13 de Marzo 2011
Por Simón Romero
Altos precios de este metal impulsan conflicto
‘The News York Times’, uno de los periódicos más influyentes del mundo, narra en detalle la intromisión de los grupos armados en este negocio en Antioquia.
Antioquia es hoy escenario de fuertes enfrentamientos por el oro entre grupos armados. Población civil, en medio de la disputa.
Guerra por el oro
Caucasia, Colombia. Los oficiales estudiaron los informes de los servicios de inteligencia que describían los movimientos de dos caudillos con ejércitos privados. Después, los helicópteros despegaron al amanecer cargando consigo un escuadrón élite, armado con rifles de asalto, hasta el frente más reciente en la larga guerra de este país: minas de oro.
Combatientes de múltiples bandos del conflicto, aprovechando el aumento de los precios del oro a lo largo de una década, se están pasando a la minería de este metal precioso, entre ellos guerrilleros de las Farc y combatientes de los oscuros grupos armados que surgieron de las cenizas de escuadrones paramilitares.
Su movimiento hacia el oro es muestra de las muchas dificultades para ponerle fin a la complicadísima guerra de Colombia, que ha persistido a lo largo de cuatro décadas. Incluso, al tiempo que las autoridades reclaman victorias en los bombardeos de importantes comandantes rebeldes y la erradicación de vastos tramos sembrados de coca, facciones adaptables están explorando nuevos dominios, como la minería.
“Estos grupos se están metamorfoseando para aprovechar las oportunidades que ven”, dijo Jeremy McDermott, director de InSight, organización de investigación que se concentra en empresas criminales de América Latina, con sede en Medellín. “Ellos saben que existe un enorme flujo de ganancias al alcance de su mano, y lo están arrebatando”.
El resultado es una fiebre del oro que no se parece a ninguna otra en marcha en Sudamérica, tanto alimentándose del conflicto colombiano que evoluciona, como manteniéndolo con vida.
Por todas partes en las sofocantes cuencas ribereñas de los alrededores de Medellín, mineros provenientes de todo el país están llegando en tropel a sitios en los cuales retroexcavadoras desgarran el bosque y las copas de los árboles, dejando tras de sí paisajes lunares. Algunas de estas pequeñas minas han existido por décadas, ecos de frenesíes que se remontan varios siglos al saqueo de conquistadores en busca de legendarios depósitos de oro.
Surgen minas más nuevas casi cada semana, lo cual refleja esfuerzos por encontrar oro mientras su precio sigue en altos niveles. Los futuros del oro subieron la semana pasada a una marca histórica —antes de ajustes por la inflación— de 1,441 dólares la onza.
La participación de guerrilleros y los nuevos grupos criminales en la apertura de nuevas minas ha convertido a Antioquia en una de las regiones colombianas con mayor devastación ambiental.
Mineros en remotas zonas sin ley usan mercurio líquido para separar el oro de sedimentos ribereños, dándole a este departamento uno de los mayores niveles de contaminación por mercurio en cualquier lugar, con base en investigadores de Naciones Unidas. Se estima que 67 toneladas del químico son liberadas al ambiente de Antioquia cada año, por aproximadamente 30.000 mineros que participan en la fiebre del oro.
“Colombia ocupa el vergonzoso primer lugar como el mayor contaminador de mercurio por persona, derivado de la minería artesanal para la extracción de oro”, dijo Marcello Veiga, ingeniero minero que encabezó un estudio de la ONU sobre contaminación de mercurio en Antioquia.
En Caucasia, bullicioso municipio de aproximadamente 100.000 personas con un distrito de tiendas que compran oro en el centro, se lanzaron más de 60 ataques con granada el año pasado. En su mayoría involucraron a dos grupos armados: ‘Los Urabeños’ y ‘Los Rastrojos’, que buscaban el control sobre minas de oro y, en cierta medida, del tráfico de cocaína.
