A pesar de estar en una zona de ríos y lagos, la actividad minera puede producir escasez de agua para las comunidades dedicadas a la actividad agrícola, afirma el investigador Tom Perreault sobre el panorama extractivo en Bolivia y Perú. Un panorama que describen y analizan nueve investigadores en el libro «Minería, agua y justicia social en los Andes: experiencias comparativas de Perú y Bolivia».
Perreault, editor del libro, explica que si bien la situación de la actividad minera en ambos países es difícil de caracterizar y generalizar por su complejidad, está claro que en ambos casos las geografías de la minería y del agua son «coproducidas», es decir que se afectan recíprocamente.
Según Perreault la situación dentro de las comunidades en las zonas de explotación minera es muy diversa y es difícil generalizar. En Bolivia la mayoría de la actividad minera se ubica en la región altiplánica, principalmente en Oruro y Potosí. Estos departamentos tienen historias profundas de explotación minera que datan a la época colonial (y de hecho, en muchos lugares, de la época prehispánica). Lo que es más, en el altiplano hay pocas alternativas económicas: a causa del frío, aridez, y altitud, la agricultura no es muy productiva y siempre ha habido mucha migración fuera de la zona (a las ciudades principales de Bolivia, o a Argentina o Brasil).
En este contexto -continúa-, la minería, y especialmente las cooperativas mineras, representa una fuente de empleo para muchas personas de la región. Así es muy difícil oponer la minería en Oruro y Potosí, a pesar de que existen muchas comunidades que padecen de la contaminación minera. Aún en las comunidades más contaminadas, hay residentes que apoyan la minería por las regalías, empleo y otros beneficios que trae. Éste es el caso especialmente en las comunidades «agromineras».
«Hay que entender que también existen comunidades campesinas, que no se benefician de la minería (ni en términos de empleo ni de regalías), pero reciben mucha de la contaminación que proviene de las minas e ingenios (en forma de copajira, metales pesados, químicos, etc.), y que se ha depositado en y transportado por los ríos Desaguadero, Huanuni, Poopó, Pilcomayo, etc. Éste es el caso, por ejemplo, en las comunidades río abajo del ingenio de Machacamarca (en la comunidad de Alantañita, en la boca del río Huanuni), donde viven pocos o nadie que trabaje en la minería, pero que recibe la mayor parte de los sedimentos contaminados (y donde la tierra ya no produce y no se puede cultivar nada).
Asimismo, hace énfasis en que la minería requiere grandes cantidades del agua, especialmente en el procesamiento de mineral en los ingenios. La minería no podría existir sin el agua. La geografía de la minería –es decir, dónde existe y cómo funciona la minería– es posible a causa de la producción de un «paisaje hídrico» que abastece las minas con agua. En este sentido, «paisaje hídrico» refiere tanto a la infraestructura física de represas, tubería, canales, bombas, pozos, etc., como a la infraestructura social del contexto normativo de derechos al agua, las prácticas y «usos y costumbres» que gobiernan su uso, las percepciones, creencias y normas sociales, etc., que afectan la manera en que la sociedad gestiona el agua. En este contexto, la geografía del agua –cómo y dónde existe en la naturaleza y cómo es gestionado el recurso a través de las infraestructuras físicas y sociales– afecta en gran parte (y hace posible) la geografía de la minería. Y la minería, a su turno, afecta en gran parte la geografía del agua: su disponibilidad para usuarios río abajo, su calidad y cantidad, etc. Por ejemplo, en la zona del río Huanuni existe mucha agua, pero el agua que hay es sumamente contaminada, y no está disponible para los comunearios.
Se puede decir que es una geografía de escasez del agua producida por la minería –a pesar de la presencia de mucha agua en el río Huanuni y el Lago Uru Uru.
Perreault afirma que en Bolivia hay pocos conflictos abiertos a causa de la falta de oposición organizada a la minería (y el poder político, económico y social que tiene la minería en el altiplano boliviano). El caso excepcional es Challapata, en Oruro.
En Bolivia, el grupo Coridup (Coordinadora en Defensa del Río Desaguadero y Lagos Uru Uru y Poopó), que aglutina alrededor de 80 comunidades rurales y barrios urbanos en Oruro, ha trabajado desde 2006 para mejorar las condiciones ambientales y sociales en las comunidades afectadas por la minería. Es importante notar que la Coridup no se opone a la minería, sino que quiere que las empresas y el Estado actúen con responsabilidad y conforme a los requisitos de la ley del medio ambiente.
Poca oposición
Finalmente, el investigador asegura que en Bolivia la mayoría de la minería se ubica en el altiplano, que tiene una historia larga de actividad minera. En esta zona hay poca oposición a la minería (con excepción de la zona de Challapata), y un porcentaje mayor de la población se involucra directamente en la minería (o como cooperativistas, o empleados de privados o de Comibol, o se dedica a actividad minera artesanal, como relavero, palliri, etc.). La estructura del sector minero difiere entre los dos países en el sentido de que en Bolivia los cooperativas son bien fuertes, y representan alrededor de 48% de la producción minera (más o menos igual al porcentaje de los transnacionales y privados bolivianos –la famosa «minería mediana») y alrededor de 88% de la mano de obra (es decir, 88% de los mineros pertenecen a cooperativas).
En Bolivia el sector estatal (Comibol) representa un porcentaje mínimo, alrededor de 6% de la producción y 6% de la mano de obra. La excepción importante está en Oruro, donde se ubica la minera Huanuni y la fundición de Vinto, que pertenecen a Comibol.
De igual modo, afirma- en Bolivia existen casos de injusticia, donde las mineras contaminan el agua y/o los suelos y dejan a los vecinos de las minas sin agua y tierras sin compensación.