23 Septiembre 2011
Por Natalia Orduz Salinas
OPINIÓNEn Perú, la aventura minera despegó el PIB, pero agota el único recurso no renovable imprescindible para la vida: el agua.
El nombre quechua de “laguna“, es “Cocha“. Como la cultura del maíz, es una de las huellas casi indelebles que los incas dejaron en el territorio que tocó su gran imperio. Nosotros tenemos el tautológico nombre de “Laguna de la Cocha“ para la hermosa laguna nariñense. En el norte de Perú había una laguna “Yanacocha“, en el departamento de Cajamarca, rodeada de redondos cerros, manantiales y campesinos.
La laguna hoy ya no existe. En su lugar, la mina de oro más grande de Suramérica. Los cerros resquebrajados y un enorme hueco. A su alrededor, desolación, al menos humana. No hay campesinos, no hay vacas, no hay ovejas. ¿Por qué? La empresa Yanacocha les compró la tierra, a alrededor de 150 soles (100.000 pesos) la hectárea y muchos de ellos se fueron a la ciudad de Cajamarca, en donde el servicio de agua es de tres horas diarias. Lo que más fluye en la región es la escasez de agua y el miedo a su agotamiento: Yanacocha pretende explotar el cerro Quilish, en donde nacen varios manantiales importantes. Las 247 lagunas del Alto Perú también están en riesgo.
Yanacocha es uno de los proyectos más importantes de la agresiva política minera que inició Perú, bajo Fujimori, en los años noventa y que le ha permitido a este país un crecimiento económico sostenido que lo hace líder en América Latina. Sin embargo, veinte años después de iniciado este proyecto, Cajamarca hace parte de las regiones más pobres del país.
Hualgayoc, una de sus provincias, es íntegramente una colcha de retazos de concesiones mineras. Las operaciones más recientes son de la surafricana Gold Fields, a menos de un kilómetro del distrito de Haulgayoc. Las detonaciones hacen temblar las casas y agrietar las paredes. El agua limpia natural se usa en la lixivación – uso de cianuro para separar el oro de la roca-. El pueblo no tiene una gota de agua de manantiales, pero tampoco tiene acueducto. Cisternas llegan todos los días a dejar algunos baldes en cada casa.
A unos veinte minutos del pueblito de Hualgayoc se llega al río muerto. Fluye agua por su lecho, pero agua anaranjada. Es el legado de empresas que ya se fueron. El río es una poderosa mezcla de metales pesados y es un afluente el Río Tingo, del cual dependen decenas de canales de riego para agricultura y para pastos de ganadería lechera, cuyos productos proveen también a Lima. La gente de la región teme la concentración de metales pesados en la sangre de sus hijos, que poco o nada ha sido estudiada por las autoridades públicas. Una escena descomunal cierra el panorama: un camión recoge el agua del río muerto y la vierte sobre el camino destapado para asentar el polvo.
Las minas consumen agua y generan un alto riesgo de contaminar las fuentes. El Estado peruano se lanzó a esta aventura sin ser consciente de los riesgos, por no decir que de manera temeraria. No discriminó suficientemente áreas para minería y áreas de conservación, no preparó autoridades ambientales competentes e independientes, ni a las autoridades locales, ni generó espacios adecuados de participación ciudadana.
Han pasado 20 años y Colombia aún está a tiempo de aprender. Hasta ahora, pareciera estar procediendo con poca responsabilidad: no hay una autoridad ambiental competente aún. La locomotora minera tomó impulso en ausencia de un Ministerio del Medio Ambiente y unas CAR incompetentes, y avanza en un proceso de renovación de todo el sistema ambiental colombiano. Los ciudadanos no conocemos aún cómo operará el nuevo sistema de entrega de licencias ambientales, porque poca publicidad tiene esta reforma y porque pocas invitaciones acepta el Viceministerio de Ambiente a diálogos con la sociedad civil sobre la materia.
Sin entrar a discutir si la minería es buena o mala, si nos va a sacar de la pobreza o nos va hundir más en ella, una persona de cualquier tendencia sí podría decir que se trata de una actividad altamente riesgosa. Lo que está en juego, entre otras cosas, es aquel recurso no renovable, que, a diferencia de todos los demás, es imprescindible para la vida misma: el agua. En Perú ya hay verdaderas catástrofes ambientales. ¿Está Colombia preparada para asumir y enfrentar este riesgo?
Natalia Orduz Salinas: Investigadora del Centro de Estudios de Derecho, Justicia y Sociedad (www.dejusticia.org)