Se piensa que ambos grupos tienen más de 1.200 elementos en sus filas. Cada uno surgió de los grupos paramilitares que supuestamente debían haberse desmovilizado varios años atrás. A veces, estos herederos de las autodefensas trabajan con las Farc, ilustrando la naturaleza más allá de la ideología del conflicto actual.
Sin embargo, también se dan los ajustes de cuentas entre estos grupos y operadores urbanos de la guerrilla, elevando la tasa de homicidio de Caucasia a 189 por cada 100.000 habitantes el año pasado, comparado con el promedio nacional de 35 por cada 100.000, según fuentes oficiales.
“Para cualquiera es difícil expresarlo en voz alta, pero una de las razones por las cuales los guerrilleros y pandillas criminales están pasando al oro se debe a que no sólo es lucrativo, sino porque se trata de un producto legal, a diferencia de la cocaína”, anotó Leiderman Ortiz, director editorial de un pequeño diario aquí que sobrevivió a un ataque con granada en su hogar el año pasado, tras haber descrito la nueva dinámica del comercio regional del oro. “Para ellos, es una forma de mantener viva su guerra”.
En enero, el presidente Juan Manuel Santos dijo que las comunicaciones interceptadas a las Farc demostraban que la extracción de oro se había convertido en fuente de financiamiento para el grupo. Santos aseguró que este grupo guerrillero había nombrado a un comandante con el alias Mauricio para que supervisara las actividades del grupo en la búsqueda de oro, lo cual incluye la propiedad directa de algunas minas y extorsión en otros sitios mineros.
En una nueva estrategia en semanas recientes, el presidente Santos ordenó redadas en contra de más 50 minas ilegales. En un día de ataques coordinados en febrero, fuerzas de seguridad se desplegaron en helicópteros desde Caucasia hasta Antioquia y la región vecina de Córdoba. Integrantes de un escuadrón élite de la Policía descendieron sobre una mina cercana al pueblo de Cargueros, donde aproximadamente 100 mineros trabajaban bajo el intenso sol.
Calzados con sandalias y vestidos con ropa desgarrada, observaron el aterrizaje de los helicópteros, reunidos a la sombra de su equipamiento de excavación. El sudor corría por sus cejas. Se encogieron de hombros cuando les preguntaron sobre los riesgos de la exposición al mercurio, el mismo que daña el cerebro y el sistema nervioso central.
“Ahora es mucho más difícil sembrar coca debido a la erradicación, ¿así que cuáles son mis opciones?”, dijo uno de los mineros, Elkin Jiménez, de 30 años de edad. En un buen mes de minería, aseguró, podría ganar cerca de $1,9 millones, aproximadamente tres veces el salario mínimo.
Por lo bajo, varios mineros dijeron que tenían que pagar protección para trabajar en la mina. Revelando palpablemente miedo, ninguno se acercó para nombrar al grupo que controla el sitio que, dijeron oficiales militares, está en un área disputada por dos caudillos: Sebastián Chanc, de ‘Los Urabeños’, y Luis Enrique Calle, de ‘Los Rastrojos.
Al sur de este lugar, más de 5.000 campesinos marcharon al poblado de Anorí en enero para protestar por operaciones militares en contra de la extracción de oro y el cultivo de coca. Los manifestantes dijeron que si bien las Farc los habían obligado a ir, sus quejas eran reales.
Mineros y consultores de seguridad describen cómo el área ha surgido como un bastión de las Farc, al tiempo que los guerrilleros cobran cuotas de extorsión con precisión de contador: $7,2 millones al mes por cada trascabo en operación, $141.000 mensuales por el permiso para explotar algún sitio en particular, y así por el estilo. En un recordatorio de su control sobre la región, el frente 36 de las Farc detonó un camión-bomba cerca de Anorí, destruyendo un puente cercano al pueblo.
Un minero en Anorí, Octaviano Hernández, expresó en términos simples cómo funciona el poder en la región: “Todo lo que puedo decir es que quien tiene el arma, da las órdenes”.
*Jenny Carolina González y Toby Muse contribuyeron con reportajes desde Bogotá, Colombia.