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Latinoamerica

La necesidad de una moratoria minera ante la obsesión del oro

oro rep dominicanaLa minería de oro se ha convertido en un flagelo que azota muchos países de América Latina. En algunos sitios operan unas pocas transnacionales gigantes, pero en otras zonas se agolpan cientos, miles de personas, hurgando en los ríos de las selvas o entrañas de las montañas en busca de unos gramos de oro.

Mientras que las grandes corporaciones insisten en contar con tecnologías de punta, servir al crecimiento económico y brindar empleo, la minería a pequeña escala, informal o ilegal, trabaja bajo la sombra de la contaminación, la violencia y la pobreza. En realidad, las dos prácticas son igualmente terribles. En la gran minería del oro se generan toda clase de impactos territoriales y ambientales y las repetidas promesas de excelencia en tecnología y en gestión se han derrumbado. Pascua Lama, una gigantesca operación minera ubicada en las cumbres andinas compartidas por Argentina y Chile, prometió repetidamente que sería un ejemplo de cuidadoso desempeño ambiental. La realidad ha sido otra. Y ante su mala gestión y sus incumplimientos, el emprendimiento fue multado y suspendido por la justicia chilena.

Tanto la grande como la pequeña minería

La extracción de oro es, también, una de las actividades extractivas más ineficientes que se conocen. Entre los 50 primeros productores globales, el promedio alcanzado es obtener sólo 5 gramos de oro por cada tonelada de rocas extraídas. Ante estas cifras a nadie puede sorprenderle que sea una actividad de profundos e intensos impactos ambientales.

La pequeña minería del oro tampoco escapa a los problemas. En distintos sitios amazónicos de Colombia, Brasil, Ecuador y Perú, son prácticas que están hundiendo a las comunidades en la desolación social y ambiental. En regiones como Madre de Dios, en el sur del Perú, esta minería se ha convertido en uno de los principales factores de destrucción de la selva amazónica y de generación de violencia local. Allí la minería avanza deforestando la selva y contaminando aguas y suelos.

La escala individual o familiar de la minería de oro termina siendo un espejismo, pues suma en una misma región a cientos y a miles de personas, por lo que los impactos negativos se acumulan y se multiplican. La imagen del hombre encorvado sobre el río recogiendo arena para procesarla, ya es cosa del pasado en muchos lugares. Las grandes mineras se las han ingeniado para transportar y poner en operación enormes maquinarias de dragado en los rincones más apartados de la Amazonía. Esta sostenida expansión sólo es posible porque la pequeña minería del oro ha terminado articulándose con los mercados formales y el oro que extrae suele terminar en las propias corporaciones mineras.

¿Para qué quieren tanto oro?

A pesar de todas las evidencias, se insiste en defender la minería en general, y la de oro en particular. Los proyectos mineros son presentados como bendiciones económicas y éxitos exportadores. En la propaganda parecería que las necesidades de oro son de enorme importancia para el bienestar humano y para el desarrollo, lo que debería justificar toda la destrucción que provoca su extracción. ¿Esto es cierto?

¿Tiene el oro usos que son indispensables para la calidad de vida de las personas o imprescindibles para alguna cadena industrial clave? Si no exportamos oro, ¿caería alguna cadena productiva? ¿Se desplomarían las economías nacionales? Nada de eso. Apenas el 10% de la demanda de oro responde a usos tecnológicos o de la medicina. Todo el resto tiene sólo dos usos: la joyería (poco más del 40%) y recursos financieros, manejados por inversores, sea para acuñar monedas o para guardarlo como lingotes en los depósitos de bancos centrales (poco más del 40%).

En el año 2012 se estimó la demanda global de oro en 4 mil 415 toneladas. Se dedicaron a joyería 1 mil 896 toneladas, a los “inversores” 1 mil 568 toneladas, y a compras desde los bancos centrales 544 toneladas. Esto significa que el 90% del oro extraído en todo el planeta es para usos suntuarios, para el consumo exhibicionista de joyas o para la especulación y el respaldo de las finanzas. Ante estas cifras, difícilmente puede afirmarse con seriedad que el bienestar o el desarrollo global dependan de continuar con la minería en oro.

China: prioneros en la codicia de oro

Una parte importante de todo el oro circulante proviene del reuso y reciclaje. Sin embargo, la demanda es tan alta que presiona por más extractivismo minero. Consecuentemente, en los últimos años se han sucedido récords en la extracción minera de oro. En 2012 se extrajeron 2 mil 982 toneladas en todo el planeta.

El país minero más grande del mundo es China, de donde se extrajeron más de 400 toneladas. En el quinto lugar mundial está un país latinoamericano, Perú. China se ha convertido también en el primer consumidor de oro a nivel planetario. Sus necesidades se han cuadruplicado en la última década. Lo usan sobre todo en joyería.

