Mayo 22, 2016
Santiago Cruz Hoyos
Stephen Ferry lleva dos anillos en sus manos. Ambos son de plata.
– El oro nunca me ha atraído como tal.
Nació en Cambridge, Massachusetts, Estados Unidos. En su barrio había una tienda fotográfica con laboratorio de revelado, así que él acostumbraba a ir para que le enseñaran “cosas”. A los 13 ya sabía revelar. También tomaba fotos, por supuesto.
Eran años en los que su país pasaba por momentos turbulentos a causa de la guerra de Vietnam. Stephen tomaba el periódico y revistas como Life para mirar las fotos que podían explicarle lo que estaba pasando. Para entonces, muy en el fondo, ya sabía lo que quería ser: reportero gráfico.
– Lo que me atrae del oro es su historia. La historia de la minería es prácticamente la historia de América Latina. Y la de Colombia.
En 1985 firmó su primer contrato como fotógrafo de prensa. Desde entonces ha trabajado para medios como The New York Times y National Geographic. A Stephen, sobre todo, le interesa viajar por el mundo para documentar cambios sociales, políticos, violaciones de derechos humanos, los conflictos que todo eso genera.
– Mi primer libro tiene que ver con la minería. Se llama ‘I am rich Potosí’. Es sobre la explotación de las minas de plata en Bolivia.
Stephen Ferry, reportero gráfico estadounidense.
Su segundo libro se llama ‘Violentología’, un ensayo fotográfico sobre la violencia en Colombia, y el tercero, que elaboró junto a su hermana, la antropóloga Elizabeth Ferry, se publicará en los próximos meses: ‘La batea’ (Icono Editorial).
– Nosotros lo llamamos impresiones. ‘La Batea’ son como pequeños ensayos fotográficos, acompañados con textos, que hablan de distintos aspectos del oro en Colombia. No solo contamos la cara maluca (el oro como forma de financiamiento de los grupos armados ilegales, los daños ambientales, los conflictos de las comunidades con las multinacionales) sino también el otro lado: entender el significado del oro para la gente. El libro es un reconocimiento a la importancia del minero artesanal. La batea como ícono, el objeto emblemático, de la minería ancestral en el país.
¿Cómo empezó ese interés por el oro que se refleja ahora en este libro, ‘La batea’?
El libro será publicado por la editorial Icono.
El proyecto en sí arrancó hace muchos años porque mi hermana Elizabeth, y yo, siempre hemos estado interesados en los temas de la minería. Ella es la que escribe – ha trabajado en América Latina por mucho tiempo – y yo me encargo de documentarlo todo a través de imágenes.
En ese sentido te diría que empezamos a trabajar el oro desde hace mucho tiempo. Pero en este caso, para ‘La batea’, comenzamos concretamente desde mediados de 2012, cuando el oro llegó a un precio de casi 1900 dólares por onza. Eso, con otros factores, (transnacionales canadienses) creó una bonanza aurífera en Colombia y enseguida el oro pasó a ser un factor importante en el conflicto armado.
El oro comenzó a ser una gran fuente de financiación para los grupos armados ilegales. Yo como reportero gráfico conté la historia para The New York Times. Estuve en Anorí, narrando un desplazamiento promovido por las Farc a causa del oro, lo mismo que en el Bajo Cauca.
Haciendo este reportaje me di cuenta que es importante documentar la manera en que la minería de oro está propiciando la violencia en el país, además de todo lo demás que está generando: estragos ambientales y conflictos muy grandes entre mineros locales y multinacionales.
Esa es, sin embargo, solo una de las caras de este libro.
Lo que sucede es que no queríamos quedarnos en la estigmatización al minero. Hay como una especie de discurso que dice que el oro de por sí es malo. Y no es así. Cada vez más en este país, como en tantos otros, el oro es un factor de comunidad. Hay conocimientos ancestrales alrededor del oro y la manera de trabajarlo que son muy importantes. Son conocimientos que vienen desde hace varias generaciones. Y además el oro es el sustento de unas 200 mil familias.
La cotidianidad en una mina de Segovia, Antioquia.<br>
La cotidianidad en una mina de Segovia, Antioquia.
