Eduardo Gudynas
09/05/2022
Imagen: Vanguardia
La actual crisis de inflación que sacude al mundo es distinta a las anteriores. Un grupo de grandes economías está intentando dejar atrás los combustibles fósiles para evitar el cambio climático. Ese viraje tuvo una incidencia determinante en los mercados globales de carbón e hidrocarburos, en muchos minerales y en la agricultura, y todos ellos contribuyeron a la inflación. Al mismo tiempo esa alteración climática que se quiere contener, ya tiene consecuencias, tales como sequías o inundaciones, que producen mayor volatilidad y precios en algunos alimentos, contribuyendo a la inflación. La invasión de Rusia a Ucrania aceleró y acentúo todas estas problemáticas, y sus repercusiones llegan a nuestra América Latina.
Estamos ante reordenamientos y cambios en el uso de las materias primas. Unos cambios que no siempre son comprendidos por los economistas convencionales, pero que los inversores y analistas de mercado advirtieron desde el año pasado. Entendieron que el concepto de estanflación, esa combinación entre una alta inflación y bajo crecimiento económico o estancamiento, no era el más apropiado (1). Propusieron calificarla como una verdeflación, una inflación verde. Lo confirma el Banco Mundial, que acaba de advertir que nos encaminamos a los más altos precios de las materias primas en los últimos 50 años.
El proceso estaba en marcha desde hace más de un año, y se debe a distintos factores, varios de ellos operando en oposición. Muchos países industrializados, y en especial los de la Unión Europea, con el propósito de evitar el cambio climático impusieron planes de transición energética que pasan por abandonar los combustibles fósiles, como carbón o hidrocarburos.
En paralelo a esa intención, y en parte alimentada por ella, los precios de esos energéticos aumentaron, y en ello operaron varios factores. Los petróleos más accesibles y de mejor calidad se están agotando, y los que los reemplazan son más caros y difíciles de extraer y procesar. Los grandes inversores están abandonando ese sector sabiendo que tiene los días contados. Los países petroleros reaccionaron aprovechando sus condiciones de oligopolios pujando por los mayores precios posibles antes que se universalice la despetrolización. El propio gobierno Ruso reconocía hace un año atrás que sus yacimientos habían traspasado el pico de petróleo, y por ello esperaban escalar su extracción y comercialización antes que no fuera posible (2). Al mismo tiempo, ciertos sectores que queman combustibles fósiles se encarecen, en unos casos porque deben pagar tasas por emitir gases invernadero y en otros por la inminencia de impuestos transfronterizos como los que está anunciando la Unión Europea.
La guerra en Ucrania entreveró más la situación dadas las medidas europeas que comenzaron bloqueando la importación de carbón ruso, le siguieron las coordinaciones para abandonar la compra de crudo, y entretanto se reducen las de gas. Todo esto generó más convulsiones y alzas en los mercados de hidrocarburos.
Esa misma transición energética apostó a otras fuentes de energía, tanto en Europa como en Norteamérica. Además aprovecharon la caída en los costos; en la generación de electricidad esos modos alternativos ya son más baratos que las plantas convencionales que queman combustible fósil. De todos modos debe tenerse presente que el consumo de energía es tan alto, y permanece tan dependiente de los hidrocarburos, que el ritmo y escala del reemplazo hacia molinos de viento o cualquier otra alternativa de ese tipo, llevará unos cuantos años.
De todos modos, esos cambios alimentaron la demanda por minerales que son esenciales para los molinos de viento, los paneles solares o las baterías. La voracidad por el cobre, litio, cobalto, níquel y otros minerales, hicieron subir sus precios; por ejemplo, en el litio el alza fue de aproximadamente un 1 000 % en los dos últimos años. A la inversa de lo que sucede en los hidrocarburos, donde hay inversores que se retiran y obstáculos que se suman, aquí el alza de precios se debe a la llegada de más inversores y la avidez de los gobiernos.
En muchos casos esa minería se hace en América Latina y otros países del sur, donde enfrenta una creciente resistencia ciudadana por sus impactos ambientales y sociales, lo que aumenta los costos de operación o vuelve a algunos yacimientos inexplotables. Entretanto, no pocos gobiernos quieren disputar una tajada más grande de esas ganancias y elevan las regalías. El resultado de todos los factores es que los precios de casi todos los minerales se dispararon, y ello también alimenta la inflación.
El aumento del precio de los hidrocarburos afecta directamente a los sectores agropecuarios, desde los fertilizantes a los costos de operación de la maquinaria. Esos incrementos están teniendo efectos muy severos en varios países, como ocurre en Perú con pequeños agricultores y campesinos que no tienen acceso a fertilizantes o no los pueden pagar, y por ello abandonarán cultivos claves como el arroz. Los cultivos que se abandonan o reducen obligarán a algunos países a importar alimentos, y por una vía u otro, sus precios aumentarán.