Vemos así que la depredación que causa al ambiente y a las comunidades la obtención de oro no alimenta ningún proceso industrial clave ni responde a ninguna necesidad básica, sino que está atada a las modas de la joyería global y, en especial, al afán consumista de las familias adineradas de China y otros países, o a las necesidades de los financistas. Si América Latina dejara de proveer oro para esos fines, no ocurriría ningún colapso. Por el contrario, la calidad de vida de muchas comunidades en nuestro continente mejoraría mucho.

El oro sólo tiene valor simbólico

La mejor manera de describir lo que ocurre con el oro es rescatando el concepto de “preciosidades” propuesto por Immanuel Wallerstein a mediados de la década de 1970. Son bienes que son caros esencialmente por su valor simbólico. Quienes los poseen y exhiben ostentan riqueza y poder.

Otros ejemplos de preciosidades son los diamantes, los rubíes y otras piedras preciosas, los abrigos de pieles de animales exóticos, el caviar. Son bienes que no desempeñan ningún papel similar al de otras materias primas que se comercializan globalmente, como las que se destinan a la fabricación de alimentos o a la industrialización de otras necesidades de las personas, o como las que son insumos para procesos industriales, como el hierro. La minería latinoamericana de oro ni siquiera es una “industria”, ya que en ella no ocurre ningún proceso manufacturero.

Estas condiciones afectan tanto a la minería de oro en manos de grandes corporaciones como a la minería informal e ilegal. En cualquiera de sus versiones, ambas siguen siendo lo mismo: extractivismo minero. Ambas tienen efectos negativos en la dimensión social, en la ambiental y en la económica. Y ambas están amarradas a los mercados globales. Incluso, la informal se inserta en la de las corporaciones para así poder exportar más cantidad de oro.

Ventajas que traen violencias

No pueden olvidarse las responsabilidades de los gobiernos en todo esto, promoviendo condiciones políticas y económicas que reproducen una y otra vez los extractivismos. Han dado todo tipo de apoyo a las grandes empresas mineras y a sus inversiones, concediéndoles territorios, asegurando sus exportaciones, otorgándoles subsidios, la mayoría encubiertos o indirectos. Han llegado incluso a defender estas empresas con policías y militares. También son responsables de que innumerables familias no tengan otra salida que ganarse unos pesos buscando pepitas de oro en plena selva, pues el Estado los ha dejado desamparados y sin otras opciones productivas viables.

Esta situación ventajosa provoca que, una vez instaladas las corporaciones o esos miles de mineros artesanales, el Estado ya no los puede controlar… o no quiere hacerlo. Ambos cuentan con poder político. El corporativo es más sutil, pero más firme y amplio y opera desde las cámaras empresariales nacionales y desde los medios de comunicación. El poder de los mineros artesanales o ilegales descansa en los caudillos locales, en alcaldes y hasta en algunos legisladores, como se ha señalado en el caso de Perú. La violencia y la ilegalidad aparecen en ambos casos, aunque también de manera distinta.

Es urgente detener esto

Esta situación debe detenerse. Y este tipo de desarrollo debe revertirse cuanto antes. Se debe resolver el drama que significa la minería del oro y de otras “preciosidades”, sea esa minería grande, mediana o pequeña, esté manejada por privados, por cooperativas o por el propio Estado.

Las respuestas deben ser radicales porque los daños ambientales y los impactos sociales se siguen sumando y son cada vez más graves. Los problemas ya no se pueden solucionar con nuevas tecnologías mineras, con la responsabilidad social empresarial o con algún nuevo tipo de política pública, porque hoy la explotación aurífera marcha a ritmo de vértigo.

La reacción no puede esperar años y años hasta que los patrones de consumo de los países industrializados y de los nuevos ricos de Asia entiendan qué poco sentido tiene la ostentación de joyas y, por fin, hagan caer la demanda global. Tampoco se puede seguir aguardando por un repentino arrepentimiento de quienes en el mundo de las finanzas buscan más y más oro.

La solución es una moratoria

Las soluciones deben ser construidas por los latinoamericanos, siendo los más interesados en defender a sus comunidades y a su medioambiente. En consecuencia, el mecanismo que se debe aplicar es evidente: América Latina debe declarar una moratoria de la minería de oro.

Eso implica suspender los nuevos emprendimientos mineros e ir desmontando los que ya hay. Simultáneamente, se debe contar con un marco regulatorio regional que impida el ingreso de oro nuevo desde la minería, con lo que el sector informal desaparecerá rápidamente. A cambio, se debe permitir y alentar el comercio basado en el reuso y reciclaje del oro que ya fue extraído. A su vez, el Estado debe reorientar todos los recursos financieros, humanos y políticos, que ha usado hasta el día de hoy en apoyar la minería corporativa, para brindar apoyo y opciones productivas dignas a todas las familias rurales que se dedican a la minería artesanal.

No hay que sentir temor ante la idea de una moratoria de la minería del oro. Es el paso necesario para enfrentar una situación que se ha vuelto tan dramática. No se pueden aceptar postergaciones, si es que realmente se defiende la vida.

*Analista de CLAES (Centro Latinoamericano de Ecología Social).

Fuente: Revista Envío