Durante la investigación me pasó algo muy especial. En medio de todas las situaciones tan feas que estuve fotografiando (en Segovia, por ejemplo, se dio un conflicto muy fuerte entre Los Urabeños y Los Rastrojos a causa del oro, lo que ha generado muchos muertos) vi también la forma en que los mineros artesanales trabajan con su batea.
Hay algo hipnótico al ver aquello, mucha destreza, y en ese momento me di cuenta que no basta hablar de la parte maluca del oro. Hay que contar también el otro lado para entender. El oro representa lo sagrado, forma parte del romance, ha movido a la humanidad desde siempre. Es inútil negar la importancia del oro para el hombre y por eso intentamos mostrar sus dos caras.
¿Cómo se dio el viaje?
Algunos de los estrados de la minería en Antioquia. El agua está siendo contaminada con mercurio. <br>
Algunos de los estrados de la minería en Antioquia. El agua está siendo contaminada con mercurio.
Empezamos a documentar la cara violenta del oro, así que viajamos al Bajo Cauca Antioqueño. De ahí pasamos al Cauca y ese también fue un momento formativo para el proyecto. En el Cauca conocí a un señor en el río Palo. Recuerdo que tenía un sombrero vueltiao, lo que es muy representativo. Y él estaba trabajando con su batea sin usar mercurio.
En muchas partes de la Costa Pacífica las poblaciones afro e indígenas se rehúsan a usar mercurio. No les interesa utilizarlo porque no está en su tradición y es dañino para el medio ambiente. Hay una conciencia que viene desde hace generaciones y eso también es importante documentar.
Igualmente trabajamos en Bogotá con los indígenas de la Sierra Nevada de Santa Marta cuando visitaron el Museo del Oro, las piezas de su cultura. Era una forma de reflexionar sobre el oro antes de la Conquista y todos los saqueos y muertes que eso ha representado.
¿Es más sencillo hacer un trabajo como estos en tiempos de proceso de paz con las Farc? Digo: ¿Es más tranquilo el hecho de viajar a zonas de conflicto, preguntar, mirar?
No. Hoy las zonas de minería son más álgidas que nunca. La situación en el Bajo Cauca Antioqueño es horrible. Y no, yo creo que de hecho es bastante más peligroso hacer un trabajo como este en este momento. Es claro que hay una avanzada paramilitar en el país. Y esa avanzada va de la mano con la minería del oro. El oro sigue financiando a grupos armados ilegales.
¿Cómo funciona esta financiación?
Hay dos modalidades. Una es la clásica: la vacuna. Cada cosa tiene su tarifa. Por mes el dueño de una retroexcavadora tiene que aportarle al grupo que mande en la zona. Las cifras varían.
Aunque también hay un fenómeno interesante que descubrí en Zaragoza, Antioquia. A los huecos que forman las retroexcavadoras llegan a trabajar los pobladores de la zona, que son barequeros por tradición. La mayoría son afro, y hay que recordar que los afro fueron traídos como esclavos por los españoles para trabajar el oro. Desde ahí viene su conocimiento.
El caso es que estos mineros tienen el derecho, en las mañanas, de ocupar el hueco que hace la retroexcavadora. Gratis. Barequean en ese fango. Es muy típico ver 200 personas trabajando en el mismo espacio reducido, el mismo lodo. Yo nunca he visto una pelea. Todos se mueven en ese espacio con mucha destreza. Es una costumbre ancestral: a cualquier minero que llegue le dan un tiempo para sacar provecho de la mina. Los grupos armados no vacunan a esa gente, al pequeñito. Vacunan al dueño de la maquinaria.
La otra modalidad que utilizan es que exigen acciones en la mina, ponen a ciertos de sus integrantes en las juntas directivas. En Segovia se han tomado minas así. Si lo dueños no aceptan, los matan.
El oro es muy apetecido por los grupos armados ilegales no solo por su valor y rentabilidad sino también por sus propiedades. Tú coges oro de Zaragoza, Antioquia, y lo derrites junto con oro del Chocó o de Rusia o de donde quieras, y no hay forma de distinguir cuál oro es cuál. Es perfecto para cualquier tipo de actividad ilícita. No deja huella.
