En el debate y la resistencia a la instalación de minas a cielo abierto, la voz de las integrantes de las asambleas ambientalistas se cruzó con la de la gobernadora de Catamarca, Lucía Corpacci. Desde ambas puntas de ese camino la identidad de género (femenina) y la condición de madre se expusieron como argumentos, aunque las primeras se ubican en la línea del eco feminismo y la segunda en el rol más tradicional que se impone a las mujeres.
“Minas contra las minas” es más que un juego de palabras o una esquina idiomática donde se encuentran dos significados a la vez. Es, por un lado y según el diccionario español, un yacimiento de minerales o rocas útiles, una instalación subterránea a base de galerías para extraer esos minerales o rocas y un oficio o negocio en el que con poco trabajo se consigue mucho beneficio. Mina es también una palabra que nació de la yunta entre la palabra italiana femmina y la síntesis del vocablo gallega menina. No sólo es un mix de los vocablos de inmigrantes europeos, sino también una invención de los proxenetas a los que “la mujer con su cuerpo les reportaba riquezas, como una mina”, según dicta el diccionario tanguero de Wikipedia.
Las mujeres son protagonistas del fenómeno de protesta contra la explotación de los recursos naturales aferrados a las profundidades del piso. Ellas, las mujeres, las minas en un término porteño, pero también extendido, ellas, a las que el diccionario lunfardo cuenta que les pusieron minas con una connotación peyorativa, son protagonistas de una revuelta que nació en el interior del país y que Carina Díaz Moreno y Marcela Crabbe trajeron desde la tierra roja hasta el Hotel Bauen, de Corrientes y Callao, para que la distancia no sea la justificación a la sordera.
“En todas las luchas sociales ha participado la mujer. En La Rioja tenemos grandes luchadoras como Victoria Romero”, dice Carina Díaz Moreno. Ella es profesora de Educación Física y se le nota en su cuerpo que se muestra tan ágil como fuerte. Victoria era la esposa del caudillo riojano Angel Vicente Peñaloza, “el Chacho”, a quien acompañó en sus campañas militares, según contó Lily Sosa de Newton en el Diccionario Biográfico Mujeres Argentina. Carina la toma como ejemplo. También a las mujeres originarias “Las diaguitas de la zona, cuando los originarios iban a pelear, si había algunos que se asustaban, ellas los azuzaban con fuego para que vayan a luchar”, recapitula en una historia de la que ella se siente protagonista, pero no exclusiva. “Las mujeres en lucha se ven más en toda Latinoamérica, no sólo en Argentina. La mayoría, desde los comienzos de la asamblea de Famatina, somos mujeres y somos docentes”, describe.
Marcela Crabbe tiene ojos miel y está dispuesta a comer de apuro en el apuro de Buenos Aires. Quiere que se la escuche y se la vea. Lleva puesta una remera negra que dice “El famatina no se toca. El agua vale más que el oro”. Ella viene de Chilecito, el pueblo cercano al cerro en el que se quería instalar la minera canadiense Osisko. “Somos más mujeres y de todas las edades –reivindica–. Hay un eje que es la vida y un interés primordial porque corre riesgo producto de las extracciones mineras. A diferencia del hombre, una tiene un sentimiento distinto con lo que significa la vida: no hay especulaciones, no hay tregua. O es o no es.” ¿No la beneficiaría el mayor movimiento que traería la minería? “Hace quince años que tengo comercio y ya se demostró que cuando hubo un movimiento económico fue cuando se intentó hacer una provincia turística. En el momento en que se hicieron buenas campañas para atraer veraneantes hemos vendido más que nunca y ahí sí había un progreso económico real. Pero después no hicieron inversión ni publicitaria ni edilicia”, relata.
En el debate pro y contras de la minería se expone como dos argumentos contrapuestos el desarrollo económico y la preservación ambiental. A contramano de esa antinomia, Marcela propone apostar a la agricultura y al turismo. Carina Díaz Moreno también busca diferenciar su militancia contra la voladura a cielo abierto de su montaña de la reivindicación de la tierra y no de su gente. “No se ve desarrollo en las provincias mineras –define–, si visitas Catamarca lo último que ves es desarrollo. En Andalgalá, después de quince años de instalación de La Alumbrera, tienen uno de los mayores índices de pobreza y de enfermedades del país. Sin embargo, presionan con la plata. Por ejemplo, ahora, al departamento de Famatina le han quitado toda la entrada de dinero para que la gente cambie de postura respecto de la minería”, dice Carina.
En el mismo momento en que estas dos mujeres visitaban Buenos Aires, la gobernadora de Catamarca, Lucía Corpacci, dijo, en conferencia de prensa en Capital Federal: “Soy madre y nada me preocupa más que los catamarqueños vivamos mejor. No voy a permitir que los intereses económicos estén por encima de la salud de mi población”.
Marcela cuestiona la legitimación a través de la maternidad: “Las presiones no la dejan ver el peligro y que recién ahora van a invertir en un hospital porque, hasta que hubo protestas, ni eso. ¿Para qué arriesgan su vida pidiendo que se vayan las mineras los y las jóvenes de Belén, Tinogasta y Andagalá si estuvieran tan bien? Eso no se lo puede tapar. Son muchos los que están reclamando”.
“Son argumentos que apuntan a la manipulación y que naturalizan el rol de madre cuando, desde la lucha antiminera, se está politizando el lugar de las mujeres en consonancia con las luchas eco feministas que se vienen dando, desde los ochenta, en los países periféricos”, refuta la socióloga Maristella Svampa, una de las autoras del libro 15 mitos y realidades de la minería trasnacional en la Argentina (guía para desmontar el imaginario prominero), publicado por la editorial El Colectivo, el grupo Voces de Alerta y la revista Herramientas, junto a Horacio Machado, Enrique Viale, Marcelo Giraud, Lucrecia Wagner, Mirta Antonelli, Norma Giarracca, Miguel Teubal y aportes de Darío Aranda y Javier Rodríguez.
Svampa cuenta que las iluminadoras del eco feminismo son las ecuatorianas. La idea que se vislumbra se distancia de una ecología que piensa en animales sin seres humanos o en que más tecnología ayude a paliar los efectos de la tecnología. En cambio, se pone del lado de una ecología popular y de los pobres y se constituye en una ecología feminista. Por eso, Svampa apunta contra el argumento de Corpacci de justificar la minería desde su garantía maternal. “La gobernadora además de manipular a partir de un argumento típico usa su rol desde un punto de vista conservador y esencialista ligado a la conservación del lugar tradicional de la mujer cuando, desde las perspectivas ecofeministas actuales, se cuestiona el lugar de subalternidad que la mujer tiene en la división del trabajo. Las luchas contra el patriarcado y el capitalismo van juntas.”