Marcelo Segall
22/08/2021
Una viña en los alrededores de Santiago.
Entregamos hoy la cuarta parte de una nueva serie sobre la historia económica de nuestro país. El autor, investigador, comunista pero integrante de las filas del trotskismo, publicó este libro en 1958 a través de la Editorial del Pacífico. La obra se transformó en un clásico sobre el tema.
Tácticamente he dejado en el fondo del tintero la mitad de la composición social. He dejado olvidada, conscientemente, la agricultura. Hasta ahora he tratado el factor económico fundamental de Chile: la minería y sus hombres. No la composición total de la sociedad. La razón es simple: acentuar el factor más productivo y, con esto, señalar la debilidad de la producción agrícola. . I
Su historia es la de su evolución. Desde la conquista española a su consolidación, se puede clasificar desde dos puntos de vista: el cronológico y el geográfico. Y ambas formas en tres etapas. La primera, devenida directamente de la Conquista, en el siglo XVI, que abarcó desde el Desierto de Atacama al río Bío Bío. La segunda, establecida rápidamente a mediados del siglo pasado, en constante avance desde aquel río al canal de Chacao. Finalmente la tercera etapa, la implantación de la ganadería ovina, en la zona de Magallanes y Tierra del Fuego, a fines del siglo XIX.
Este desenvolvimiento tomó todas las formas de la dialéctica histórica: el proceso revolucionario, luego su evolución hacia formas más estables y definidas. En un ritmo lento, diré, paulatino a partir de un trasplante violento, por vías militares, de una sociedad con una cultura determinada, sobre otra. De un estadio inferior de técnica y desarrollo a uno superior de tipo capitalista. En un estudio económico de la tierra, el problema esencial es su esquema de desenvolvimiento, su devenir histórico, su proceso de formación y su constitución actual (1958), sus fines y medios.
La Zona Central
Esta es la primera etapa. La agricultura moderna nace con la encomienda y el repartimiento organizado por los conquistadores. El repartimiento y la encomienda fueron la expropiación violenta, sangrienta y necesaria de la tierra a sus primitivos habitantes aborígenes y su reducción a la esclavitud. Tal uso de la mano de obra se produjo por medio de una revolución en sus relaciones de producción; es decir, de la recolección primitiva y común del sistema tribal el régimen de explotación de una clase por otra.
Se ha asimilado el régimen de la tierra chilena desde la encomienda, y aún el de hoy, con el feudalismo estadio europeo, posterior al de la esclavitud de la antigüedad.
Con el fin de evitar estas confusiones y malos entendidos, en su comprensión, tanto de ese sistema como de su significado terminológico, nos detendremos previamente a definir y determinar qué es capitalismo y qué es feudalismo.
Feudalismo es, en el sentido económico, la relación de producción de un estadio de la sociedad caracterizado, específicamente, por la explotación agrícola y artesanal en pequeña escala, para el consumo directo del señor y de sus siervos.
Capitalismo es, en el sentido mercantil, al contrario, el modo de producción destinado al mercado, ya sea nacional o exterior en mayor o menor escala; esto significa, a su vez, un intercambio comercial o sea la producción de mercancías o valores de cambio, en este caso, productos agrícolas. Modo de producción caracterizado por la venta de su fuerza por el trabajador.
La encomienda se inició, en parte, para el uso privado del conquistador, pero el fin general era producir artículos para el consumo y abastecimiento de las ciudades y de la minería: poder producir mercancías, para el intercambio y pagar derechos a la Corona de España. En resumen, una evolución capitalista, pero de tipo colonial.
Durante el siglo XVI la actividad agrícola limitó sus perspectivas al abastecimiento nacional; en los siguientes la extendió a la exportación de sebo y de trigo a Lima. Vicuña Mackenna llamó a esa época de Chile, el país del sebo y del trigo.
Y otra cifra curiosa la da la venta de productos agrícolas al Perú en 1793: S 622.000 de exportación contra 458 mil 317 pesos de importaciones.
