En lo más recóndito del departamento de Cabañas, un cantón se aterroriza. Poco más de 100 familias vieron el año pasado lo que nunca habían visto. Seis de los suyos fueron masacrados a quemarropa. Entre asesinatos, un suicidio y amenazas, el cantón se ha divido. Unos dicen que los crímenes son conspiración de una empresa minera. Otros aseguran que es resultado de las desavenencias entre habitantes del mismo cantón. Este es el hoy de una comunidad rural que pensó en el oro, pero perdió la paz.
Escrito por Un reportaje de Carlos Chávez
Domingo, 31 enero 2010 00:00
Trinidad es un cantón vuelto al revés. Cuando el polvo blanco de uno de sus caminos se levanta, sus pobladores descartan que sea un burro que galopa desbocado el que lo atraviesa. Creen que es una patrulla policial.
Hasta hace menos de cuatro años, a los trinitecos les tenía sin cuidado saber en dónde estaban parados. Sabían lo básico: que vivían en el solitario y empobrecido norte del departamento de Cabañas donde los cerros son tan áridos como una tusa y el embalse 5 de Noviembre parece un distante oasis. Todo cambió desde que dijeron que debajo de Trinidad había oro. Algo que algunos desean ver y otros no. Lo único que ha brillado todo este tiempo han sido los ojos de los que sienten miedo.
“¡Hola! Mirá, fijate que dicen que un día de estos te vas a morir cueteado… Bueno, solo eso quería decirte, salú vecino”, “ ¡Hey, dicen que por andar en contra de la minería te vas a morir! ¡Reflexioná!” y “Por’ái andan diciendo que te tienen vigiado, hijueputa”. Son algunos de los saludos que los trinitecos se hicieron durante 2009. Un año tan inusitado por sus saludos, como por el número de trinitecos que fueron masacrados: seis.
El último homicidio, que en realidad resultó doble, fue disparado el 26 de diciembre. Esto, a pesar de que el cantón estaba casi tan custodiado de policías como lo debe estar en estos momentos. A luz de día, los lugareños escucharon y vieron lo que para muchos fue el colmo. Bajo la raquítica sombra de un guarumo, yacía el cuerpo acribillado de una delgada campesina de 30 años, llamada Dora Alicia Sorto. Estaba embarazada de un niño de ocho meses, al que llamaría Emmanuel. Junto a Dora quedó un guacal repleto de ropa recién lavada. Y el llanto entrecortado de uno de sus seis hijos. Uno de dos años, ensopado en la sangre de su progenitora.
A solo días de la tragedia, en Trinidad recuerdan a Dora de dos formas: como mujer tranquila y como inquieta medioambientalista igual que su compañero de vida, Santos Rodríguez. Dicen que ambos siempre se opusieron a la minería metálica. La que desde 2006 dio inicio para Trinidad, y otros puntos del departamento de Cabañas, Santa Ana y Chalatenango. La empresa que quiso explotar, la existencia de oro y plata fue la Pacific Rim, de capital canadiense. La cual tuvo que detener sus operaciones en 2008, cuando el Gobierno vetó el permiso.
Las dos visiones que un mismo cantón tiene de Dora Alicia, hablan de lo que a diario se vive acá. Donde Menjívar es el apellido de una familia que está en supuesta pugna con los que se consideran antiminería metálica. Donde todo mundo parece medir lo que habla. Y cuando sienten confianza de hablar, pareciera que es una última catarsis, con lágrima contenida. Trinidad es un cantón donde niños y ancianos deben caminar en pareja o en grupo. Donde todo mundo parece que ha aprendido a ver sobre el hombro, para asegurarse de que nadie acecha.
Nadie sabe decir desde cuándo la candidez rural de Trinidad se degeneró en retorcida tragedia. En un pequeño gran infierno, digno del guión de una película del estadounidense Clint Eastwood. Lo cierto es que antes de que el año 2009 fuera manchado aquí con seis asesinatos, venía cuajándose una polarización.
