Con ritmo de thriller, una investigación desnuda los abusos de la minería a cielo abierto y las miserias de la mala política.
Traficantes de armas, contras centroamericanos, extraños magnates árabes, agentes encubiertos de la CIA y la infaltable familia Bush.
Los malvados personajes de un thriller internacional acaban por fundirse en las miserias de la política doméstica gracias al regreso de Miguel Bonasso al periodismo de investigación. Desde el título del libro, El Mal, Bonasso se planta en su lugar predilecto: el denunciante, el hombre que, como pedía Rodolfo Walsh, se atreve. Y no le queda nada mal. Aun cuando su nueva obra no vaya a marcar un hito como sus clásicos Recuerdos de la muerte y El Presidente que no fue, aquí le sobran datos y pluma para dejar en evidencia los atropellos de la Barrick Gold, del gobierno de San Juan y finalmente del kirchnerismo en favor de la explotación minera a cielo abierto.
El mal es el cianuro que se usa en la lejana y a la vez cercana cordillera bajo la farsa de la minería responsable. Pero también es mucho más que eso: el agua a montones que consumen las mineras a precio vil; el riesgo hipotecado para las futuras generaciones; ni hablar de la aniquilación de los resortes morales en defensa de lo público.
Para los que no lo saben, hay un Tercer País. Está ubicado en la cordillera argentino-chilena y tiene reglas propias que se ocultan detrás de las sonrisas que los Gioja y Cristina Kirchner le dedican a Peter Munk, un ex chico sobreviviente del nazismo que ha llegado a la cima del mundo como dueño de la Barrick Gold. Munk es un hombre de trajes impecables que representa al sistema de poder que parece dominar al mundo. Y ese sistema, El Mal, es consecuente y no se detiene si no lo frenan. Entre los socios iniciales de Munk, Bonasso nos recuerda al mismísimo Adnan Khashoggi, el mayor traficante de armas de la tierra, involucrado en el escándalo del Irán-Contras. Sólo un par de déçadas más tarde, el mismo Munk termina firmando un acuerdo secreto con los gobiernos de Argentina y Chile para pagar monedas a cambio de llevarse el preciado oro. No hay entonces golpes de suerte. Es la lógica pura de la moral corrompida.
El ritmo es, por cierto, atrapante. Aunque se le puede cuestionar cierta demora en «ir a los bifes». Bonasso parece fascinado con la génesis del imperio de la Barrick –allí los espías de la CIA, los magnates árabes y hasta masacres de mineros pobres en Nueva Guinea–, pero demora 140 páginas en arrimar al lector hacia la conexión local del problema, es decir, a Veladero y Pascua Lama, a los glaciares y periglaciares.
Periodista de toda la vida, uno de los más notables de nuestro medio, Bonasso finalmente se deja influir por su rol de diputado, al que accedió en 2003 y del que acaba de despedirse. Lo más sabroso del relato se encuentra justamente cuando el autor sincera esa fusión entre el periodista y el político activo, un escenario propio de otros tiempos, cuando los intelectuales eran protagonistas de la vida pública. De pronto la primera persona ocupa el centro de la escena y Bonasso nos empieza a contar los vaivenes de la vida parlamentaria y la batalla por conseguir una ley minera que le ponga límites a la barbarie del oro.
Los adjetivos que en la distancia de las primeras páginas parecen abusivos, se le hacen innecesarios a medida que la acción cobra cuerpo. Está dicho que siempre es mejor mostrar que decirlo y eso es lo que hace. Por caso, su descubrimiento del «gatopardismo» oficial, su decepción personal por el veto de Cristina a la primera ley minera. Y finalmente su triunfo, luego ultrajado, que permitió una segunda y acaso definitiva ley de preservación de los glaciares.
La investigación sobre un tema complejo, en principio de difícil acercamiento, se resuelve con solvencia gracias a la elección del tono narrativo que caracteriza toda la obra de Bonasso. Ahí están sus recursos literarios, sin citas molestas ni datos innecesarios, con pequeñas o grandes escenas que se dejan ver e invitan al lector a subirse a la cima de una montaña o a ingresar a una cita de empresarios en lo alto de una torre luminosa.
Bonasso es, sin duda, uno de los grandes cronistas de los últimos 40 años de la Argentina. Con El Mal, no ha hecho más que confirmar que ciertas voces, en ciertos ámbitos, son vitales para, como decía su querido Perón, correr los pabellones que ocultan la mercancía.
Nuestro medio ambiente esta en peligro. Es mi profundo y patriótico deseo que alguna organización presente la pertinente demanda judicial y que la prensa cubra y haga pública la devastación a la que estamos sometidos los argentinos.
Blog de la Revista Ñ