incluso ver en ellos una buena oportunidad para hacer negocios. Ya se ha denunciado que grandes cadenas de supermercados y otros especuladores han elevado el precio del agua potable y otros víveres (4), en una actitud recurrente en catástrofes anteriores como el 27F, y el terremoto de Abril de 2014. Por otra parte, las cadenas de retail que ya están involucradas en las campañas de ayuda, seguramente serán protagonistas en la venta de materiales para la reconstrucción, sobre la misma, no cabe duda que los inversionistas y especuladores ya imaginan cómo subirán las acciones de constructoras e inmobiliarias.
¿Posibles evidencias de cambio climático?
Cada verano, en la zona, se registran monzones amazónicos que determinan eventos de lluvias en la Cordillera de Los Andes y la meseta altiplánica. En esta ocasión, un núcleo de aire frío en altura procedente de un sistema frontal se enfrentó con masas de aire cálido desde la cuenca amazónica. Esta singular combinación provocó intensas lluvias (20 mm en 24 horas) en alturas donde típicamente cae nieve, desencadenando escurrimientos superficiales de flujos de detrito y barro desde la Cordillera hasta el mar.
Eventos aluvionales anteriores en el norte de Chile han sido registrados al menos siete veces en el siglo pasado, pero a diferencia del fenómeno reciente, la mayor parte de ellos corresponde únicamente al desarrollo de sistemas frontales proventientes del sur. Esta particularidad permite esgrimir la tesis de un desequilibrio climático a una escala mayor (calentamiento global), la cual se corresponde con el aumento de las emisiones de carbono por el complejo minero-urbano-agroindustrial y militar global. Ante este escenario, el discurso de la clase político-empresarial, lejos de buscar soluciones reales, insistirá en que la población acepte las nuevas medidas que ellos diseñarán para continuar en su lugar privilegiado en el nuevo escenario climático.
Reconstrucción y resultados de análisis de metales pesados
Mientras la población comienza la reconstrucción de sus pueblos y ciudades en medio de problemas sanitarios asociados a la basura, las ratas y el barro de las aguas servidas, la incertidumbre por la contaminación de los relaves mineros aumenta. El subsecretario de Salud Pública, Jaime Burrows, anunció que el Gobierno invirtió 200 millones de pesos en ocho equipos tecnológicos que escanearán muestras de tierra y agua para determinar la presencia de elementos contaminantes. Los resultados se entregarían durante esta semana. Hay que estar muy atentos a cómo se realizan estos estudios. Tanto la industria minera como el Estado, de determinarse su responsabilidad, deberán hacerse cargo de los impactos a la salud de la población y pagar las consecuencias de décadas de envenenamiento progresivo en los territorios que soportan esta nociva actividad minera.
Otros apuntes de la catástrofe
Somos conscientes que diversos territorios en nuestro país se encuentran susceptibles a múltiples peligros geológicos (erupciones volcánicas, remociones en masa, terremotos, maremotos, etc). Sin embargo, el producto cultural -no natural- de que grandes barrios y ciudades en el norte hoy estén destruidos y contaminados está relacionado con la específica forma en que se estructura nuestra sociedad. La actividad de la maquinaria minero-industrial, la priorización del comercio y el tránsito de mercancías por sobre las necesidades humanas reales y la modificación física del territorio para dinamizar estos procesos, ponen en peligro constante a la población, y ese peligro se incrementa cuando se manifiestan estos eventos naturales. El aparato centralizado del Estado y las relaciones sociales mercantiles, despojan a la población de su capacidad natural para hacer frente a cualquier tipo de cambio considerado normal en su ambiente. La tecnologización constante de las funciones humanas, de los pensamientos y las emociones, la dependencia absoluta al sistema comercial-especulativo y su evolución hacia abstracciones técnicas cada vez más complejas, se han propuesto erradicar todo aquel modo de vida que mantenga relaciones no mercantiles con su territorio. Y debido a esto, la capacidad de la población para sobrevivir a un evento imprevisto, o de desarrollarse de forma autónoma fuera de los frágiles circuitos de mercancías de las sociedades actuales disminuye notoriamente. La tendencia actual de respuesta a eventos de este tipo no es muy alentadora para el futuro. Durante el desarrollo del sistema capitalista se ha incrementado drásticamente la población global. De esta manera, es seguro que cada vez será mayor la cantidad de víctimas fatales de forma directa e indirecta por el colapso de los frágiles sistemas que soportan actualmente la vida humana (agua potable, electricidad, suministro alimentario, etc.). Por el contrario de lo que se propugna, conforme avanza el progreso de la sociedad capitalista, la población mundial se encuentra más indefensa y desprovista ante una naturaleza que ha sido separada drásticamente de su realidad inmediata.
(1) Confirman colapso de tranque de relaves minero en Copiapó. http://www.semillasdeagua.cl/confirman-colapso-de-tranque-de-relaves-minero-en-copiapo/
(2) https://twitter.com/inter770/status/581662799853682688
(3) Justicia ambiental y gran minería. La discriminación de las comunidades. OLCA.
(4) En la tragedia del norte el Chile neoliberal mostró su repugnante rostro: desenfrenada especulación con precios de productos básicos. Diario Red Digital.cl