En 2006, cuando Pacific Rim buscaba comprar terrenos en Trinidad, brotó el caso de una señora llamada Licidia Velásquez, de 63 años. Un grupo de empleados de la minera llegó a su casa a pedirle autorización para ver sus terrenos y ella entró en estado catatónico. Durante varios días perdió el habla por los nervios. Y a partir de eso, se vedó temporalmente la llegada de la Pacific Rim al cantón.
Posterior al caso de Licidia y antes de los seis asesinatos, hubo un suicidio el 10 de junio de 2008. José Dolores, de 18 años, decidió morir en su propia casa, ubicada en una especie de vecindario rural donde solo hay hogares desmembrados por la violencia de los últimos meses. La casa de José dista a solo 100 metros al sur de la vivienda –hoy abandonada– de Dora Alicia Sorto; a unos 100 metros al norte, de donde ella fue acribillada. Y a otros 100 metros al oriente, de donde vivía Ramiro Rivera, un segundo medioambientalista, asesinado seis días antes que Dora.
En el umbral de la casa donde vivió José, aparece la figura de María Velasco, la madre de 61 años. Es una señora jorobada, de ojos celestes de ceguera y seis dientes con destellos de oro. Apoyada en un garrote que le sirve de bastón, explica que José ingirió a voluntad Gramonson (un insecticida) porque era un “bolo problemático” al que en una ocasión tuvo que echar de la casa. Con expresión endurecida, recuerda que José se unió a los opositores de la minería, y que Dora, la medioambientalista asesinada, llegó una vez a su casa para ufanarse de que su hijo era su aliado.
María dice que es una injuria que ella –junto a otros familiares– hostigara a José por sus ideales medioambientalistas. Lo que para muchos en Trinidad fue lo que propició el suicidio. María mueve el rostro de derecha a izquierda, dice que no defiende, ni apoya a la minería. Pero “es mentira que la minería contamine, porque los de la Pacific Rim estuvieron trabajando en un cerro, y el agua del río siempre bajó limpita”.
La minera canadiense inició trabajos de exploración de oro y plata, en forma de agujeros profundos para muestreo de suelo, con una circunferencia similar a la de una anona. Pero dado el “impasse” gubernamental, se detuvo el inicio del proceso de extracción de oro y plata dispersos en la roca, lo que sí requiere del empleo de químicos y agua.
Trinidad carece de un núcleo apretado de casas. Lo que hay son poco más de 100 familias, que viven dispersas, separadas entre sí por yermas parcelas de verano.
Pero lo que separa a los trinitecos va más allá de las parcelas. Son sus credos: apoyar, o no apoyar a la minería; con la exacerbación política de que aquí se considera que los primeros simpatizan con ARENA, y los segundos con el FMLN. Ellos mismos empiezan a ver a su cantón como un 2 en 1. El lado sureño del cantón, donde residían Dora y Ramiro, se ha convertido en el sector de los detractores de la minería, los medioambientalistas. La ermita también quedó de este lado. La misma donde solía predicar tranquilo, y comentar su oposición a la minería, el sacerdote Luis Marroquín. Hasta que en una noche de julio del año pasado escapó por los montes, luego de que un grupo de encapuchados, con fusiles largos, interceptaran su vehículo con la voluntad expresa de asesinarle.
El lado norteño de Trinidad, donde vivía la familia Menjívar, es el sector de los denominados “mineros”. La polvorienta calle principal del cantón, la que conecta a Ilobasco con Sensuntepeque, sirve aquí de algo así como de línea fronteriza. Algunos dicen que son tan radicalmente opuestos, que si uno visita el sector contrario, va a riesgo de ser víctima del escarnio, o solo Dios sabrá qué cosa en el futuro.
