Los obispos de Colombia reunidos en Asamblea Plenaria, fieles al deber fundamental de acompañar a nuestro pueblo, acogemos los clamores y esperanzas de las comunidades de las regiones donde actualmente hay procesos de explotación
y aquellas donde están en marcha estudios y solicitudes para proyectos minero energéticos.
Lo que valoramos:
– Somos un país con uno de los mayores índices de biodiversidad y recursos hídricos: tenemos páramos, parques naturales, zonas de reserva forestal, humedales de interés internacional. En pocas palabras, somos un país con una gran riqueza agrícola, ganadera y minera.
-Tenemos, además, una rica diversidad de regiones, etnias y culturas. Igualmente destacamos una creciente conciencia del ciudadano colombiano sobre el cuidado y la responsabilidad de la creación que nos fue dada como herencia para todos.
– Reconocemos la urgencia para el país de un desarrollo sostenible y verdaderamente humano.
Lo que nos ilumina:
– Nosotros los creyentes, anunciamos “la verdad del amor de Cristo en la sociedad”. Buscamos configurar nuestra vida con la praxis de Jesucristo, que es para nosotros el Evangelio de la Vida y que vino para darla y para que la “tengamos en abundancia”. De allí brota nuestra identidad de ser un “pueblo al servicio de la vida” (EV, 79).
– El desarrollo y el crear verdaderas condiciones de vida digna para nuestro pueblo, necesitan de la verdad de Jesucristo. “Sin verdad, sin confianza y amor por lo verdadero, no hay conciencia y responsabilidad social, y la actuación social se deja a merced de intereses privados y de lógicas de poder, con efectos disgregadores sobre la sociedad” (CV, 5).
– Desde esa luz de la fe sentimos el compromiso de trabajar por un desarrollo auténticamente humano y una Colombia justa y fraterna, pues para nosotros los creyentes “el desarrollo es el nuevo nombre de la paz” (PP, 76).
Lo que nos preocupa:
Somos conscientes de la creciente necesidad de energía en el país y en el mundo, así como de la cada vez mayor demanda de materias primas. Sin embargo, nos preocupa profundamente:
– La presencia de proyectos mineros en territorios de comunidades campesinas, indígenas y afrocolombianas sin el debido enfoque social y ambiental.
– La destrucción de la naturaleza selvática del país, pulmón del planeta.
– El creciente desequilibrio y aun oposición, entre el desarrollo de la minería y el desarrollo humano agrario que genera desempleo, nuevas pobrezas y grave deterioro de la salud como efecto de prácticas inadecuadas en la explotación; igualmente es un detonante de conflictos ambientales y sociales generadores de nuevas violencias.
– Asistimos a un modelo minero de extracción sin suficiente desarrollo tecnológico e industrial ni del sector terciario en las zonas de minería y con un alto impacto ambiental. Por ello tiene un escaso impacto social en el desarrollo humano de las regiones mineras.
– Por otra parte, el desconocimiento de las razones históricas que llevaron a la minería informal y el surgimiento de una verdadera “minería ilegal” y violenta.
Lo que proponemos:
Ante la realidad anteriormente enunciada, los Obispos colombianos proponemos:
– Repensar creativamente un nuevo modelo de desarrollo que tenga como centro el respeto de la dignidad de la persona humana y sus derechos fundamentales; que responda a las necesidades actuales pero que garantice su sostenibilidad para las generaciones futuras; no es aceptable un modelo de riqueza para hoy y pobreza para mañana. Un modelo con criterios morales y éticos, que haga de Colombia un Estado social de derecho, que responda a las necesidades de toda la población y que asuma el cuidado de la creación que Dios nos entregó para que la administremos con responsabilidad.
· Al Estado:
– Que formule un código minero moderno, justo, motor y garante del desarrollo humano.
– Que este código sea elaborado por el Estado en reflexión interna y con la consulta a organizaciones, grupos y movimientos sociales cercanos a las necesidades de las gentes.
– Que actúe con firmeza frente a la destrucción incontrolada del medio ambiente y a impulsar el desarrollo de tecnologías y métodos de extracción amigables con la naturaleza.
– Que las grandes utilidades se inviertan de manera justa y equitativa en el desarrollo nacional y regional, al igual que legislar para que esto se haga una realidad.
· A la industria minera: comprometerse en su tarea con una mirada más humana y acoger los desafíos éticos que esta actividad implica, al tiempo que reconocemos su aporte al desarrollo.
· Al pueblo colombiano:
– Mantener viva la conciencia sobre la responsabilidad que tenemos con la creación y organizarse y comprometerse activamente para lograr un desarrollo amigable con la naturaleza.
– Fortalecer la democracia: en la institucionalidad del Estado así como en la institucionalidad civil.
Nuestro compromiso:
Nos comprometemos como Iglesia colombiana, a continuar el acompañamiento permanentemente a nuestro pueblo en la búsqueda de la verdad y la justicia al servicio de la vida, favoreciendo el diálogo constructivo y evitando la violencia. Convocamos fraternalmente a las otras iglesias a trabajar conjuntamente en este propósito.
Nos comprometemos a seguir acompañando al Estado, a la industria minera y al pueblo colombiano en la construcción de un desarrollo humano, integral, solidario y sostenible .
“El Señor Dios tomó al hombre y lo colocó en el jardín de Edén, para que lo guardara y lo cultivara” (Gn 2,15). Bendito sea Dios que nos puso al servicio de la vida.