La crisis social que vive Jáchal no es solo por el derrame de millones de litros de cianuro en las aguas del Río Jáchal. Lo que pasa en el pueblo es mucho más grave. Pero hace tres meses comenzó a notarse con mayor intensidad. Ninguna institución fue capaz de advertir que Jáchal está pobre, desamparada, analfabetizada, violentada, con grandes casos de violencia de género, con adolescentes adictos y con altos índices de pobreza. Los jachalleros deben recuperar la identidad de un pueblo que fue arrebatada por el falso ideal de progreso que les vendió el gobierno de Gioja y las mineras.
Carpa de la vida. Dónde cientos de jachalleros hacen turno para seguir resistiendo contra Barrick Gold.
Entre el 12 y 13 de septiembre de este año se conoció la verdad más terrible de la historia de Jáchal. Una historia que no debería haber sido parte de la construcción de la vida del pueblo norteño, sino que fue insertada por el poder de una corporación del gobierno nacional y provincial. Barrick derramó tantos millones de litros de veneno como verdades.
Han pasado tres meses y todavía Jáchal espera una respuesta. Por parte de la empresa, de Gioja, del intendente que acaba de dejar su mandato, de su diputado provincial, en fin, de todos. Ninguno de esas personas elegidas por el propio pueblo, a excepción de Barrick, pudo sentarse con los jachalleros, mirarlos a los ojos y decirles que habían herido de muerto a su ciudad.
Nadie del poder político hizo realmente un trabajo de contención social a un pueblo que, al pasar los días fue demostrando más carencias de políticas de Estado que de la defensa del medio ambiente.
Ninguna institución fue capaz de advertir que Jáchal está pobre, desamparada, analfabetizada, violentada, con grandes casos de violencia de género, con adolescentes adictos y con altos índices de pobreza. Ni la justicia ni la iglesia pueden decir que hicieron algo. Sobre todo cuando hace años trabajan al servicio, directa o indirectamente, de la minera multinacional canadiense.
Están pobres sí. Cada vez son más las familias que no solo discuten y se preocupan por el agua contaminada, sino que piden comida y leche para sus hijos. Un trabajo.
Están desamparados sí. Desde que pasó lo del derrame en Jáchal nadie del Estado provincial fue a verlos. Nadie. Ni mucho menos José Luis Gioja, el reciente ex gobernador de San Juan. Ese que se infla el pecho afirmando ser jachallero y nunca fue al suelo que lo educó. La única visita de peso que tuvo Jáchal fue el jefe de la iglesia católica sanjuanina, Monseñor Alfonso Delgado. El cura llegó a hablar de paz social al pueblo. Pero no recorrió ni un distrito dónde está asentada la pobreza norteña.
Hay asambleístas en el acampe ubicado en la plaza del pueblo que no saben leer ni escribir. Lamentablemente no pueden hacerlo. Pero aun así se mantienen firmes y convencidos que Barrick los contaminó. Están resistiendo en defensa de la vida, de sus tierras, su valle y el agua. Pero siguen sin saber leer. Ya son grandes. Algunos peinan varias canas. Verlos ahí es la muestra real de que han pasado años sin ser tenidos en cuenta. Sin que ningún gobierno los eduque. Sin que las sociedades políticas se preocupen de ellos. Una sola persona que no sepa cómo escribir su propio nombre dentro de un pueblo es terriblemente doloroso. Arroja una verdad: un Estado ausente con un derrame de por medio. Esos pequeños ejemplos son los que están describiendo Jáchal ahora.
En pleno siglo XXI. En pleno traspaso de mando gubernamental. En plena era tecnológica Jáchal no tiene internet ni un equipo de avanzada en hospital departamental que se cae a pedazos.
Están violentados sí. Los casos de violencia de género en Jáchal son muy graves. Cada vez se naturaliza más la violencia machista. Gran parte de la sociedad jachallera deja naturalizar las agresiones físicas hacía las mujeres, a los niños y a cualquiera. Eso no es otra cosa más que un producto de falta de integración de un pueblo que hoy comenzó a alinearse detrás de la defensa de los bienes comunes como canalizador de descontentos. La carpa -de la vida- frente a la municipalidad que montaron hace casi más de dos meses en Jáchal es muestra de eso. Basta con llegar ahí y encontrarse con historias de distintos tenores. Aun así están resistiendo una crisis social y ambiental. Económica y política. También cultural y de clase. Una crisis que no se sabe cuándo puede explotar.
El enojo es grande en Jáchal. Aunque sean pocos en las asambleas semanales que realizan los jachalleros se sabe que la mayoría del pueblo está atento y sabe lo que está pasando. Muestra de ese apoyo fue la Fiesta de la Tradición que se realizó el pasado mes. Cuándo una bandera flameó en una montaña durante una presentación artística en el Anfiteatro natural Buenaventura Luna con una consigna en defensa del agua. Casi todos los que asistieron a la fiesta comenzaron a gritar “Jáchal no se toca”. Ese simple gesto visibiliza apoyo. Que el pueblo está.
Están adictos sí. Lamentablemente las drogas en Jáchal corren como el cianuro en los ríos. Mientras los jóvenes son anestesiados y excluidos por drogadictos, no se hace otra cosa que desconocer bajo una vista gorda y desentendida del flagelo que ya está instalado en el pueblo.
No es ser apocalíptico al mencionar estas carencias jachalleras es demostrar que desde que Barrick contaminó, reprimió y explota al pueblo, Jáchal mismo también está por hacerlo. No es nada bueno lo que pasa ahí. Un pueblo carente de políticas de inclusión social se sostiene de un hilo muy delgado. Esa fina línea puede romperse y cambiar la trama social del lugar para siempre.
Los jachalleros deben recuperar la identidad de un pueblo que fue arrebatada por el falso ideal de progreso que les vendió el gobierno de Gioja y las mineras.
Por eso, tras cumplirse un mes más del derrame, uno recuerda como era el pueblo antes y como lo es ahora. Vale la pregunta: ¿Qué Jáchal se quiere?
Mientras tanto, el valle jachallero ya no es el mismo. Tiene otro humor y carácter. Parece que su resistencia comenzó por el agua pero de a poco se va trasladando a todos los flancos para ser un pueblo libre, educado, inclusivo, rico y con tradición. En fin, como solía ser.