En el lado norte, vive Ovidio Rivera, quien se supone que en el pasado arengaba gente para apoyar a Pacific Rim. Para visitar a Ovidio, hay que caminar por el mismo desolado y asoleado camino donde fueron asesinados el año pasado los esposos Horacio y Esperanza Menjívar. De hecho, hay que pasar frente al enorme caserón de color piscina donde solían residir, y que hoy es habitado por un vigilante y cinco enfurecidos perros, dos de raza pastor alemán, cuyos ladridos matan el silencio sobrecogedor del lugar.
Frente a la casa de los Menjívar, y a mitad de un cerro deforestado, está el hogar de Ovidio Rivera. Es un tipo delgado de 60 años que con ojos amarillos, pero redondos de sorpresa y con tez pálida, pregunta qué hace uno aquí. Con la camisa a medio abotonar, asegura que él jamás ha trabajado para la minera. Que siempre ha vivido de cosechar maíz y maicillo. Y que los del lado sur lo consideran “minero”, solo porque nunca quiso unírseles. “La violencia es la ley de Trinidad. Aquí no hay moral, ni ética. Aquí el que no quiere apoyar la minería se le considera enemigo” —comenta Ovidio, quien se declara “neutral”, comenta.
Ovidio resume que el odio entre trinitecos ha llegado a tanto, que incluso inventan que él es un promotor de la Pacific Rim, “En 60 años que tengo de vida, jamás había visto tanta violencia y miedo, ni siquiera durante la guerra. Aquí todo mundo empieza a sospechar del otro y sin razones”.
Para Ovidio las cosas llevan ratos fuera de control. Dice que lleva tres años escuchando y viendo de todo. Que en 2007 supo de 15 opositores de la minería, que a pedradas y empellones impidieron que la Pacific Rim llevara a cabo una brigada oftalmológica. Y que en 2008, se enteró de que una manifestación de más de 100 personas terminó incendiando una bodega de la Pacific Rim con más de $30,000 en equipo. Incluso ha llegado a sus oídos que su vida corre riesgo, “lo más chistoso, es que por mí que la Pacific Rim se vaya de aquí, porque estoy seguro de que uno de salvadoreño no podría ir a Canadá o Estados Unidos a hacer lo mismo. Además la Pacific Rim cuando empezó a hacer pozos casi no empleó a gente de Trinidad, sino del caserío El Limón”.
El Limón es un caserío que dista a dos o tres kilómetros al sur de Trinidad. Está escondido en un mar de agrestes cerros que colindan con el terreno –cercado– que compró la Pacific Rim hace más de cinco años, y que hoy tiene nula actividad.
A diferencia de los trinitecos, los del Limón lucen menos tensos. No hay numerosos policías vigilando. Y medio mundo parece platicar con sosiego y risas frente a la calle principal, rodeados por una iglesia sin pintar, una tienda que solo exhibe tres tiras de churros y una pulcra escuela pública de cuatro aulas que exhibe un rótulo metálico que reza: “Escuela El Limón. Pacific Rim invirtió $22,000”. Justo debajo de una leyenda que dice “ambientalmente responsables”, se adivina el orificio oxidado de un balazo.
El rótulo está frente a la única tienda. Donde una muchedumbre de lugareños busca sombra. Casi al unísono, todos empiezan a platicar. A asegurar que el balazo lo pegó alguien de Trinidad, durante una manifestación en contra de la minería. Berta Guardado, la sexagenaria dueña de la tienda pide notar que en el cercano cantón Trinidad han sido acribilladas tanto personas que se declaran en contra, como a favor de la minería metálica.
—Me llama la atención que aquí en El Limón nadie ha sido amenazado de muerte. Aquí la mayoría estamos a favor de la minería, pero no hay problemas entre familias y vecinos. En Trinidad pagan a matones para arreglar malos entendidos que se han encendido más con el asunto del oro.
Al menos eso interpreta Berta, la señora de la tienda. Cuya hipótesis es compartida incluso por muchísimos habitantes de Trinidad, y de otros cantones vecinos como La Maraña y Guiscoyol. También algunos agentes policiales –de los que intentan custodiar la cotidiana polarización de Trinidad– estiman que existe tan alto grado de pugna entre ellos que han empezado a contratar sicarios, o pandilleros, del área de Ilobasco, para arreglar desavenencias, a cambio de unos $2,500 por la persona señalada.
