En el occidente del estado Bolívar se encuentra un municipio que abarca una gran proporción territorial del estado, prácticamente toda su región occidental, el municipio Cedeño, el cual es más grande que varios estados del país. La cabecera del municipio es Caicara del Orinoco, frente a Cabruta y cercana a la confluencia entre el Apure y el Orinoco. Caicara se conecta a través de la carretera nacional Troncal 13 con Puerto Ayacucho, en el estado Amazonas, siendo la única conexión por tierra, de forma continua que tiene el estado Amazonas con algún otro estado del país. En esta vía se encuentra dos parroquias del municipio Cedeño, La Urbana y Los Pijiguaos.
Los Pijiguaos es un sitio remoto, olvidado por muchos, alejado de todas las noticias comunes sobre el estado Bolívar, la minería y los conflictos armados que tradicionalmente suelen aparecer en la prensa; apenas se hizo referencia al mismo en medios cuando fue secuestrado un periodista europeo en sus cercanías. Esta localidad es de las llamadas de “vocación minera”, pues apareció en los mapas con el descubrimiento de los fabulosos yacimientos de bauxita que llevan su nombre, y que generaron el establecimiento de las empresas de aluminio en Ciudad Guayana, Bauxiven, Interlaumnina, hoy Bauxilum, además de la consolidación de Alcasa.
El descubrimiento de Bauxita cambió totalmente la región, permitiendo la llegada de la carretera, una pequeña pista aérea y además la construcción de dos núcleos urbanos, el campamento de la empresa minera y el pueblo llamado Morichalito, formado por los aspirantes a trabajar en la empresa y quienes además prestaban servicios a esos empleados y a la misma empresa; el pueblo original de los Pijiguaos permanece inerme entre estos dos nuevos núcleos, como atrapado en una burbuja de tiempo.
En 2016 permanecí más tiempo en los Pijiguaos que en Caracas, viajando por sus pueblos, trabajando y tratando de conocer cómo funcionaban las cosas allí, además de ver como venían cambiando a raíz del decreto del Arco Minero del Orinoco en su primera etapa. De ello escribí una reseña sobre lo que vi de aquel pueblo. Fui atendido por una familia que me dio cobijo, trabajo y me enseñó a desenvolverme en la comunidad; una familia con la que siempre estaré agradecido. Esta familia tenía una licorería y un fundo en Paraguaza; con la licorería obtenían efectivo e intercambiaban con él, como banqueros, pues no existían ni agencias bancarias o cajeros en las cercanías, salvo el del campamento de la empresa, controlado por una mafia muy severa.
Lamentablemente esa misma familia sufrió un golpe cuando varios de sus miembros fueron asesinados por el hampa en la carreta Troncal 13 al ser bloqueado su camino con el fin de robarles la mercancía que traían desde Maracay y el dinero en efectivo que manejaban. Un golpe del que no se recuperarían y los obligaría abandonar los Pijiguaos. Antes de irse del país, pudimos vernos en Caracas y despedirnos, en esa despedida pude actualizar mi información sobre la situación de esa tierra lejana y olvidada.
Ya en el 2016 era notoria la presencia de los grupos guerrilleros en la zona, de hecho unas personas me llegaron hacer un interrogatorio sobre mis intenciones al estar en aquel pueblo. La minería era el tema fundamental de las conversaciones económicas, así como el bachaqueo y contrabando de gasolina; recuerdo que incluso para devolverme tuve que posponer por dos semanas el viaje, pues no había combustible para ir a Puerto Ayacucho, pero si habían galones que se mandaban a diario para Colombia por el paso a Puerto Carreño.
Sin embargo hoy en día la situación se ha agravado. Por lo que estuvimos hablando, cuando nos vimos a mediados de 2019 en Caracas, las amistades que cultivé allá, antes de irse del país, me actualizaron sobre el sombrío panorama de los Pijiguaos, tres años después.
Los Pijiguaos, un pueblo en eterna agonía, sin encontrarse a sí mismo; parecía volver a la tradición agropecuaria producto de la crisis alimentaria; sin embargo el recio control que los grupos armados irregulares han venido ejerciendo allí han frenado ese reencuentro. Los grupos armados se han hecho cada vez más visibles y asfixiantes; en 2016 presencié cómo los mismos controlaban la carretera entre Caicara y Puerto Ayacucho, el transporte que me llevó de la primera hasta Pijiguaos utilizaba códigos en las alcabalas o al comunicarse con vendedores en la vía, como una especie de lenguaje que señalaba que estaba cubierto.