Cultivo de trigo.
La época contemporánea
La historia colonial española es interesante, pero mi trabajo corresponde al desarrollo capitalista a partir de 1848.
La gran propiedad campesina creada en la Edad Media tenía dos salidas históricas necesarias: o la gran explotación evolucionaba hacia las formas burguesas modernas a un ritmo proporcional a la exigencia de la demanda mercantil o bien las fuerzas productivas rompían los moldes antiguos, produciéndose violentamente la división y parcelación de la tierra. El primer caso lo describe Marx brillantemente en «El Capital», basado en la historia de Inglaterra del siglo XVI, época cuando se produjo la expulsión de los campesinos de la tierra. El segundo tiene su ejemplo más exacto en la revolución francesa, cuya división del suelo en granjas, constituye el modelo de la explotación pequeña burguesa; modelo continuado en la reforma agraria rumana de 1918 y en la región Lagunera de México con el sistema de los ejidos.
Mientras Chile parte directamente casi desde su conquista con relaciones capitalistas, los pueblos europeos pasan del feudalismo al régimen del capital durante un período que abarca desde las repúblicas italianas del 1300 hasta el siglo XIX. La encomienda y el repartimiento nacen como organización capitalista, pero en su etapa de acumulación primitiva forzada y con formas externamente feudales provenientes de la calidad de colonia que tenía Chile. Colonia que tenía Chile. Colonia dependiente de un Estado feudal. La economía encomendera y de repartimiento nace como factoría y empresa típicamente capitalista, pero cimentada en el trabajo esclavo. Empresas y factorías, condicionadas por las necesidades de la minería y su expansión, que exigieron nuevas y mayores fuentes de abastecimiento alimenticio. Esto es semejante a lo que Marx, y después Lenin, llaman «el mercado para la gran industria», pero, entendido como el «abastecimiento» de la industria minera. Gran industria en relación de proporción y cantidad de minas, por ser Chile un país de pequeña cantidad de habitantes y de gran producción exportadora. Y, realmente gran industria, a partir de la Guerra del Pacífico.
La necesidad de ampliar la producción y abastecer la creciente demanda, requirió impedir la huida de los trabajadores forzados (aborígenes); con ese fin se implantó la esclavitud. La historia de los yanaconas traídos por Pedro de Valdivia en su segundo viaje, es fácilmente explicable por esta causa. Pero, posteriormente, la sujeción forzosa resultó anti-económica: el trabajador esclavo labora desganadamente y exige un personal extra para su vigilancia. Y es esta razón -la realidad misma- la que obligó a los «señores encomenderos de horca y cuchillo» a convertir sus esclavos en trabajadores libres y jurídicamente nombrarlos inquilinos; caracterizados porque ejecutan un trabajo, de participación, no servil.
En la República esta situación se profundizó. El fundo es la historia del «ducho y rajadiablos» patrón que dio una libertad jurídica a sus inquilinos, que ya poseían realmente desde épocas muy pasadas.
Esto no significa que en casos particulares no perdurara el esclavismo. La declaración que la población chilena estaba compuesta de ciudadanos libres y con derechos electorales nominales consagró, patrióticamente, una situación ya existente.
Una de las pruebas más concluyentes de la existencia real de capitalismo en la agricultura chilena, en varios sentidos -mercantil y basado en trabajadores libres-, fue la facilidad de aplicar por simples decretos y leyes la abolición de la esclavitud y la liquidación de los mayorazgos. En cambio, cualesquiera de estas medidas de renovación social, al pretender aplicarse en los países cuya clase dominante basaba su predominio económico en la esclavitud o en la servidumbre, produjeron grandes luchas civiles, sangrientas guerras y divisiones. Basta con recordar algunas: la guerra civil norteamericana, la caída del «Imperio brasileño», las «guerras de la confederación» en Venezuela, las conmociones sangrientas en el Perú y la revuelta de Toussaint Louvertures en el Caribe.