Hasta el momento, la División Élite contra el Crimen Organizado (DECO) de la policía, ha capturado a uno de los sicarios. A un tal Santos Guerra. Se supone que él fue quien apretó el gatillo del primer asesinato en Trinidad, el de Horacio Menjívar, un latifundista local que en supuesto apoyaba la minería. Ese primer homicidio ocurrió durante el amanecer del 9 abril de 2009.
Según informes policiales, tras el crimen, algún miembro de la familia Menjívar buscó vengarse de Ramiro Rivera, el máximo líder medioambientalista de Trinidad, y quizá uno de los más destacados del departamento, quien fue vicepresidente del Comité Medioambiental de Cabañas. La supuesta revancha se consumó el pasado 20 de diciembre recién pasado. Justo cuando Ramiro trepaba con su pick up la última cuesta que asciende hasta Trinidad, fue alcanzado por varios tiros de cuatro sicarios. Unos que utilizaron fusiles M-16.
En la balacera, también fue asesinada una vecina que iba a bordo, y que era la encargada de decorar la ermita del cantón, Felicita Argueta, de 51 años. En la parte trasera del mismo vehículo, viajaba Santos Rodríguez, el compañero de vida de Dora Alicia. Rodríguez resultó herido, pero logró escapar de este segundo atentado contra su vida en un año. El primero ocurrió en abril, cuando Óscar Menjívar, quien antes fue su amigo, quiso machetearlo. Perdió tres dedos en esa ocasión.
Ramiro Rivera fue asesinado pese a que tenía escoltas. Dos agentes armados, pero vestidos de civil, de la División de Protección a Personalidades Importantes, que no pudieron repeler la emboscada. Antes, en agosto de 2009, Ramiro había sobrevivido a una primera venganza que lo dejó cojeando. Un sorpresivo baño de balas accionadas por dos atacantes, de los cuales Ramiro dijo solo haber reconocido a Óscar Menjívar. Uno de los hijos del finiquitado Horacio Menjívar, y que desde ese agosto guarda prisión en espera de que se emita una resolución procesal.
De vuelta al caserío El Limón, un grupo de jóvenes y no tan jóvenes, sentados en la tienda de Berta, empiezan a murmurar que Dora Alicia murió, junto a su bebé, por apoyar a su esposo. Se miran entre ellos, y cambian de tema. En tono más alto, platican que algunos de ellos fueron parte de los más de 100 empleados que una vez tuvo la Pacific Rim en El Limón. Que ganaban salarios mensuales de $140, y hasta $170 con horas extras. Salarios por acarrear cosas o construir bodegas o por pintar la escuela del rótulo baleado. Dicen que una casa de ladrillos de cemento y tejas fue contraída por un lugareño, luego de trabajar como albañil para la Pacific Rim.
Aseguran que a principios de 2008 fue suya la iniciativa recorrer los 150 kilómetros que separan a El Limón de la capitalina Plaza Barrios. Frente a la catedral metropolitana protestaron varios fines de semana en contra del entonces arzobispo capitalino, Fernando Sáenz Lacalle. El religioso había hecho pública su postura en contra de la minería metálica. Los jóvenes de la tienda decían que querían empleos.
Una joven prefiere comentar que en El Limón les gusta sintonizar el 91.1 FM, Radio Victoria. Una radioemisora comunitaria que es posible escuchar solo en la parte norte de Cabañas, dado que su base está en Victoria, el municipio más norteño y a mayor altitud del departamento. A diario, sus cuñas y programas radiofónicos reiteran su postura oficial de “no a la minería metálica”.