¿De qué tipo de daños ambientales fueron testigos?
En El Bagre, Antioquia, el paisaje es devastador. Todo el Bajo Cauca antioqueño en realidad se ve así: montículos de tierra y huecos por todas partes, además de charcos de agua de muchos colores. Las quebradas, los ríos, se ven muy mal. He trabajado bastante con el tema del mercurio y voy a seguir. Es otro de los temas que trata el libro. Los estragos del mercurio en poblaciones como Segovia están a la vista.
Hay señores que tiemblan sin control, tienen problemas en su sistema nervioso. Y en otras partes del país pasa lo mismo. Hay gente enferma por esto. El mercurio es un veneno que se acumula y que no se va. Se acumula en los tejidos de los peces, de nosotros y ahí está el problema: es una bomba de tiempo, un envenenamiento gradual. Por eso es importante trabajar el tema ahora, documentarlo.
¿Cuál es la situación de los mineros?
Yo diría que la situación va muy mal. Los pequeños mineros permanecen en una encrucijada. Por un lado están los grupos armados, y por el otro lado está el Estado que reprime la minería ilegal, estas retroexcavadoras que abren huecos en los ríos. El problema es que los mineros pequeños dependen de esas máquinas para trabajar.
Algunos de los dueños de esas retroexcavadoras son más responsables con el medio ambiente que otros. Y no todos son delincuentes. Pero ellos también se quejan todo el tiempo de que es prácticamente imposible formalizarse con el Estado. El Estado nunca manda gente a las zonas mineras para que se puedan formalizar los pequeños mineros. Es lo que ellos dicen. Y finalmente la diferencia entre un minero legal y uno ilegal es un título minero.
¿Qué hacer entonces con la minería, con el oro en Colombia? ¿Cómo cambiar esa cara “maluca”?
Es complejo el tema. Pero hay una conclusión que tenemos Elizabeth y yo: hay formas de hacer minería de oro que no son dañinas para el medio ambiente y para la gente.
La forma de hacer minería tiene que pactarse entre la comunidad, el Estado y los privados. Porque para las comunidades la minería de oro puede ser de gran beneficio. Si 200 personas pueden entrar a un hueco y así poner comida en sus casas, pues de pronto hay una forma de organizarlo para que la comunidad asegure esa fuente de trabajo pero con control local y la participación y ayuda del Estado para capacitar a la gente en normas ambientales y buenas practicas.
El problema surge cuando las multinacionales explotan las minas. Cuando esto sucede, una veta de oro de mucho valor puede durar 30 años. El oro lo sacan por toneladas. En cambio si la misma veta es explotada por la comunidad de manera artesanal, muchísima más gente puede vivir de ese oro y por tiempo indefinido. El oro tiene tanto valor, que así se saque de a poquitos la gente puede comer, mandar a sus hijos al colegio, tener un hogar digno para dormir.
El oro no es malo de por sí. Es la manera como se explota lo que genera los problemas. Y hay ejemplos válidos en los que con la acción y voluntad del Estado se ha presionado para que la minería se practique en sintonía con las comunidades y no por encima de ellas.
La mirada de Elizabeth
“ Frente a lo que viene sucediendo con el oro, todo es complejo y de hecho no me atrevo a tener soluciones netas. Sin embargo, me parece que los aspectos negativos de la producción pueden ser mitigados con la legalización y normalización de la minería de escala pequeña y mediana. La minería en gran escala causa efectos ambientales muy graves. Además suele beneficiar mucho más a los extranjeros que a los colombianos. La compañías canadienses tienen antecedentes de abusos de derechos humanos. Al otro lado, tras la designación ‘ilegal’ a los mineros pequeños y medianos, surge la oportunidad para financiamiento de grupos armados, uso de mercurio, la falta de control del cianuro y otros daños físicos y sociales. Estas actividades tienen una historia larga, y no van a desaparecer. La pista más correcta (aunque, obviamente, muy difícil a seguir) sería intentar a normalizarlas y regularlas”.
http://www.elpais.com.co/elpais/cultura/noticias/batea-dos-caras-mineria-oro-colombia