Sin embargo, me comentan que en la actualidad el control es total y absoluto, han construido una especie de para-estado en la parroquia, teniendo incluso una sede a la cual acudir para dirimir conflictos entre vecinos; se pasean por los predios que se encuentran desde Parguaza hasta Turiba y hasta la propia Caicara. Esa misma situación es la que ha motivado el abandono del pueblo por la familia, pues sospechan de complicidad de los actores del múltiple homicidio con estos grupos, por el control de negocios que aún no se sometían a su autoridad y arbitrio.
Pijiguaos es un pueblo sumamente pobre, no existe ninguna calle asfaltada, salvo la carretera nacional; de resto todas las calles, caminos y veredas son de tierra, en muy mal estado; el campamento de la empresa Bauxilum sí contaba en cambio con calles asfaltadas, el dispensario y otras instalaciones de servicios del pueblo se encuentran en abandono total. Ya en 2016 la correa minera estaba paralizada, no había extracción de bauxita; hoy en día la situación financiera de la empresa es deplorable. Los empleados de Bauxilum hacían una especia de clase media-alta en la región, con grandes sueldos, gran capacidad de consumo y una importante acumulación de bienes; lo cual hoy se ha visto degradado a lo sumo, con salarios que no cubren los gastos básicos, esta vieja clase-media es ahora una de las más depauperadas, sus casas envidiables antaño, se encuentran en franco deterioro. El motor económico del pueblo abandonó la bauxita por el ideal del oro azul.
El coltán ya se extraía en 2016 en las cercanías de Suapure, pero ahora se extiende su extracción hasta Parguaza, Turiba y demás territorios aledaños. La población se ha enfocado masivamente en el trabajo minero de coltán. A pesar de ser una localidad que expulsa a los jóvenes que buscan mejor futuro en otras ciudades, el pueblo se ve invadido por foráneos de todo el país que buscan fortuna en las minas de la zona, todas controladas por grupos irregulares.
Se han visto aparecer empresas mineras, las cuales establecen oficinas y centro de reclutamiento en el pueblo; se ofrecen villas y castillos a los pobladores, se habla del nacimiento de una nueva empresa, a la par de la vieja Bauxilum, que volverá a darle prosperidad al pueblo; que se regularizará la minería del coltán, que se expulsaran a las mafias. Pero lo que no nos cuentan, es que existe una convivencia entre estas empresas, que no duran más de dos meses, aparecen y se van, como algo que arrastra el viento, emplean a la mitad del pueblo, muchos en las minas, otros para supuestas actividades administrativas, otorgan unos cuantos sueldos, mientras la empresa permanece, luego desaparecen del mapa.
Blue Gold C.A es el nombre una de estas compañías, o mejor dicho, un nombre muy repetido, que ha aparecido y reaparecido con algunas variantes, como para darle fuerza a la alegoría de la riqueza que produce el coltán; aunque lo que deja es destrucción y miseria en un pueblo que aspira a volver a unos años dorados, que nunca fueron.
Algo que me sorprendió y que no esperaba es la noticia de la explotación de minas de estaño, de las cuales anteriormente no tenía conocimiento. Me informan que el estaño se explota en las montañas cercanas a la mina de bauxita y en la región de Parguaza, se transporta hasta el paso de El Burro hacia Puerto Carreño (Colombia) y allí es vendido en dólares, que entran a circular en la economía de la localidad. Este estaño por lo tanto no entra dentro de las estadísticas nacionales, pero sí en las de la hermana república, así como el grueso de las producciones mineras ilegales. Sin embargo, me comentan que la explotación de estaño es más informal que la del propio coltán.
Así los Pijiguaos, una región que siempre ha sufrido el abandono general y el olvido, ahora se encuentra en una situación cada vez más perentoria, en dónde la empresa que había logrado crear un puntico en los mapas del estado Bolívar para señalar la existencia de la comunidad, ahora se encuentra en total decadencia. Los grupos irregulares funcionan como autoridad estatal, imponiendo sus normas y reglas a todas las actividades económicas, fundamentándose en una minería desordenada, vinculada al crimen organizado y la extorción de la población. El comercio, generalmente de contrabando, se limita a exportar el producto de las minas e importando los bienes de consumo y alimento, desalentando la producción agropecuaria que parecía una alternativa hace apenas tres años. Una organización para-estatal que no le importa el bienestar de los pobladores, los servicios públicos, la tranquilidad y libertad de las personas; mucho menos el cuidado del ambiente, la salud y la protección de todas las formas de vida, humana, animal o vegetal de los alrededores; dónde se ve toda vida como fuente de recursos para ser extraídos y absorbidos.
Una región en eterna agonía que ahora sufre una destrucción sin precedentes, como nunca había visto, sus ríos envenenados, sus bosques deforestados, carentes de los servicios más básicos y elementales; pero sobre todo de un futuro.