La misma joven limoneña dice que le encanta escuchar qué dice la radio, porque es chambrosa. Que en vez de informar, dicen cosas que nada que ver, “allí en la radio salen diciendo que ya hay casos en Trinidad de gente que pierde la piel por bañarse en ríos de cianuro, o que tienen los ojos inflamados y nada que ver. Si aquí solo pozos han cavado. Me da risa que los miércoles hasta tienen su programa sobre minería”, ríe.
La muchacha ve como malo que reiteren esa información, porque dice que muchos campesinos, que viven más aislados y “con menos educación” que ella, se dejan seducir por ese tipo de informaciones amañadas. Añade que le parece parcializado que Radio Victoria diga que en Trinidad han sido asesinados tres medioambientalistas, cuando también han sido acribilladas dos personas que simpatizan con la minería. Lo que la joven limoneña no dirá, pese a que la radio lo dice casi todo el tiempo al aire, es que siete de sus periodistas han sido amenazados por denunciar asuntos como la tortura y asesinato, en julio pasado, de Marcelo Rivera, un medioambientalista del municipio de San Isidro. En cuyo caso, la Policía no logra averiguar si tiene conexión con lo que sucede en Trinidad.
El 12 de enero de este año, el presidente Mauricio Funes tenía en su agenda una cita en la capital del departamento de Cabañas, Sensuntepeque. Fue la ciudad que él eligió para inaugurar el ciclo escolar 2010. Una ciudad donde el tema de la minería es ineludible.
Aquí, la oficina de representación de Pacific Rim funciona a menos de cinco cuadras de la oficina regional de la Mesa Nacional Frente a la Minería Metálica. Esta última recibió en noviembre, en Washington, el premio Letelier Moffit. Un galardón entregado anualmente por el estadounidense Instituto de Estudios Políticos a organizaciones del continente que destacan por defender los Derechos Humanos. En este caso por su lucha contra la explotación minera.
Una vez dio inicio el discurso del mandatario, en el galerón de una escuela, se presentaron más de 40 personas, que contrastaban con los sacos y tacones altos que allí había. Los que recién ingresaban llevaban sombreros que no podían disimular sus rostros constipados, mientras sostenían cartulinas con mensajes como: “Castigo a los asesinos materiales e intelectuales de los ambientalistas de Cabañas”, “Exigimos justicia ¡No más impunidad!” o “Fuera empresas mineras”.
Entre los que llevaban carteles, había líderes de la Mesa Nacional Frente a la Minería, como una humilde señora llamada Fidelina Morales, que con zapatos empolvados, y de manera silenciosa pedía en una extensa carta, con docenas de firmas, una profunda investigación por los asesinatos y las continuas amenazas a muerte que sufren los activistas medioambientales, como ella misma. Mauricio Funes les resumió: “Tengan por seguro que vamos a aclarar estas muertes. Y den por seguro que no permitiremos más muertes como resultado de la lucha ambientalista”.
Una joven periodista, con una camiseta arremangada de Radio Victoria, parecía insatisfecha con la respuesta presidencial. Ella y otros seis periodistas de la radio aseguraron que han estado recibiendo mensajes de correo electrónico como el de “Estás muerto, ya estás en la boca del lobo, maldito perro”; o llamadas a teléfonos celulares diciendo “Hoy ha sido Marcelo Rivera, mañana puedes ser tú, por estar en esa radio guerrillera”; aparecen notas debajo de las puertas: “Mucho te gusta hablar, maje, tené cuidado. Tú también estás en la lista. Mucho hablaste en San Isidro”. O esporádicas visitas de sujetos vestidos de negro que portan armas y que hasta caminan por los techos de los amenazados.
De esto, Mauricio Funes, y hasta la Procuraduría de los Derechos Humanos, tienen denuncias. Incluso, hace unos meses hubo una reunión en Casa Presidencial con miembros de la radio. Pero la periodista continuó con rostro de insatisfacción.
