En menos de 15 años el mercurio invadió los ríos y los cuerpos de la gente de dos pueblos mineros del norte del Cauca. Ninguna autoridad ha tomado cartas en el asunto porque el uso de este metal tóxico está permitido en la ley.
que se encienda la grabadora, Verónica* pone una condición: contará su historia a cambio de que no se sepa su verdadero nombre ni la vereda donde vive. -“En Buenos Aires la situación está muy tensa y no quiero ganarme problemas con los mineros”, explica.
Compromiso pactado.
-“De un momento a otro, mi hija de dos años y medio apareció con gripa y fiebres esporádicas. La llevé al centro de salud del pueblo y me dijeron que eso era normal, que le diera vitamina C y acetaminofén para que mejorara. Pero un mes después seguía igual. Con mi esposo la llevamos a una clínica privada de Cali y la dejaron hospitalizada una semana. Después de varios exámenes, nos dijeron que tenía problemas en un pulmón y que su sangre estaba contaminada con mercurio”.
La mujer aclara que no sabe por qué su hija terminó envenenada con ese metal, si nunca tuvo contacto con la minería y su esposo siempre se ha dedicado a la construcción. Tras unos segundos de silencio, insinúa vagamente que pudo haber sido por “el ambiente”, pues en los alrededores de su casa hay varios entables en los que la piedra extraída de la misma montaña en la que viven se tritura y se mezcla con grandes cantidades de mercurio para sacar el oro. El metal precioso queda en las manos de los mineros, pero el metal tóxico se evapora, se introduce en el suelo y se mezcla con el agua.
– ¿Nunca le ha interesado saber de dónde vino la enfermedad de su hija?
-“Pues en la clínica de Cali dijeron que iban a enviar esos resultados a la Universidad del Valle para que hicieran muestras de agua a ver si era por eso. Mi esposo quedó encargado de averiguar, pero siempre que le pregunto me dice que él no va a molestar con eso, que es una perdedera de tiempo y de plata y que de todas formas no cree que haya una solución. A veces es mejor quedarse callado por las amenazas, de pronto se ponen bravos los mineros, usted sabe que eso es delicado…
Verónica no es la única víctima del mercurio en Buenos Aires. A diferencia de suya, Mariana* accede a hablar sin reparos sobre su caso. En su voz no se escucha ninguna señal de dramatismo mientras cuenta que su hija “nació muy delicadita, con una hernia en el diafragma y con una malformación en la mano izquierda”. Los médicos de un hospital de Popayán le dijeron que esto solía ocurrir por accidentes con químicos peligrosos, lo cual comprobaron cuando ella contó que su esposo es minero y que además viven en medio de los entables de Buenos Aires.
Mariana sabe que el río Teta está muy contaminado y que tal vez por eso ahora sufre más de gripa y además le han salido unas manchas “todas raras” en la piel. Su razonamiento no sorprende tanto por el contenido, sino por la tranquilidad con la que lo dice: con esa serena resignación de los que creen que su destino es irremediable.
Buenos Aires es un pueblo ubicado en el norte del Cauca, a dos horas por carretera de Cali. Allí la minería llegó con los españoles que colonizaron esas montañas, pero quienes heredaron la actividad fueron los negros que, luego de la esclavitud, se adueñaron de las tierras y las convirtieron en territorios colectivos reconocidos por la Constitución de 1991.
El oro se sacaba del Cerro Teta o del río Teta, los dos límites geográficos que tiene el municipio. Los hombres se dedicaban principalmente a escarbar la montaña y las mujeres a escrutar el agua. En ambos casos, el objetivo económico era la subsistencia –no el lucro-, y la forma rudimentaria de ejercer este tipo minería fue bautizada como ancestral o tradicional.
Juan Mosquera*, reconocido líder de Buenos Aires, recuerda que la minería siempre fue para los negros una actividad complementaria de la agricultura. La gente primero sembraba y mientras llegaba la cosecha sacaban oro del río o de los socavones que cada familia había explotado desde La Colonia. En ese tiempo no había mercurio, solo se usaba una planta llamada babilla y hasta saliva para separar el mineral.
La historia de Suárez es parecida a la de Buenos Aires. De hecho, fueron un solo pueblo hasta 1989, cuando el primero dejó de ser un corregimiento del segundo y se convirtió en municipio. La minería se ha hecho en los socavones de las veredas de La Toma, Asnazú y en la cara sur del Cerro Teta. En todos estos lugares la presencia de los negros siempre ha sido mayoritaria y la minería es tan común que las casas, las minas y los entables están mezclados entre sí.
Abajo, las montañas de Suárez terminan en el río Ovejas, de cuyas aguas también se ha sacado oro por siglos.
Marcia Fernández*, una líder comunitaria de este municipio, cuenta que el oro se extraía del río Ovejas con batea y con una herramienta de labranza llamada almocafre. También había minería de socavón, pero no usaban mercurio, sino un molino californiano con el que trituraban el material. “Yo crecí aprendiendo a hacer minería con mi abuelo y crié a mis dos hijos con lo que saqué. Todo cambió cuando entraron las retroexcavadoras y las dragas. Ahí empezó esta maldición”.
Fuente:http://sostenibilidad.semana.com/medio-ambiente/multimedia/mercurio-en-colombia-veneno-en-la-sangre/37266