La explotación minera de fondos oceánicos será pronto una realidad. Sus impactos ambientales están siendo intensamente evaluados por instituciones académicas y agencias internacionales, mientras la ingeniería avanza lo suficiente para colocarla como opción viable y rentable, en muchos casos, superior a la minería en tierra. Crece la escasez de minerales metálicos y no metálicos en yacimientos terrestres accesibles y de costo aceptable, mientras el reciclaje es insuficiente y la demanda aumenta exponencialmente por la industria electrónica y la fabricación de baterías para vehículos eléctricos. Níquel, cobalto, tungsteno, platino, rodio, manganeso y otros metales son indispensables para nuevas tecnologías electrónicas, y el fósforo es insumo vital para la manufactura de fertilizantes esenciales en la agricultura. El impacto ambiental de actividades mineras en tierra llega a ser devastador en cuanto a ecosistemas y paisajes, deforestación, y contaminación de aguas, suelos y atmósfera.
En fondos marinos a varios miles de metros de profundidad existen nódulos polimetálicos formados a lo largo de miles o de millones de años por la precipitación de minerales disueltos en el mar y su adhesión en torno a partículas o detritus. Son del tamaño de un puño humano y contienen hasta 3% de níquel, cobalto, cobre, y otros metales, y hasta 25% de manganeso. Están disponibles directamente sobre el lecho marino, y pueden ser cosechados con máquinas robot que los envían a barcos nodriza ubicados en la superficie. Los sedimentos y el material descartado son devueltos al fondo y/o dispersados en el mar desde los barcos nodriza. De ahí, los nódulos son enviados a instalaciones de separación y beneficio en tierra. En el caso de fósforo o roca fosfórica, ésta simplemente es recuperada por enormes dragas de succión en zonas mucho más someras (50-100 metros de profundidad) después de removerse una capa de lecho marino de entre 0.5 y 6 metros. Los impactos ambientales se relacionan con la pluma o nube de sedimentos desechados y que afecta la penetración de la luz y con ello al fitoplancton, base de cadenas ecológicas marinas, y desde luego, con la alteración mecánica de los ecosistemas bentónicos del fondo, lo que puede afectar a un gran número de especies. Lo anterior, independientemente del ruido y de la interferencia con rutas migratorias, hábitat y zonas de alimentación de mamíferos marinos y tortugas.
El primer proyecto en México de minería del fondo marino ha sido rechazado por Semarnat, aduciendo impacto sobre poblaciones de tortuga caguama (Caretta caretta), aunque en los tribunales ha recibido una nueva oportunidad. Se trata del proyecto Don Diego, de extracción de roca fosfórica frente el golfo de Ulloa en el Pacífico sudcaliforniano a 50 metros de profundidad en una superficie concesionada de 800 km2 (pero el área dragada será una pequeña fracción del total).
La minería submarina es un hecho, y no podrá impedirse. Esto, en un escenario en que los mares no son ajenos a radicales impactos ambientales generados por la pesca artesanal e industrial. Por ejemplo, ciertas artes de pesca, como las redes de arrastre de camarón y otras, son verdaderos bulldozers que destruyen fatalmente los ecosistemas del fondo marino, además de capturar sin discriminación numerosas especies no objetivo que simplemente se descartan y son devueltas muertas al mar. Es difícil que exista otra actividad con impactos ambientales tan profundos y generalizados en los océanos.
La clave está en encontrar esquemas que concilien la racionalidad ecológica y económica de la minería submarina, y que logren en paralelo la conservación, y una regulación ambiental estricta de la pesca. Sin embargo, en México no existe ninguna autoridad a cargo de la gobernanza, planeación y regulación integral de mares y costas, capaz de lograrlo. Es preciso crearla.
Fuente:https://www.eleconomista.com.mx/opinion/Hausmann-en-que-se-parece-la-economia-al-Scrabble-20180504-0040.html