Justo antes de que Funes abandonara la escuela de Sensuntepeque, la joven le gritó, “¡Estás en Cabañas! ¿Y tú no vas a decir nada de la minería?”. Él pareció sorprendido, se empujó los lentes, y luego le aseguró que durante su quinquenio no habrá explotación minera. Que el gobierno se haría cargo de Santos Rodríguez, y de sus seis hijos, en San Salvador. Y que, pese a que todo el país vive inmerso en diferentes casos de violencia, le garantizaba indagar si la Policía está investigando y dando protección en el caso de Radio Victoria. Ella, la periodista; y él, el presidente, se retiraron con sus respectivos guardaespaldas.
Tras una llamada telefónica a las oficinas de Pacific Rim, sus representantes aceptaron de inmediato dar declaraciones sobre los sucesos en Cabañas.
La cita es un elegante hotel capitalino. Los entrevistados: el estadounidense William Gehlen, vicepresidente de exploraciones de Pacific Rim El Salvador; y la ingeniera química Ericka Colindres, vicepresidenta ejecutiva local. Ambos arrancan reiterando lo que la empresa publicó en un comunicado de prensa a inicios de enero. Que han sido blanco de falsas acusaciones hechas por distintas organizaciones, y ambientalistas como Ricardo Navarro, quien ha declarado que la empresa canadiense es la responsable moral de lo que sucede en Trinidad.
Tanto Ericka como Gehlen aclaran que ni el encarcelado Óscar Menjívar, ni ningún otro miembro de esa familia trabajó o tuvo relación con Pacific Rim. Que desconocen el porqué de tanta violencia.
—El cantón Trinidad ya era un sitio conflictivo desde antes que llegara Pacific Rim. Siempre han estado divididos.
Según ellos, durante los últimos cinco años, Pacific Rim ha encontrado mucha dificultad para trabajar en Trinidad, por la alergia que siente algunos hacia la minería metálica. Que escuchaban disparos cuando hacían visitas a los terrenos de la minera. O que de pronto aparecían campesinos, llevando garrotes, que rodeaban sus vehículos para amedrentarlos. Que todo eso impidió explorar el subsuelo de trinidad y que “ni siquiera estamos seguros de que ahí haya oro”.
Al preguntarles que porqué continúa funcionando su oficina en el país, pese a que el presidente Funes ya anunció que no habrá explotación minera durante su quinquenio, ellos responden que existen dos razones para no irse. Una, que el presidente Funes jamás ha podido comprobar o deslegitimar que sus procedimientos de extracción minera sean perjudiciales como aseguran los medioambientalistas. Y segundo, hay una demanda de $100 millones contra el Gobierno, interpuesta ante el Banco Mundial, luego de que el gobierno de Antonio Saca denegara en 2008 los permisos para continuar con la exploración minera, cuando la empresa canadiense ya había invertido más de $70 millones. El arbitraje está amparado en el Tratado de Libre Comercio. “Esperaremos”, dicen.
El 8 de enero, Trinidad se llenó de gente. Diversas instituciones sociales y religiosas organizaron una vigilia en solidaridad con las víctimas de esta comunidad. Para que todo mundo se desvelara, el número de policías que resguardaba el cantón se elevó a más de 40. Había música y pupusas. Extranjeros. Periodistas. Pancartas que pedían la expulsión de las mineras. Capitalinos vociferando que “los que mueren por la vida, no pueden llamarse muertos”. Foráneos, muchos; trinitecos pocos.
Mientras la luces artificiales y la música llenaban el centro Trinidad, el resto del cantón era engullido por la oscuridad. Los trinitecos hicieron poco caso del ruido del evento, en el que incluso anunciaron que tenían información de que los asesinos andaban entre ellos.
En muchos hogares empezaron a cerrar ventanas y puertas con doble tranca para intentar dormir. La casa de adobe donde vivía Dora lucía más abandonada y triste que nunca. Habitada únicamente por Canela, la famélica perrita que echada parece esperar a la familia a la que estaba acostumbrada. Trinidad parece ser sensata. Los foráneos son foráneos y se van. Ellos deben vivir y dormir aquí, con miedo.