En la cima hay un centro ceremonial, compuesto por círculos de piedras a los que sólo se entra tras haber realizado ciertos ritos y ofrendas con permiso del vigilante, un huichol de nombre Manuel, y una pequeña capilla donde hay cabezas de venado, instrumentos de música, velas, arcos y… peyote. «Bebemos algo de tesgüino (un aguardiente local) y tomamos nuestro peyote. Para nosotros eso es como la hostia sagrada para ustedes. Nos hace acercarnos a nuestros dioses. Nos preparamos antes para ello: no comemos carne, no tomamos sal, ni practicamos relaciones sexuales», explica Armando que esperará junto a sus compañeros a que la noche o la incipiente tormenta disuelva a los pocos turistas para entrar en su área ceremonial sagrada, limpiar sus almas, tomar su peyote y acercarse algo más a su Dios. «Aquí nació el Sol», repiten, y «allí abajo está el desierto en que el encontramos el peyote», señalan. Un mundo se asoma entonces en sus dedos, que enmarca cinco lugares sagrados dispersos en una ruta de más de 500 kilómetros que abarca los cuatro puntos cardinales y el centro de su cosmos. De los cinco, Wirikuta, el este, es el más relevante.
Promesas de puestos de trabajo
Pero el conflicto es complejo y lleno de aristas. Hace algunos años la minera canadiense First Majestic (Real Bonanza en su proyecto en la zona) descubrió que la montaña tiene aún riquezas en sus entrañas. El área alrededor de la turística localidad de Real de Catorce es un zona pobre, de ejidos y ranchos de campesinos, donde la empresa promete desembarcar con inversiones y puestos de trabajo. El mensaje caló en una parte de la población y la sociedad perdida de las montañas fácilmente se quebró en dos.
«Pensamos crear 760 empleos directos y 1800 empleos indirectos en el estado de San Luis Potosí», explica la minera Real Bonanza a este periódico. Una salvación para muchas comunidades de alrededor del Cerro de la Quemada que no tienen la oportunidad de vivir del turismo como Catorce. La mecha ha prendido con facilidad.
«Nos dividieron a huicholes y mestizos. Había ciudadanos en Real a favor y en contra y hubo malas palabras para los que no éramos de acá», explica Marciano de la Cruz, un huichol de 35 años. Su nombre sirve de pista para entender el fuerte rezago que viven en México las comunidades indígenas: «Antes no teníamos nombre ni acta de nacimiento. No hablábamos español. Un lunes fui a la escuela y el director me dio a elegir entre Mariano, Marciano, Marcial o Marcos. Elegí Marciano».