En esta segunda entrega de la investigación exclusiva de La Estrella de Valparaíso, el testimonio de las mujeres de los ex mineros de la Fundición Ventanas que han fallecido a causa de la contaminación con metales pesados».
LUIS MIRANDA
Texto completo de la nota publicada en la edición de hoy de La Estrella de Valparaíso
Raúl Lagos Bastías estaba enamorado de la Fundición Ventanas. Ingresó en el año 1965 a trabajar y sus vecinos lo consideraban un privilegiado porque esa planta significaba el progreso en una zona prácticamente muerta.
Allí pasó 25 años plenos. Su esposa e hijos prosperaron en una casa cercana a la empresa. A pesar de que siempre llegaba con un sabor ácido en el paladar, de que la almohada de su cama quedaba verde al despertar en las mañanas y de que su mujer se quejaba de lo sucia y tóxica que estaba su ropa al ser lavada, Raúl Lagos se sintió agradecido por su suerte laboral una vez que cumplió su último día de trabajo en la Fundición.
El único evento complicado durante sus años en Ventanas fue un accidente en el que se quemó con cobre.
“Tenía la espalda llena de ampollas y los talones se le pegaron a los zapatos. Lo llevaron al policlínico y cuando volvió a la casa le brotaba agua verde del cuerpo. Era cobre”, cuenta Eliana Morales, su viuda.
Pero, para Lagos, era el precio que tenía que pagar por el bienestar de su familia. En Ventanas les hacían exámenes de rutina y les decían que todo estaba bien.
Diez años después de haberse retirado empezó a perder la memoria. Su familia lo llevó a un médico, el que determinó que Raúl sufría de Alzheimer. Estuvo así por un tiempo hasta que su estado de salud empeoró. Bajó drásticamente de peso y comenzó a sentir dolores horribles que lo hacían gritar.
La contaminación de metales pesados, hasta ese momento inactiva, se había apoderado de su cuerpo. Raúl Lagos y su familia no lo sabían, pero él estaba condenado a morir de una manera horrible.
Habérmelo dicho
Eliana Morales vio cómo su marido se estaba consumiendo por dentro. Lo llevó por enésima vez al médico y éste se sorprendió del estado de su paciente: el Alzheimer no podía estar haciendo tal daño. En ese momento Eliana le dio un dato que no había dicho por considerarlo irrelevante.
-Doctor, mi marido trabajó toda su vida en Ventanas.
El médico la miró, serio.
-Por qué no me dijiste eso antes, niña -le respondió.
Ahí supo lo de la contaminación de metales pesados que se desprenden de la fundición de minerales, y calzaba perfectamente con los síntomas de su marido: que afectaba al sistema nervioso central, provocando amnesia, que provocaba vómitos, hemorragias, pérdida de peso y dolores espantosos.
El doctor le dio el nombre de un tecnólogo médico amigo, en el IST de Viña, y le dijo que tenía que hacerse un examen de metales pesados. El estudio arrojó presencia en la sangre de plomo, mercurio, arsénico y cobre más allá de la tolerancia biológica.
-Señora -le dijo el tecnólogo, según recuerda Elena-. Prepárese mucho porque su marido va a tener una muerte muy dolorosa.
El médico confirmó lo que esperaba: no se podía hacer nada más que asistir de la mejor manera a Raúl hasta que falleciera.
Eso ocurrió. El cuerpo empezó a brotarle, cuando podía orinar. ”Era un sufrimiento atroz, Raúl botaba parte de sus vísceras. En las noches gritaba y los vecinos escuchaban sus gemidos. Un fuerte olor a amoníaco se respiraba en toda la casa” dice Eliana.
“Mi esposo se descomponía por dentro. Tenía un dispensador de morfina y no tenía efecto alguno. Murió pesando 35 kilos”, agrega. aún emocionada.
Raúl Lagos es la prueba de que hay contaminación letal en Ventanas.
El operador
La especialidad de Roberto Álvarez Becerra era la de operador de caldera. Trabajó por 20 años en Ventanas.
A los 50 años sufrió un infarto cardíaco y le pusieron un marcapasos. Pasó varios meses con licencia y, acaso por esa razón, quizás, la contaminación por metales pesados se activó cuando aún trabajaba en la Fundición.
Cuando cumplió 60 años, a cinco de jubilar, enfermó de manera repentina. En septiembre de 2008 empezó a perder la memoria y a vomitar un líquido de color verdoso.
“Lo llevamos a la clínica Reñaca, y estuvo durante tres meses._Le hicieron decenas de exámenes y no encontraban la causa. La doctora, una oncóloga, no comprendía”, explica Flor Violeta Bernal, su viuda.
El hombre pesaba cerca de 120 kilos y en dos meses perdió 50. Su memoria iba y venía. Internado en la clínica se puso como loco: se desnudaba y hablaba incoherencias. Sus riñones se despedazaron y en la parte del bajo vientre tenía llagas que dejaban la piel en carne viva.
Todos los dientes se le cayeron.
Llegó un momento en que ya no podían hacer mucho más en la clínica y lo enviaron a su casa. Antes de su alta, la doctora le dijo a Flor que lo más probable era que Roberto sufriera contaminación por metales pesados.
Mandó a hacerle los exámenes correspondientes.
“Mi esposo sufrió de una manera que nunca había imaginado que podía sufrir una persona. Codelco mandó una enfermera para que lo viera en las noches, pero mi marido gritaba mi nombre para que lo ayudara”, cuenta Flor.
Sustancia gelatinosa
Habían pasado tres meses desde que Roberto enfermó.
Hacia el final, el hombre botaba una sustancia gelatinosa por su boca. Flor lo limpiaba. Según lo que le dijeron los médicos, era parte de su hígado.
El 25 de noviembre de 2008 Roberto Álvarez se sintió peor. Su corazón con marcapasos empezó a dar señales de deterioro. Lo llevaron al hospital de Peñablanca y allí falleció de un infarto cardíaco.
Según recomendación de la doctora que lo trataba en Viña, la familia solicitó una autopsia al cuerpo de Roberto. Pero el doctor jefe del hospital se negó porque, para él, la causa de muerte era clara. Según su viuda, ella llamó a Carabineros y dejó una constancia policial de la negativa del médico.
Por ese motivo Flor y su familia interpusieron una denuncia en la fiscalía de Quilpué. Pidieron que la justicia investigara las verdaeras causas de la muerte de Roberto. El fiscal de la causa ordenó exhumar el cadáver y que tomaran muestras de él.
“Un día nos juntamos con un abogado de Codelco. Nos ofreció 25 millones de pesos por lo de mi papá”, cuenta Luis Álvarez Bernal, y añade:“Pero lo rechazamos._Los tres meses que estuvo en la clínica nos costó 30 millones. Él era funcionario”.
La situación legal del caso de Roberto Álvarez está aún por verse. Los resultados de la exhumación no son conocidos por la familia y esperan que ratifique la contaminación por plomo, arsénico, cobre y mercurio.