Panguana es un símbolo de resistencia. Desde 1968, año en que María y Hans-Wilhelm Koepcke, una pareja de investigadores alemanes, la fundaron como estación biológica en la cuenca del Alto Pachitea en la provincia de Puerto Inca, región Huánuco –donde solo había bosque virgen–, hasta hoy, en que su hija Juliane Koepcke de Diller la administra como un área de conservación privada (ACP). Ella ha mantenido intacto el compromiso de preservar este enclave científico, que comprende 873 hectáreas, de “la amenaza humana”.
La apuesta de Juliane por la selva se afianzó con la tragedia. El 24 de diciembre de 1971, víspera de Navidad, el vuelo 508 de Lansa en el que viajaba con su madre se estrelló solo a 50 kilómetros de Panguana. Hasta ese momento, aquel era el lugar al que acompañaba a sus padres a investigar y donde le enseñaron a cómo sobrevivir. Tenía 17 años y, tras 11 días de vagar por la selva, fue la única que se salvó de los 92 pasajeros.
Juliane transformó el dolor en compromiso y el cauce por el que ha fluido su vida. Ahora viaja a Panguana desde Alemania dos veces al año. Cuando ella está lejos del Perú, Carlos Vásquez Módena, conocido como ‘Moro’, y su familia administran el lugar. Precisamente, ‘Moro’ alertó que la comunidad nativa de Nuevos Unidos Tahuantinsuyo, cuyos terrenos colindan con la ACP, reabrió una trocha hecha ilegalmente años atrás por empresas que lavaban oro en el Alto Yuyapichis, y que cruzaban el área de Panguana con maquinaria, lo cual causaba un grave impacto en el ecosistema.
El jueves 7 de enero, dos meses después de la denuncia interpuesta por Koepcke, la Fiscalía Ambiental de la jurisdicción de Ucayali –a la que pertenece esta zona–, a cargo de Ángela Gonzales, ingresó a Panguana junto con personal de la Policía Nacional y del Servicio Nacional de Áreas Naturales Protegidas por el Estado (Sernanp). Ellos corroboraron la denuncia, que podría terminar en un proceso penal contra los nativos.
El presidente de la comunidad nativa, Jorge Mishari Alarcón, justificó que la trocha se hizo por la necesidad de tránsito y dijo que desconocían que violaban la ley por ingresar al área privada.
“Una carretera sería el fin de todo el trabajo de décadas de años y aislaría el ACP completamente de la Reserva Comunal El Sira, cuyos terrenos son importantes para el intercambio y la regeneración de la fauna de toda la zona”, dijo Koepcke a este Diario. Añadió que la amenaza de los mineros ilegales sobre la ACP no es nueva. A fines del año pasado, la Dirección Regional de Energía y Minas de Huánuco canceló el petitorio minero Shuang He Sheng, que se encontraba superpuesto al área de conservación privada con el que pretendía iniciar la extracción de oro en esta zona.
EL ORO DEL RÍO
El difícil acceso a Panguana explicaría por qué ha estado menos expuesta a la devastación, a diferencia de otras zonas de la Amazonía, aunque ello no la ha vuelto intocable. La forma más directa de llegar a la ACP es desde Pucallpa, la capital de Ucayali, de donde se parte en un viaje de tres horas por la carretera Marginal de la Selva hasta el distrito de Yuyapichis, en Huánuco.
Yuyapichis es el punto de partida para quienes se adentran en la zona de amortiguamiento de la Reserva Comunal El Sira, que comprende las regiones de Pasco, Ucayali y Huánuco. La reserva comunal tiene por finalidad la conservación biológica de las comunidades nativas de los grupos étnicos: asháninka, ashéninka, yanesha y shipibo-conibo, que son vecinos del área protegida.
El Comercio comprobó, durante la hora de viaje desde Yuyapichis, que la minería en los ríos, laderas y la tala son realidades palpables. Estas actividades ilegales se han enquistado en las riberas de los ríos Pachitea y Yuyapichis, y contaminan el agua por el uso del mercurio.
A dos horas más en bote desde Panguana, hacia el río Negro adentrándose en la Reserva Comunal El Sira, el panorama es similar. En las riberas se ven campamentos de mineros ilegales y maquinaria como dragas, donde trabajan menores de edad. Hay además mangueras que descienden desde las laderas y embarcaciones que transportan combustible.
Enrique Neyra, jefe de la reserva El Sira del Sernanp, mostró su preocupación sobre la posibilidad de que esta zona alcance niveles de devastación como Madre de Dios.