Cuando hace cuatro años un grupo de indígenas huicholes mexicanos pidió al cineasta argentino Hernán Vilchez que contara su historia, no intuía que se encontraría con una de las culturas más ricas de Latinoamérica y que formaría parte de la lucha por salvar el territorio sagrado de Wirikuta.
«Con el paso del tiempo me di cuenta cada vez más de la importancia de este lugar sagrado y del valor de este pueblo», dijo el argentino en una entrevista con Efe.
«Sabía que era emblemático, por todo el tema de su vestimenta, porque consumen peyote (…). Tienen una gran mística atrás, pero me di cuenta de que son muy inteligentes, muy sensitivos», comentó.
La cinta «Huicholes, los últimos guardianes del peyote» es el resultado de su convivencia con la familia Ramírez y su participación en la tradicional peregrinación que realizan cada año a Wirikuta, una zona amenazada por los intereses de mineras canadienses.
En el año 2010 el Gobierno mexicano otorgó concesiones a varias compañías para explotar esta área, una reserva natural de 140.000 hectáreas de desierto y sierra ubicada en el central estado mexicano de San Luis Potosí, rica en oro, plata y otros minerales.
Desde entonces, numerosos ciudadanos se implicaron en una lucha por defender esta zona a la que peregrinan cada año los indígenas de la etnia huichol o wixárica, que en México son unos 70.000 y están dispersos en los estados de Nayarit, Durango y Jalisco.
Es una lucha que logró que un tribunal federal suspendiera -que no cancelara- las licencias de explotación hasta que se resuelva el amparo interpuesto por el pueblo.
Entre los rituales que realizan en Wirikuta, los indígenas piden que llueva y fructifiquen sus cosechas -ya que la mayoría son agricultores-, se conectan con sus ancestros gracias a una planta cactácea con propiedades alucinógenas llamada peyote, y recogen agua con la que bañarán a sus hijos para que tengan buena salud.
«Ellos mantienen su cultura gracias al peyote, que los libera de todos los velos, y eso sólo crece en ese lugar. Si desaparece, desaparece su cultura», explicó el cineasta.
En la película participan numerosos científicos, artistas, activistas, vecinos de la zona e incluso los propios dueños de las minas, quienes aseguran que sus métodos son limpios y que tomarán las medidas para no contaminar y para beneficiar a los pobladores con trabajo e infraestructura.
«Lo que nosotros intentamos con la película es poder presentar de la manera más seria y respetuosa todos esos temas y hacerlo con un cierto nivel de profundidad», explicó a Efe la productora Paola Stefani.
El asunto de Wirikuta, dijo, es «muy complicado de entender» porque confluyen diversos asuntos como biodiversidad, economía, espiritualidad, derechos indígenas, tradiciones y medio ambiente.
Pero más allá del conflicto en sí, la pregunta fundamental que te deja la película es sobre «qué estamos haciendo todos nosotros para cuidar la tierra en la que vivimos», apuntó Stefani.
«Cada quien tiene que poder responder a esa pregunta, y no sólo (sobre la relación) con la naturaleza, sino con los demás, con los que son diferentes a nosotros», añadió.
José Catira fue uno de los indígenas que pidieron a Vilchez contar su historia y, según explicó a Efe, en sus tierras sagradas no necesitan la minería y piensan seguir luchando para protegerlas.
«Allí aprendí muchas cosas (…). Por eso la defiendo, porque me alimento de la tierra, me da la vida. El agua, la tierra, la naturaleza; eso es lo importante», indicó.
Esta lucha es «un balde de agua fría» que nos hace «parar un poco la velocidad de nuestro mundo loco» para que «nos demos cuenta de que tenemos que cambiar algo en nuestra sociedad», dijo Vilchez.
«Más allá del conflicto puntual, ese es el mensaje para todos: que necesitamos empezar a conectar con el espíritu (…), con la tierra, con lo más básico», destacó.
La película se filmó de manera independiente y así será distribuida, de modo que el estreno será el próximo 17 de mayo en Real de Catorce, municipio ubicado en Wirikuta.
Después se efectuarán cuatro funciones públicas en otros pueblos de la zona, así como en la ciudad de Guadalajara, capital de Jalisco, y en la capital mexicana.