Les dijeron que había una falla geológica en el pueblo y que se tenían que mudar. La realidad es que hay una mina en sus pies y Carlos Slim tiene planes de hacer un tajo a cielo abierto para extraer cobre, oro y plata. El 23 de diciembre se hizo su voluntad y la policía llegó con buldozers para destruir todo el pueblo, casas, escuela y derechos humanos.
Roberto está parado sobre lo que hasta hace algunos días, la víspera de la Navidad, era Salaverna con su escuela, su molino, su agencia municipal, su plaza principal, su iglesia, sus casas, su salón sindical. Y dice que no, que esta vez no fue la naturaleza.
Fueron la minera Frisco – Tayahua de Carlos Slim Helú, uno de los hombres más ricos del mundo, y el gobernador de Zacatecas Alejandro Tello Cristerna.
“Ya es mucho que un gobernador ordene que se haga esto. Ya no está actuando como administrador del pueblo, sino como administrador del capital.
Es lo peor que le puede pasar a un país: tener gobernantes que estén dominados por los capitalistas“, dice Roberto. Desde entonces Salaverna parece la foto de una zona de guerra, de un pueblo azotado por un terremoto poderoso.
Se me ocurre que Salaverna es como Afganistán, después de un bombardeo. Salaverna es así: 4 mil 650 hectáreas de barrancas parduzcas y montañas de pinos, con sus casas en ruinas y sus cerca de 20 familias que, a pesar de esta catástrofe provocada, dice Roberto, de estos atentados terroristas, más tarde sabré por qué, se resisten a salir de aquí. A pesar de que ya, de Salaverna, no queden más que los puros derribos.
Es un mediodía tenue, las nubes cenicientas volando en el índigo, el viento crudo bramando entre las ruinas. Fúrico.
Mientras camino dando trompicones entre los despojos de Salaverna, pienso que es como si sobre este pueblo, municipio de Mazapil, en el norte zacatecano, se hubiese cumplido aquella profecía dictada por Jesús de Nazaret hace 2017 años:
“De cierto os digo, que no quedará aquí piedra sobre piedra que no sea derribada”. (Mateo 24:2). Y Salaverna es eso, un montón de piedras.
Un pueblo enterrado bajo sus propios restos: sus entrañas, sus cartílagos, sus huesos, su piel. Escombros, sobre los que aún se cierne otra profecía: la profecía mundana lanzada hace unos años por la minera Frisco –
Entonces sí que de Salaverna no quedará piedra sobre piedra. Aquí estaba el altar de la iglesia, -dice Roberto -, construida hacia 1940, era de mármol el altar. Ahora está enterrado. No queda nada.“Perros desgraciados”, estalla Miguel Sánchez, un lugareño que viene con nosotros. Allá están, arrumbadas, las cruces de las cúpulas, son dos cruces de fierro que apenas y sobresalen entre la destrucción.
Fuente:http://www.remamx.org/2018/07/la-historia-de-como-carlos-slim-hundio-a-un-pueblo/