En la comunidad sanjuanina de La Planta, el paisaje es árido y la lluvia escasea. Las precipitaciones suelen llegar en verano, lo que permite la formación de un tímido curso de agua que atraviesa el pueblo. Allí viven unas 30 familias, dedicadas principalmente a la cría de ganado caprino. También, suelen realizar trabajos golondrina, para los que deben movilizarse a valles cercanos para la cosecha de la vid y otros cultivos. Un problema importante que enfrentan los pobladores es la falta de agua potable. El otro es la exposición a grandes acumulaciones de residuos mineros.
Hasta hace unos 50 años, funcionaba allí una planta de tratamiento de oro, que se extraía de una mina ubicada en la localidad vecina de Marayes. El esqueleto abandonado del edificio que da nombre al pueblo todavía está en pie y los montículos de roca molida que rodean lo que queda de la construcción están a la vista de todos. Lo que no es visible es la posibilidad de contaminación. De hecho, muchos pobladores utilizan esos residuos para construir sus casas. Sin embargo, en 2013 algunos comenzaron a notar que sus cabras se estaban muriendo sin razón aparente.
Cuando llegaron a La Planta investigadores del programa Pro Huerta, del Instituto Nacional de Tecnología Agropecuaria (INTA), encargados de llevar semillas y asesoramiento a distintos pueblos, algunos pobladores les contaron su inquietud. Así surgió la idea de comenzar a investigar los niveles de contaminación a los que estaba expuesto el pueblo. El equipo se conformó con científicos del INTA, de la Universidad de Buenos Aires (UBA) y de la Universidad Nacional de San Juan (UNSJ).
“No detectamos mercurio ni cianuro, pero sí encontramos metales pesados mucho más concentrados en esa zona que en otros sitios más alejados que usamos como referencia para comparar, ya que a veces la formación geológica tiene niveles basales de esos metales. Principalmente, encontramos arsénico, cobre, plomo y zinc”, le dijo a TSS Brian Young, investigador de la Facultad de Agronomía de la UBA (FAUBA) y del INTA Castelar, e integrante del equipo que se trasladó La Planta.
Otro indicador de contaminación es que, en la zona de los residuos acumulados, el pH era cercano a 2, lo cual indica una acidez elevada (el pH neutro es 7 y, cuanto más cercano a 0, mayor acidez). “Cuando el pH es ácido, los metales se movilizan mejor. Por lo tanto, si hay organismos expuestos ,la toxicidad es mayor”, indica Young.
La investigación se nutrió de cuatro tesis de grado. Una perteneciente a la carrera de Biología de la UNSJ, para la que se realizó un relevamiento de la abundancia y riqueza de la vegetación de la zona. Así, se encontró que, si bien el suelo de toda la región tenía escasa materia orgánica, en la zona de los residuos mineros había incluso menos vegetación: alrededor del 40 % era suelo desnudo, mientras que, en los sitios más alejados tomados como referencia, el porcentaje de suelo sin vegetación era de apenas un 13 %.
Las otras tres tesis corresponden a la licenciatura en Ciencias Ambientales de la FAUBA y fueron dirigidas por Young. En una de ellas se estudiaron los efectos de los metales en organismos acuáticos. A partir de un muestreo de agua y suelo en diversos sitios, desde la zona donde se acumulan los residuos hasta una extensión de dos kilómetros aguas abajo, encontraron que, si bien el agua del río no estaba afectada,“había extractos de suelo cercanos a los residuos con una elevada toxicidad, que iba disminuyendo a medida que nos alejábamos”, señala el investigador.
Algo similar hallaron en el estudio de organismos terrestres, como invertebrados y plantas, que fue el objeto de otro de los trabajos: los organismos más alejados del sitio contenían menor presencia de metales pesados. Finalmente, para la última tesis se está evaluando la bio-acumulación en lechuga y los efectos de tres oxidativos, pero esos datos aún se están procesando. “Lo que intentamos hacer es establecer una línea de base que nos permita tener una idea de qué está pasando, evaluar distintos efectos biológicos de esa exposición y poder demostrarlo con porcentajes y estadísticas”, sostiene Young.
Además de diagnosticar los niveles de toxicidad a los que está expuesto el pueblo, los investigadores planean aplicar estrategias de intervención y biorremediación. Un factor importante para tener en cuenta en este punto es la percepción que el pueblo tiene de los residuos, que en general es positiva, ya que históricamente vivió de la minería. Según Young, “al ser un residuo maleable, a diferencia de los suelos arenosos de la zona, lo usan como adobe para construir las casas. Ellos no lo identifican como un problema, además de que tienen otras necesidades básicas insatisfechas, como el acceso al agua potable”.
En cuanto a las alternativas de remediación, una técnica que están contemplando es el uso de compost, ya que es rico en materia orgánica y podría permitir retener en el suelo los metales pesados, que no son degradables, y disminuir la acidez del terreno. Otra alternativa es el uso de plantas nativas como fitorremediadoras, ya que a partir del relevamiento de la vegetación encontraron especies que parecen ser tolerantes a las condiciones del suelo.
Otro de los objetivos es ampliar el grupo de trabajo mediante la incorporación de especialistas de otras disciplinas, como médicos, para evaluar los efectos de los metales en la salud de los pobladores; y sociólogos y antropólogos, que los ayuden a comunicar las investigaciones y a elaborar junto con la población las estrategias de intervención más adecuadas. Para esto, también acudirán a las autoridades. “El año pasado era difícil poder encarar alguna estrategia con el Gobierno local. Pero creemos que, al tratarse de una mina abandonada, vamos a tener una buena respuesta por parte de las autoridades”, considera Young.
Nadia Luna
http://www.unsam.edu.ar/tss/la-huella-de-la-mineria/