En Chile, hubo oposición a estas leyes civilizadoras; pero, sin pasar de simples polémicas políticas originadas en el tradicionalismo conservador antes que en intereses creados realmente importantes.
Una excelente fuente de información y consulta la constituye la «Historia de Chile» publicada por don Claudio Gay; aunque de difícil consulta por su escasez. En ella, se encuentran descritas las formas y procedimientos para obtener el beneficio y la renta agraria en Chile. Contribución casi ignorada, no puedo decir si por desidia o por incultura.
Dice el sabio francés: «El inquilino paga en trabajo sus deudas, que en otros países se paga en dinero, como aun así no alcanza a saldarlas y quedar con cierta suma, cuando llega la época de la siembra se encuentra en la necesidad de ir a pedir prestado, no sólo la semilla, sino que también el instrumental y los animales necesarios para la labranza de la tierra que tiene a su disposición. Estos préstamos se hacen a veces con conciencia de parte del prestamista, pero generalmente éste sólo escucha su codicia y el pobre inquilino se ve obligado a pagar dos o tres veces más el valor de la semilla, lo que unido al alquiler de los instrumentos y a la yunta de bueyes que paga a razón de siete u ocho fanegas de trigo al año, reduce considerablemente sus cosechas y el interés de lo que ha recibido le sale a lo menos al 25 por ciento y con frecuencia al 50 por ciento y hasta el 75 por ciento. También le obliga a vender el restante de sus granos según convenios, lo que fija su valor al más mínimo precio».
Relación comercial, como se ve, absolutamente capitalista y no servil. Anualmente sucedía y sucede, rotativamente esta transacción llamada en economía política trabajo mediero que corresponde a la definición ya citada de Marx: «El peonaje es un adelanto en dinero sobre un trabajo futuro y este adelanto se practica como la usura ordinaria». Este procedimiento evidentemente era y es de una gran ventaja para el propietario de la tierra, pues el trabajador acicateado para obtener una cosecha lucrativa, que le permita sobrevivir todo el año, trabaja con un rendimiento forzado.
Cosecha en el siglo XIX.
La causa de la sumisión de los inquilinos no reside en el «sistema social feudal» hipotético, sino en las constantes deudas pendientes, que le obligan a ocupar el resto del tiempo en trabajar gratuitamente para su acreedor «benevolente». Acreedor que es su patrón.
El secreto de la liberación campesina en Chile reside en el esfuerzo que el inquilino hacía (hace) por cumplir el trato y quedar con algún excedente en calidad de utilidad y alimentación, lo cual, lo presiona a un trabajo de sol a sol.
Bajo las condiciones de deudor, es evidente que si el clima lo permite o lo obliga (por los imprevistos naturales de la agricultura) con el propósito de cuidar, defender la cosecha apuran el trabajo, ocupan las noches, y también a sus familiares. Ritmo de actividad que jamás ejercería si únicamente trabajara presionado por la simple sujeción, dura pero esquivable con un poco de habilidad.
Me parece que puedo, con esto, poner fin a la leyenda patriarcal (o semi feudal) de las relaciones familiares entre patrón e inquilino. Para los defensores del actual (1958) régimen agrario, el patrón es un patriarca bondadoso. Para sus enemigos, mal informados, un feudal.
El historiador y agricultor Francisco Encina-los declara «patriarcas», o sea en el fondo un benéfico feudalismo. Desde el otro campo, el historiador socialista Julio César Jobet, «feudales o semi feudales».
La totalidad de los problemas agrarios sólo pueden ser expuestos, en forma definitiva, a partir de la publicación de la documentación económica y social de la agricultura, desde la conquista hasta su consolidación actual (1968); labor por desgracia no muy fácil. Investigarla, requiere una generación de «Toribios Medina»; editarla, un medio social adecuado, monetariamente apto y condiciones políticas favorables.
