Manos y voces de mujeres se ven y se escuchan en esta sierra norte oaxaqueña. Aquí está la mujer que borda blusas, la que hace chocolate y ate de membrillo, la que diseña piezas de madera y la que sirve de guía a los turistas que recorren el bosque y los arroyos de la zona.
Al tiempo que trabajan, las mujeres defienden sus parcelas y solares porque en este municipio serrano, ubicado a 70 kilómetros de la ciudad de Oaxaca –capital del estado del mismo nombre– aún permanece la sombra de las actividades mineras para extraer oro, plata, plomo y cobre que amenazaron con arrasar sus tierras.
Recordado por una tradición minera que data de 1775, desde hace una década “Capu” (“capulín” en nahuátl) es ejemplo de resistencia social, y por eso los movimientos contra el extractivismo eligen esta localidad para reunirse y replantear sus luchas.
Esa fue la razón por la que los pasados días 27 y 28 de octubre, la localidad fue sede del encuentro “Género y minería: defendiendo nuestros territorios con igualdad”, un diálogo que reunió a un centenar de activistas –más mujeres que varones– para averiguar los efectos de esta actividad entre la población.
Mujeres serranas
Aquí vive Elia Martínez Ramírez, coordinadora del proyecto Juguete Arte, una cooperativa de artesanías que empezó en 2011 y en la que hoy laboran seis personas. Para ella, tallar figuras en madera es también una forma de preservar la cultura.
Mientras recorre el museo donde se expone la reciente colección de figuras alusivas a la medicina tradicional, Elia explica qué es el “mal de ojo” y el “mal de aire”; cómo funcionan la partería y “el huesero”, y cómo los artesanos las representan con figuras de madera.
En su recorrido, la acompaña Areli Cosmes, presidenta del comité del museo, quien hace una pausa para explicar que en el pueblo todos los cargos directivos de comité son honorarios, y sólo quienes hacen un trabajo específico reciben un pago.
Esta forma de organización se afianzó entre 2005 y 2007 cuando la población decidió unirse para defender las tierras comunales amenazadas por la expansión de la compañía “Minera de la Natividad y Anexas”, ubicada a 10 minutos de la comunidad, que en ese entonces intentó extenderse e implantar un proyecto de minería a cielo abierto.
El objetivo era evitar que siguieran las largas jornadas para los varones a cambio de sueldos ínfimos en empleos que podían generar desde la ausencia paterna en los hogares, hasta enfermedades como la tuberculosis o cáncer de pulmón por la inhalación de polvo mineral.
Esa actividad también impactaba en la vida de las mujeres, pues al encargarse de las actividades en el hogar sumaban largas jornadas de trabajo en ausencia de sus compañeros varones; a lo que se sumó la contaminación del Río Grande, que da origen al Río Papaloapan que corre por Oaxaca y Veracruz.
Saúl Aquino, comisariado de Bienes Comunales de Capulálpam, dice que 200 años de minería no dejaron beneficios ni desarrollo, por ello y con la preocupación de conservar el medio ambiente que van a heredar a su descendencia, en 2005 el pueblo dijo “no” a la minería.
“No nos oponemos al desarrollo y a la inversión, pero tiene que ser amigable con el medio ambiente”, justifica.
Así, optaron por el desarrollo sustentable, el ecoturismo, las empresas comunitarias y el buen manejo del bosque y los manantiales.
Fue entonces que impulsaron la empresa de ecoturismo, la cooperativa de juguetes artesanales, el proyecto de educación ambiental para las escuelas, y la reforestación. Con orgullo, el comisariado dice que toda la población vive bien, no hay migración, hay servicios públicos y empleos.
De ahí que el mosaico de vidas en Capulálpam sea un referente de sustentabilidad. Por ejemplo, aquí una vez al mes los niños dejan los libros de lado y se avocan a la tarea de barrer las calles, cortar el pasto, limpiar las coladeras y recoger la basura, una costumbre desde 2008.
En ese año, la comunidad se convirtió en la primera localidad oaxaqueña en ser “Pueblo Mágico”, título que otorga la Secretaría de Turismo a lugares que destacan por su riqueza natural y cultural, cuenta Liana Sael López, joven de 27 años y asesora de la empresa local de ecoturismo.
