Hace tiempo las amplias montañas de Coles Hill estaban llenas de tabaco. Junto con la mueblería y los textiles, el tabaco era el sostén de los campesinos, los obreros y sus familias en esta zona de Virginia conocida como Southside.
Esa época ya pasó. Esos sectores están en declive y la región de Virginia es hoy en día la que más desempleo tiene. Pero un mineral bajo la tierra podría ser su salvación.
Debajo de estos campos por donde merodean las vacas, hay abundante uranio, tanto que podría alimentar todas las plantas de energía nuclear de Estados Unidos por dos años y medio.
El geólogo Patrick M. Wales paseó por el campo con un detector Geiger, que percibe material metálico. Apartando un cúmulo de hojas, colocó sobre la superficie el artefacto, que rápidamente empezó a sonar.
El yacimiento es profundo, de unos 450 metros (1.500 pies). «En esta zona el material está bien cerca de la superficie», dijo Wales.
El mineral detectado por el contador Geiger es apenas una porción minúscula de la reserva, comprobada como la más grande de Estados Unidos y entre las más grandes del mundo.
Una empresa ha presentado una licitación para extraer 53 millones de kilos (119 millones de libras) del mineral, lo cual ha causado controversia en el mundo político de Virginia. La Legislatura debatirá el tema próximamente y si se aprueba, el estado será el primero de la costa este en realizar ese tipo de minería.
La mayor parte de la minería de uranio en Estados Unidos se ha realizado en el occidente, donde la tierra es más árida. Virginia es susceptible a tormentas tropicales — algunas han sido de proporciones históricas — y hay quienes temen que ese tipo de minería socavará la tierra y perjudicará el medio ambiente. Las torrenciales lluvias y vientos podrían trasladar los desechos tóxicos a los depósitos locales de agua.
«Estamos hablando de un riesgo extraordinario, no es un riesgo que el estado de Virginia quiera tomar», declaró Cale Jaffe, un activista contra la minería y director de la oficina en Charlottesville del Centro de Estudios Ambientales.
En realidad, la minería no es tanto el foco de la controversia sino la separación del mineral.
Una vez que se extrae el uranio y las rocas, son procesados hasta que producen el mineral mediante un conjunto de reacciones químicas. Además del combustible que se usa para las plantas nucleares, el proceso deja gran cantidad de desechos tóxicos que deben estar almacenados por 1.000 años. Virginia Uranium, la compañía que busca los derechos de minería, se ha comprometido a almacenar los desechos en celdas subterráneas que, según la empresa, minimizarían el riesgo de que los tóxicos se filtren a las fuentes de agua locales.
Los activistas, sin embargo, se mantienen escépticos.
Entre ellos está la Federación Agrícola de Virginia, la Asociación Nacional para el Progreso de la Gente de Raza Negra, grupos cristianos, organizaciones municipales, grupos defensores de conservación de agua y todos los grupos ambientalistas importantes.
El delegado Donald Merricks, republicano cuyo distrito incluye el de Pittsylvania, dice que la posible creación de empleo le interesa, pero que no está convencido.
El problema, dice, es la creación de desechos, aunque admite algo de ambivalencia porque hay tantos empleos y sectores que se beneficiarían con la medida. Al mismo tiempo, dice que se ha enterado de mucha gente que decide no establecer su empresa en su distrito debido al temor a la minería de uranio.
Para Merricks, al final del día se trata de una sola cuestión: «¿Cómo se define la seguridad»?
«Yo sé que uno puede garantizar una seguridad al cien por ciento, pero creo que uno debe tener un grado razonable de certeza de que el proceso no perjudicará al medio ambiente», comentó. «Personalmente, a mí me parece que el riesgo de vale la pena».
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La historia del uranio en Virginia es simbólica de la historia de la energía nuclear en todo el país.
El uranio detectado en el condado de Pittsylvania fue hallado por primera vez en la década de 1950, pero no hubo interés en la minería hasta que surgió la energía nuclear como fuente de energía en los 70. El accidente en la planta nuclear Three Mile Island de Pensilvania, junto con el accidente nuclear en Chernóbil, en Ucrania, cambiaron el panorama: cayeron los precios del uranio, se esfumó el interés en ese tipo de minería para Virginia y la Legislatura declaró una moratoria del tema, que permanece en vigor hasta hoy en día.
El uranio está en dos lugares en Coles Hill, una propiedad de 1.400 hectáreas (3.500 acres) en el condado de Pittsylvania, a unos 32 kilómetros (20 millas) de la frontera con Carolina del Norte. El nombre de Coles Hill («Colina Coles») se deriva del apellido de la familia que ha sido propiedad del terreno o ha tenido nexos con él por más de seis generaciones. Hoy en día la familia es propiedad de la compañía Virginia Uranium.
Esa empresa fue creada hace unos seis años, cuando parecía que un resurgimiento de la energía nuclear era inminente. Ello, sin embargo, no ocurrió, y después de 30 años por primera vez se registró una solicitud para construir una planta de energía nuclear en febrero del 2012. La empresa señala que más del 90% de las 65 plantas nucleares del país reciben su combustible del extranjero — Canadá, Australia, Kazajstán — y que los recursos de Virginia podrían aliviar esa dependencia.
