A la lucha y resistencia en INTAG, Ecuador
La noche aún no quería alejarse, mientras las primeras luces del nuevo día se insinuaban, mi abuela ya tenía lista la guayusa y su olor envolvía nuestros corazones con esa alegre paciencia y esa silenciosa rebeldía.
Mi abuelo, como queriendo dejar paso a las aves y a otros seres de la mañana, llega del monte con su bolso lleno de esperanza y de sabiduría.
Mientras el fuego nos calentaba, miraba con cierta nostalgia este tiempo que no quería que terminara. Con algo de atrevimiento me puse a interrumpir estos calendarios con esos otros que intentan imponernos. Encendí la radio. Se escuchaba lo de siempre; es decir, lo que a pocos les conviene que muchos nos enteremos.
Mi abuela, como viendo mi interior, me pasa la mocahua llena de esas otras voces que nos comparten esos otros seres que de vez en cuando nos visitan. El calor se agradece y se comparte.
Mi abuela, como viendo que la guayusa no era suficiente, se atreve a decirme: “Pero aún en medio del ruido hay sonidos que laten para quien sabe buscar y tiene los arrestos y la paciencia suficientes para hacerlo”.
A un lado, mi abuelo, algo escondido por el humo de su tabaco, dice en voz baja: “La lluvia se anuncia en silencio, sus gotas son sus latidos que nos recuerdan su camino”. Y mi abuela, que se levanta para recoger un poco de leña, añade: “Así como las huellas de nuestros mayores nos conducen a senderos inexplorados, nosotros tenemos que transitarlos sin hacer mucha bulla, para no espantarles”.
Con algo de sorpresa, tanto por sus palabras, como por la lluvia que empezaba a caer me pongo a pensar y a divagar. Pues si, por acá, desde hace algunos siglos estamos caminando sin hacer mucha bulla, recorriendo esos senderos de nuestros mayores. Esas personas que hicieron de su camino una nostalgia por el futuro, que hoy es presente. Futuro que construyeron en medio de tormentas y oscuridades, que ahora nos lo comparten.
Y es justo aquí, entre tormentas y oscuridades, que se gesta esta lucha a seguir siendo lo que queremos ser, la que surge entre un mundo, ajeno y lejano, que no termina por imponerse y otro, nuestro mundo, que no acaba por morir, que se niega a desaparecer, que resiste con alegría y rebeldía.
Pensaba en cómo nuestros mayores nos heredan compromisos, memoria, el deber de seguir, de no desmayar, de no venderse, de no claudicar, de no rendirse, y así mismo, de cómo lo harán nuestros menores.
Ahora, mi abuelo, sintiendo mis latidos, me extiende su tabaco, como si se tratase de su memoria. Yo la recojo y también la extiendo para que siga su camino.
“Y es así, nuestros mayores, rescataron para sí mismos la posibilidad de ser distintos, y lo hicieron recorriendo estas montañas, sus ríos, sus lagunas, sus cascadas, sus espíritus, su territorio. Lo hicimos de manera espontánea y cotidiana, usando cuanto pudimos o teníamos a nuestro alcance: nuestro idioma, nuestra comida, nuestras fiestas, nuestro arte, nuestras semillas, así resistimos y seguiremos luchando” decía mi abuela mientras entrecruzaba las fibras de chambira entre sus dedos ya envejecidos de tanto andar.
“Y así fuimos entendiendo que desde arriba, desde el poder, esos que no tienen raíces, que no se asientan en ninguna parte, que no tienen territorio, que ni tienen tampoco asidero étnico de ningún tipo, no tenían futuro; entendimos que por ahí no querríamos ir” decía mi abuelo con algo de emoción.
Sin entender mucho de cómo mis abuelos hacen de la palabra su alegría y su rebeldía a la vez, sigo escuchando a mi abuela que dice:“Y por eso, la posibilidad de ir en contra del orden establecido está siempre ahí, desde lo más mínimo e íntimo hasta lo más amplio y colectivo”.
Y mi abuelo continúa diciendo: “el mundo puede ser completamente diferente, puede ser rico en todo sentido, y esa riqueza se llama DIGNIDAD”.
La lluvia deja de caer y comienzan silencios que anuncian otros sonidos que quieren latir. Preparo las herramientas para ir a seguir sembrando esperanzas y seguir cosechando nostalgias del futuro.
Desde el pie de monte andino
Fabricio Guamán M.
19 de enero 2012