También asesora del comisariado, “Lía” –como le dicen en el pueblo– trabaja en la educación ambiental con la niñez y en el proyecto de mujeres para que participen en la toma de decisiones, porque si bien están en algunos comités y funciones, no están en los espacios de debate y propuestas
Ellas son herederas de las luchas de abuelas como Teresa Ramírez, quien al hablar se atraganta contando, sin precisar fechas, que en aquellas noches y días de resistencia las mujeres estuvieron al frente, por eso llama a tener más eco en su pueblo y ser ejemplo para otros.
Suman voces
Animadas por la idea de participar en la defensa de su tierra y el territorio, mujeres de Tlapa y Carrizalillo en Guerrero; de Cuetzalan, Huehuetlán e Ixtacamaxtitlán, en Puebla; de Nonoalco y Malila, en Hidalgo; y de Tetlama, en Morelos, se reunieron en “Capu” para narrar sus experiencias.
El primer diagnóstico fue contundente: 31% del territorio mexicano está concesionado, la minería no es una actividad sustentable, genera enfermedades, aumenta delitos, y devasta el ambiente, según un análisis de la Red Mexicana de Afectados por la Minería (Rema).
En contraste, la Cámara Minera de México (Camimex) informa que esta actividad (presente en 28 de los 32 estados del país) es la que tiene mayor relación con comunidades y municipios, después de la agricultura, razón por la cual el sector implementa programas para fortalecer a estos pueblos.
Las empresas agremiadas a la Camimex manifiestan que es posible producir y mantener el equilibrio ecológico en forma simultánea, además se consideran impulsoras de la igualdad, ya que para 2014 el 10.3 % de la población ocupada en el sector minero eran mujeres.
Aun así, Silvia Villaseñor, integrante de la Rema, dice que según la revisión que han realizado en comunidades de México y las experiencias de países centroamericanos, esta actividad también tiene consecuencias políticas como la pérdida de soberanía, déficit democrático, criminalización y represión de la protesta social.
En este contexto de aparente derrota, cada vez hay más mujeres que participan en las iniciativas comunitarias para hacer frente a la devastación del medio ambiente, sin embargo aún son muy pocas.
La reunión en Capulálpam, auspiciada por la organización Mujer y Medio Ambiente y la Fundación Heinrich Böll Stiftung, se propuso sumar más voces femeninas a esta lucha, no sólo para que participen en las movilizaciones, sino también para que aporten su visión y expongan las diferencias de género que viven.
Eufemina Lara e Isa Ponce, ambas originarias de Cuetzalan, Puebla, narran cómo se ha dado el despojo de la tierra en zonas donde prevale la pobreza. “Les ofrecen cantidades grandes, la gente dice ‛¡wow! Nadie me va pagar esto que me están ofreciendo’”, cuentan.
Y aunque ellas pertenecen al Comité de Ordenamiento Territorial y participan en las asambleas comunitarias, reconocen que hay partes donde las mujeres no están acostumbradas a participar, ni a recibir información sobre los impactos de mineras o hidroeléctricas.
Con esa idea coincide Irma Aguilar, tesorera de Bienes Comunales de la comunidad de Colombia de Guadalupe, en Malinaltepec, Guerrero, lugar donde hay exploración minera, es decir, investigación de un proyecto conocido como “Corazón de Tinieblas”, de la empresa “Hochschild Mining”.
Irma, una mujer adulta y sin experiencia en cargos de decisión, explica que le interesa participar, aunque menciona que poco conocimiento tiene sobre la geología y los minerales; pese a ello se mantiene informada aunque lamenta que no pase lo mismo con otras mujeres.
Una razón de esta falta de miradas femeninas, dice Lucía Martínez, activista de Ixtacamaxtitlán, Puebla, donde opera la compañía “Almaden Minerals”, es que las madres, esposas e hijas no tienen tiempo, pues la vida pública, su vida familiar o laboral, las demanda, o bien sus esposos les niegan el permiso para estar presentes.
Ella es un caso excepcional porque en esta cruzada informativa para hacer ver los estragos de la minería, la acompaña su esposo. Juntos asisten a asambleas, encuentros o movilizaciones que buscan hacer conciencia, porque han visto que el tema es de todos y no de un solo sexo.
Ellas fueron algunas de las personas que al echar un vistazo a la vida de sus pueblos vieron que en este movimiento tienen que sumar más mujeres, indígenas o mestizas, rurales o urbanas, jóvenes o adultas, porque el compromiso es con sus recursos naturales.