Virginia Uranium, que tiene vínculos con grupos mineros canadienses, ha presionado para que la moratoria finalice a fin de poder iniciar el largo proceso de solicitar permisos y realizar estudios ambientales. Estima que la actividad minera no empezará antes de cinco u ocho años.
Los beneficios serían enormes: la empresa calcula que el valor del uranio asciende a 7.000 millones de dólares. Crearía entre 300 y 350 empleos bien remunerados durante los 35 años que la mina permanezca activa y, según algunas averiguaciones, invertiría millones de dólares en la economía local, además de crear otros puestos de trabajo corolarios.
Pero el punto de discordia sigue siendo el tema ambiental.
La posibilidad de extraer uranio de la tierra en Virginia ha engendrado una avalancha de estudios, de los cuales ninguno ha dado resultados definitivos. Uno, realizado por la Academia Nacional de las Ciencias, es considerado el mejor, y sus conclusiones son citadas tanto por partidarios como opositores del proyecto para justificar sus argumentos.
El estudio determina que si bien en el pasado la minería de uranio ha resultado en la contaminación de fuentes de agua, la tecnología moderna hace que hoy en día esos riesgos son mínimos.
Los contenedores de desechos radiactivos están diseñados para que las sustancias no se filtren al agua, pero se necesitan más estudios al respecto, dice el sondeo.
Los partidarios de la minería sostienen que las imágenes de crisis nucleares como la de Chernóbil o la más reciente en Fukushima en Japón han creado estereotipos y han generado temores sin fundamento.
«Es la imagen esa que perdura, la de la nube en forma de hongo», comentó Andrea Jennetta, editora de Fuel Cycle Weekly, un informe semanal especializado en la producción de uranio. «La gente parece incapaz de distinguir entre eso y un uso positivo y pacífico del uranio».
Otros sostienen que oponerse a la minería va contra el espíritu emprendedor que ha caracterizado la historia de Estados Unidos. Lillian Gillespie, ex alcaldesa de Hurt, el poblado más grande del condado de Pittsylvania, es una de esas personas. Ella abandonó su estado natal de Virginia Occidental para obtener un empleo de mayor remuneración, en la industria de la mueblería.
«Hemos colocado hombres en la Luna y los hemos traído de vuelta. Yo creo que como país, como estado y como condado, somos capaces de hacer grandes cosas», dijo Gillespie.
Wales, gerente y portavoz de Virginia Uranium, es oriundo de la vecina Danville y califica el asunto como «un tema personal y moral». Destaca que la familia Coles seguirá viviendo en la propiedad si se aprueba la minería.
«Bebemos la misma agua y nuestros niños juegan en los mismos campos», declara Wales. «A nosotros también nos conviene que esto se realice de una manera en que se proteja el medio ambiente».
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La Legislatura local está debatiendo propuestas para establecer normas sobre la minería de uranio, lo que de hecho derogaría la moratoria declarada en 1982 y permitiría a Virginia Uranium trabajar en la zona.
Aunque muchos vaticinan que la votación será reñida, pocos se atreven a pronosticar un resultado. Eso es porque el tema va más allá de lealtad partidista o alianzas de tradición o geografía. La opinión pública está dividida por la mitad.
El gobernador Bob McDonnell, quien ha sido mencionado como posible candidato presidencial republicano para el 2016 y quien ha impulsado el tema de la energía durante su gobierno, aún no ha tomado una posición al respecto. Pero el vicegobernador Bruce Bolling, también republicano, se ha expresado en contra de la minería de ese tipo. Su posición podría ser vital, ya que debido a su cargo, le toca emitir el voto decisivo si ocurre un empate en el Senado.
Al final de todo, la decisión podría recaer en la Junta Supervisora del Condado de Pittsylvania, que tendría que modificar los mapas agrícolas de Cole Hill. En días recientes la junta aprobó, por cinco votos a favor y uno en contra, mantener la moratoria sobre la minería de uranio.
Virginia Uranium ha dejado en claro que intentará de nuevo en el 2014 si sus gestiones políticas no dan fruto esta vez. «Tenemos un proyecto de 7.000 millones de dólares», dijo Wales en un foro sobre la minería de uranio, «¿acaso creen que vamos a abandonar nuestros esfuerzos?»
Pero lo mismo se puede decir de los que se oponen, quienes han insinuado la posibilidad de recurrir a los tribunales si la minería es aprobada. Están surgiendo también movimientos opositores en Carolina del Norte, quien desea proteger los recursos acuíferos que comparte con Virginia.
«Ciertamente, compartimos los recursos acuíferos y somos vecinos», expresó Mike Pucci, quien trabajaba como ejecutivo de una empresa farmacéutica y quien tiene una casa en las orillas de Lago Gaston. Dijo que Virginia Uranium debería estar consciente de la posibilidad de un litigio si se aprueba la minería.
«No se trata de una amenaza, se trata de una realidad», expresó.