El cambio climático que se quiere evitar ya tiene consecuencias que golpea a la producción agropecuaria, encareciendo los precios de algunos alimentos. Basta recordar la sequía que afectó a Paraguay y distintas áreas de Brasil y Argentina, impactando sobre sus cosechas. Hay productores rurales en el Cono Sur sudamericano que podrían festejar los altos precios por ejemplo de la soya que exportarán, pero los costos de sus insumos y combustible también se elevaron; sus márgenes de rentabilidad se estrechan, y cualquier problema climático podría tener consecuencias nefastas. Algunos decidirán no sembrar, por ejemplo trigo, ya que requiere más fertilización y es más sensible al clima, y se volcarán a la soya. Si eso sigue su marcha, la diversidad de cultivos se estrechará más, y se agravarán los problemas con los precios de los alimentos.
La guerra en Ucrania acentúo estos problemas, y ahora encontramos que el precio del trigo aumentó proporcionalmente más que el del petróleo, y los fertilizantes más que cualquiera de ellos. Son incrementos encadenados que responden a distintas causas, y entre ellas la escasez de recursos naturales.
Aumentos en los precios de energía, alimentos y fertilizantes entre 2020 y 2022, y proyecciones para 2023-24. Basados en un índice 100 para los precios de 2010. Redibujado del Commodity Outlook, Banco Mundial, abril 2022.
Esto hace que la verdeflación sea distinta a las anteriores. Se mezclan restricciones en la oferta, por ejemplo en hidrocarburos, con las consecuencias de mayor inversión, como ocurre con la expansión en la producción de baterías. El Banco Central Europeo lo reconoce, pero advierte que no solo no renuncia a la transición energética sino que desea acelerarla (3). Contemplan medidas adicionales, tales como limitar el endeudamiento que pueden tener emprendimientos contaminantes o favorecer más a las inversiones en energía renovables.
En cambio, en América Latina estas cuestiones casi no se discuten, y es una incógnita si nuestras autoridades financieras las conocen. Pero entretanto hay síntomas de descontento social y los antecedentes históricos muestran que pueden escalar en protestas muy intensas. Téngase presente que el aumento de los precios de los combustibles que ya está en marcha en varios países tiene consecuencias que se expanden en otros sectores, y muchas de ellas alimentan aún más la inflación. Esa situación es delicada porque en América Latina existen antecedentes de protestas ciudadanas intensas en reacción a los aumentos de los combustibles, que ocurrieron por ejemplo en México, Bolivia, Ecuador y en Brasil. En este último país, en 2018, el paro de los camioneros fue de enorme intensidad, y fue aprovechado por quien entonces era un desconocido legislador, Jair Bolsonaro.
En los últimos meses, bajo el contexto generado por la guerra en Ucrania, ya se han disparado protestas contras las alzas en los combustibles en Chile, por ese motivo pero también por los costos de los alimentos y fertilizantes, tuvieron lugar paros y movilizaciones en Perú, y en parte por desarreglos con los combustibles, los agricultores argentinos se manifestaron en pleno centro de Buenos Aires.
Como la verdeflación es una crisis de otro tipo, los ministros de economía y directores de bancos centrales no podrán solucionarla por sí solos. No está en sus manos resolver la guerra en Ucrania ni pueden decretar que mágicamente habrán mas yacimientos de cobre o litio. Esas son condicionalidades políticas a su vez insertadas en contextos y límites ecológicos inamovibles. Para abordarlas es indispensable pensar la economía de un modo radicalmente distinto. El primer paso es comprender que esta inflación es distinta a las anteriores.
Notas
1. ‘Greenflation’ threatens to derail climate change action, R. Sharma, Financial Times, 2 agosto 2021, https://www.ft.com/content/49c19d8f-c3c3-4450-b869-50c7126076ee
2. Russia may have passes peak oil output – Government, The Moscow Times, 12 abril 2021, https://www.themoscowtimes.com/2021/04/12/russia-may-have-passed-peak-oil-output-government-a73558
3. Es la posición por ejemplo de I. Schnabel, integrante de la commisión ejecutiva del Banco Central Europeo; véase A new age of energyinflation: climateflation, fossilflation and greenflation, I. Schnabel, presentación del 17 marzo 2022, https://www.ecb.europa.eu/press/key/date/2022/html/ecb.sp220317_2~dbb3582f0a.en.html
Eduardo Gudynas es analista en el Centro Latino Americano de Ecología Social. Una primera versión de este artículo se publicó en distintos medios y es un adelanto de una sección en el libro “Muy lejos está cerca”, sobre los impactos de la guerra de Ucrania en América Latina que publicará la Red Peruana por una Globalización con Equidad con el auspicio de Cooperacción. Redes: @EGudynas
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