Mientras la Nasa planea ‘trastear’ estas rocas, empresas compiten por inaugurar minería espacial.
La minería nunca ha sido una ocupación glamorosa. Pero cuando imaginamos al minero con casco de astronauta y pistola de rayos láser en la mano, a bordo de una nave espacial de propulsión eléctrica que se dirige hacia un asteroide, la película cambia.
¿Romántica aventura de ciencia ficción? Al parecer ya no: al menos dos empresas privadas y una agencia espacial están dando los primeros pasos para sacarle partido a la riqueza casi ilimitada de la ‘finca raíz’ extraterrestre.
La Nasa anunció el mes pasado que dedicará parte de su presupuesto a la misión de enviar un robot a encontrarse con un asteroide de 10 metros de ancho, enlazarlo –como si fuera un ternero en un rodeo–, empacarlo en una gran bolsa, acarrearlo hacia un punto entre las órbitas lunar y terrestre, y parquearlo allí mientras subsecuentes tripulaciones de astronautas lo usan como campo de entrenamiento en minería espacial, desarrollo de tecnologías y estudios sobre la formación del sistema solar.
La tarea no es tan descabellada. Después de todo, aprendimos a sacar minerales de las entrañas de la tierra y del fondo del mar. Y para aventurarnos a esos reinos tuvimos que inventar sistemas que no existían. El espacio no es diferente.
Esta primera misión de capturar y transportar una roca relativamente pequeña, no obstante, “es algo viable con la tecnología actual”, dice Chris Lewicki, antiguo director de vuelo de las sondas marcianas Spirit y Opportunity. “Eso sí, vamos a necesitar los sistemas de propulsión más eficientes que existen, como los motores de iones que usó la nave Dawn para ir hasta el asteroide Vesta. Y tendremos que resolver obstáculos, como detener el movimiento del asteroide con motores que ‘disparen’ en sentido contrario”, agrega.
La misión, que sería lanzada en el 2017 para encontrarse con el asteroide dos años después, demostrará también que podemos desviar una roca espacial peligrosa. Y será un trampolín para ensayar operaciones en el espacio profundo. Según el administrador de la Nasa, Charles Bolden, “cumpliríamos tres objetivos con un solo programa”.
Antes de eso, en el 2016, la agencia espacial estadounidense enviará la misión Osiris-REx hasta el asteroide 1999 RQ36 (al que ya bautizaron Bennu), una roca de 500 metros de ancho descubierta en 1999, cuya dinámica orbital facilita una misión de interceptación. La idea es flotar al lado de la roca sin posarse en ella, mapearla completamente durante meses, darle un pellizco –como si se tratara de una galleta– y traer a la Tierra 60 gramos de material para su estudio.
Cada año se descubren 900 asteroides cercanos a la Tierra, es decir, todo un maná en espera de ser recogido. En general, estas rocas espaciales se dividen en dos clases: las tipo C, porosas y ricas en carbono y agua, y las tipo M, que son sólidas y contienen hierro, oro, platino y níquel en cantidades industriales.
“Los asteroides tipo C tienen hasta un 20 por ciento de agua mezclada con una especie de brea orgánica”, explica Peter Diamandis, pionero del sector comercial del espacio y miembro de un grupo de multimillonarios que fundó la empresa minera Planetary Resources. El objetivo de la compañía es lanzar, en el 2015, una línea de pequeños telescopios de prospección, llamados Arkyd-100, para hallar la roca adecuada. “El agua y los elementos ligeros en esas rocas serían una valiosa materia prima para combustible, agua potable, oxígeno y químicos industriales. Además, después de la extracción inicial, quedarían importantes residuos de níquel, hierro, cobalto y platino”, subraya.
Según Diamandis, un asteroide de 7 a 10 metros de ancho, con una masa de 500 toneladas, produciría hasta 200 toneladas de agua y 90 de metales (83 de hierro, 6 de níquel y una de cobalto). Eso, sin contar con las 200 toneladas de roca de silicato, valiosa por sus elementos semiconductores y protectores contra la radiación.
Pero los recursos más valiosos de los asteroides son los Metales del Grupo del Platino (MGP). Planetary Resources afirma que un asteroide de 500 metros de ancho podría contener más platino del que ha sido extraído en la Tierra en toda la historia. La empresa estudia un proceso que convertiría el metal extraído en bolas esponjosas de dos metros de diámetro, que se dejarían caer sobre la atmósfera terrestre sin riesgo de que se rompan.
Por ahora, en esta etapa inicial de nuestra aventura entre los asteroides, hacemos bien en limitarnos a explorar las rocas pequeñas. Una vez escogido, gracias a los telescopios de prospección, la única manera de saber exactamente qué recursos contiene un asteroide es acercarse a él. Los expertos se inclinan hacia rocas de 2 kilómetros de diámetro, entre otras cosas porque son muy pequeñas para ejercer una gravedad notable. Esto significa que, en vez de aterrizar, las naves espaciales atracarían o anclarían en ellas (evitando los costos en combustible de un despegue a velocidad de escape).
Un robot todoterreno
Una vez asida al asteroide, la nave madre liberaría un robot recolector de muestras, el cual debe poder desplazarse con agilidad sobre una superficie desigual. El Jet Propulsión Laboratory de la Nasa trabaja en el Lémur IIB, que usa microespinas a manera de patas. Son decenas de pequeñas anclas independientes que se agarran y se desprenden rápidamente de varios tipos de superficies. El sistema permite al robot fijarse a la roca en posición horizontal, vertical y hasta invertido, a medida que hace pequeñas perforaciones.
El aparato analizará el contenido de agua, roca y metales del asteroide y enviará los datos a la Tierra en tiempo real. Igual que hace el robot Curiosity en Marte, el Lémur usará un rayo láser para vaporizar la superficie de la piedra y analizar la luz emitida por los diferentes elementos presentes. Solo entonces sabremos si extraer sus recursos vale la pena.
Pero, aunque todos esos metales nos servirían en la Tierra, gran parte del valor de un asteroide es el hecho de que ya está en el espacio, dice Mark Sonter, asesor en minería para Deep Space Industries, la segunda de las dos principales empresas en esta naciente era de la explotación del espacio. “Si queremos usar esos recursos para construir algo en órbita, llevamos las de ganar. Podríamos levantar toda una industria de misiones espaciales in situ”, proyecta.
Deep Space Industries, que cuenta entre sus directivos al cineasta James Cameron (Avatar) y a los ejecutivos de Google Larry Page y Eric Schmidt, espera ayudar a construir, operar y mantener satélites en órbita, sin tener que traer los componentes a la Tierra. El primer paso, en el 2015, será lanzar tres satélites del tamaño de computadores portátiles, llamados FireFlies (luciérnagas), para observar asteroides e identificar los idóneos para la minería. Las ‘luciérnagas’ usarán componentes de bajo costo, empleados comúnmente en los CubeSats (microsatélites de investigación), y serán puestas en el espacio aprovechando el lanzamiento de satélites de comunicaciones.
En el 2016 se lanzaría DragonFly (libélula), una nave más grande, que traería 45 kilos de rocas a la Tierra para su análisis. Finalmente, en el 2020, la empresa comenzaría a cosechar los beneficios de los asteroides, sirviendo –como primeros clientes– a las compañías de comunicaciones.
De aquí a que veamos una refinería a lomos de un asteroide habrá un buen trecho. Pero el desarrollo de tecnologías de observación, seguidas de robots exploratorios, abrirá una ventana comercial. Mientras tanto, si nada falla en la compleja logística de la Nasa, tendremos del cabestro al primer asteroide domado por la humanidad.