La gran superficie no es la característica fundamental del feudo. Puede tenerla como la tuvo el esclavismo y el Imperio Romano. Pero también existe en la capitalista Inglaterra. Lo que caracteriza al feudalismo es la relación clasista de señor y siervo. Otra costumbre para definir al terrateniente nacional como feudal, es aquella que parte de las costumbres familiares y externas, es decir de un carácter moral, orientación muy notoria en Julio César Jobet. Arranca su actitud del hecho que la gran mayoría de los propietarios de la tierra es descendiente de antiguos mayorazgos y encomenderos, lo cual les crea la posibilidad de un tradicionalismo de casta privilegiada y una ostentación de nobleza provinciana. Tampoco esto altera la forma capitalista de producción, que es lo esencial.
El capitalismo agrario en la Zona Austral
La historia militar de las guerras de la Araucanía es la historia de las tentativas de conquistar la tierra austral para la explotación y los hombres para su trabajo. Conquista en que fracasaron los incas «Hijos del sol», después los colonizadores peninsulares y, conseguida finalmente por el Ejército de la Frontera, en la época del auge del capitalismo mercantil-minero, en el último cuarto del siglo XIX.
La siniestra pero indispensable trayectoria de la conquista del suelo araucano significó la expropiación de la tierra, el asesinato o la reducción de sus habitantes de hombres libres, poseedores comunes del suelo, a inquilinos y desplazados. El régimen de la tierra había permanecido bajo casi las mismas condiciones desde la época precolombina; pero, el avance del capitalismo, en su natural necesidad de nuevas fuentes de producción, exigió su transformación y cultivo. La altivez de sus habitantes aborígenes, auxiliada por las condiciones geográficas favorables; la gran cantidad de selvas; los ríos torrentosos y las lluvias incesantes, lo había impedido por espacio de cuatro siglos.
La historia de la expropiación de la tierra en el centro del país, desde la zona comprendida entre el desierto de Atacama hasta el Bío Bío por Pedro de Valdivia y sus continuadores, fue distinta. Tres factores favorecieron la eficacia de la invasión española:
Primero, la labor de ablandamiento hecha por los incas que ya poseían el Estado, una organización primitiva de clase y casta, un estadio cultural más avanzado y una religión coordinada, situación que permitió a los nuevos conquistadores, utilizar más o menos fácilmente a sus habitantes, desde ya, dominados. Se produjo simplemente un reemplazo de amos, aunque más crueles. Los incas habían reducido a los antiguos habitantes de Chile central a su dominio, obligándolos al trabajo de las minas, al cultivo de la tierra y al pago anual de una contribución. La llegada de los españoles solamente profundizó a otros límites una situación social ya dada, existente.
Segundo, las características de la naturaleza impedían su defensa: ríos menores, grandes extensiones planas y valles y un porcentaje mucho menor de inclemencia en el clima. Y tercero, la existencia de lavaderos y minas de oro, algunas en explotación, esto último, un interés fundamental de la conquista.
En cambio, más al sur, sus habitantes eran de un grado más primitivo de cultura. Está probado que los grupos sociales correspondientes a estadios del matriarcado, deben ser práctica y físicamente eliminados en la conquista, pues ignoran el papel de las clases y la propiedad, defendiendo su vida anterior con su existencia misma, ya que no entienden ni presienten otro género de existencia.
Los ejemplos son abundantes. He aquí algunos: los siboneyes, en las islas Antillas, componen una raza desaparecida; los tasmanos, en la Oceanía, constituyen una nación sólo conocida por la historia; muchos pueblos de la costa del Brasil, únicamente son conocidos sólo por los análisis de los arqueólogos y en pleno siglo XX fueron eliminados los habitantes nativos de Tierra del Fuego, llamados Onas. Pero, esta eliminación física en la Araucanía fue imposible de ejecutarla con los medios militares de los ejércitos de España. Era indispensable una técnica más avanzada capaz de combatir a una distancia mayor que el alcance de la flecha indígena. Esta capacidad guerrera sólo era posible con las condiciones geográficas regionales, con una artillería superior y fusiles de buen alcance, todo esto unido a condiciones sociales correspondientes a una fase más avanzada de la sociedad capitalista.
Lo que el arcabuz ibero no había logrado, lo logró la artillería del capitalismo moderno en expansión. La gran demanda de abastecimientos alimenticios de la minería dio lugar a la ambición creciente de conquistar las zonas inexplotadas y vírgenes de la Araucanía. Y es así como en 1859 comienza la conquista capitalista de la zona austral por el Ejército de la Frontera al mando del coronel Cornelio Saavedra.
Se establecieron fortines en Angol, Mulchén, Toltén y otros sitios, en cuyas vecindades se procedió al reparto de las tierras más fértiles en forma típicamente burguesa. La apropiación del suelo comenzó entre los jefes militares y a su cabeza Cornelio Saavedra y continuó entre sus amigos o colaboradores. Pronto los favoritos fueron dueños de las mejores tierras, especialmente las cercanas al río Bío-Bío.
Fueron tales los abusos que José Victorino Lastarria en una sesión del parlamento (el 10 de Agosto de 1868) denunció violentamente estos latrocinios y negociados, dando lugar a nuevos cargos y descargos. Uno de estos, es la auto defensa del jefe militar máximo de la Araucanía, Cornelio Saavedra expone: “Recibí en pago de una cantidad de pesos que me adeudaba don José María Rodríguez, un fundo de cuatro mil cuadras de terrenos situados en el departamento de Nacimiento, subdelegación de Mulchén».
Está demás recordar que las operaciones militares del «pundonoroso» oficial eran exactamente en el mismo territorio. Este jefe, posteriormente trató de congraciarse con los políticos y propuso oficialmente al Estado el remate de los terrenos excedentes en lotes de 200 hectáreas, pagaderos en 30 años con un interés anual del 2 por ciento, proposición que no se pudo hacer efectiva debido a la resistencia valerosa de los habitantes autóctonos.
Los araucanos, con la cooperación de Francia y de su agente Aurelio de Tounens, lograron destruir los fortines construidos en el interior de la Araucanía.
Durante veinte años continuaron las escaramuzas entre los araucanos y el Ejército de la Frontera. A un avance militar seguía un malón araucano, a éstos un parlamento, después una tropelía de represalia y finalmente un asalto de los pueblos fronterizos.
Años después, en 1880, un acontecimiento especial alteró el equilibrio de la balanza. El Ejército de la Frontera recibió un refuerzo extraordinario: los contingentes que procedían de la «guerra victoriosa del Perú». Las tropas conquistadoras del salitre traían, con su regreso, tres problemas graves para el gobierno: un riesgo político, la tradicional intervención de la fuerza militar en defensa de sus intereses futuros, una dificultad, cómo contentarlos sin grandes gastos nuevos, o sea cargas e impuestos, (el parlamento nacional compuesto de miembros de la oligarquía agraria, de los bancos y de los mineros, por mutuo interés se opondría tenazmente a contribuir) ; y una imposibilidad, la de desmovilizarlos, sin garantizar su satisfacción material y su porvenir económico. La salida virtual de estos problemas la habían planteado, en Lima, los jefes militares, en repetidas ocasiones: consistía en la conquista de las tierras de Arauco.
Después de un parlamento falaz con los araucanos y de promesas jamás cumplidas, las tropas entraron a saco a la Araucanía; reconstruyeron los fortines destruidos, terminando la campaña en Villarrica el 1° de Enero. La prensa de la época se refirió a esta empresa como «la acción definitiva para civilizar a los bárbaros».
He comentado únicamente dos campañas. Son las principales. Pero, la lucha social entre el capitalismo y un estadio anterior a las clases, que se presentaba, por un lado, como la defensa de la independencia araucana y, del otro, como la acción civilizadora, tuvo muchas alternativas interesantes.
https://interferencia.cl/articulos/la-apropiacion-de-las-tierras-agricolas-para-beneficiar-la-mineria-y-la-banca