El periodista Raúl Zibechi estuvo en la XXIV Cátedra Libre Marcelo Quiroga Santa Cruz “Análisis y alternativas a la dependencia y el extractivismo en el marco de la crisis económica mundial”, realizada el pasado martes 16 de febrero en el paraninfo de la UMSA. Afirma que el extractivismo es una guerra mundial de los de “arriba”, de las multinacionales y de los Estados, contra los pueblos para apropiarse de la tierra y el agua. “La particularidad de América Latina en los últimos 10 o 15 años es que este modelo extractivo, esta acumulación por despojo, esta cuarta guerra mundial, ha sido encabezada por gobiernos progresistas”, dice. Propone para salir del extractivismo, que no sólo es un modelo económico sino uno político, social y cultural, derrotar al sistema financiero, “a ese 1% que domina el mundo y cada uno de nuestros países”.
Zibechi hace un repaso de la irrupción de los nuevos movimientos y sujetos sociales en América Latina, en el marco del fin de ciclo de los gobiernos progresistas.
¿Cuáles son las características de la actual crisis económica política mundial? No estamos ante una crisis económica sino ante una recomposición sistémica, el sistema como tal no puede seguir sin cambios de fondo, y ante una crisis civilizatoria que afecta básicamente a la civilización occidental. El sistema descansaba en dos pilares: la división internacional del trabajo, fruto de la creación hace cinco siglos de un centro y una periferia. La segunda trasvasaba riquezas a la primera, a través de diversos mecanismos a lo largo del tiempo, desde el comercio desigual colonial hasta las transferencias más recientes del sistema financiero gracias al petrodólar. Pero el fortalecimiento de países antes periféricos está provocando un colapso de aquella estabilidad, afectando principalmente a Europa y Estados Unidos. Es la creación del mundo multipolar que estamos viendo.
Se habla del fin de los gobiernos progresistas en América Latina. ¿Por qué estos gobiernos se apropian de las banderas de la revolución social? Prefiero hablar de fin de ciclo, porque en realidad seguirá habiendo gobiernos progresistas pero ya se están convirtiendo en conservadores. Lo que sucedió es que uno de los pilares de su gobernabilidad, los altos precios internacionales de las commodities, se vino abajo. Fue un largo ciclo de precios súper altos que permitió mejorar la vida material de la mayoría de las personas sin modificar el modelo productivo y sin tocar los privilegios del 1% más rico de la población.
Se apropian de banderas con la misma lógica que lo hace el sistema, que necesita fagocitar todo lo que lo rechaza como forma de legitimarse. Ahora Mauricio Macri habla del nunca más en referencia a la violación de los derechos humanos. El sistema funciona así, independientemente de quiénes estén a la cabeza. Tenemos discursos de minería verde y sustentable y todo eso.
¿América Latina vivió con los gobiernos progresistas una década perdida? No creo que sea una década perdida. La gente aprendió mucho, en varios sentidos. Por un lado, se ha ganado en autoestima, sucesos como la guerra del agua o las dos guerras del gas dejan sedimentos, así como la marcha en defensa del TIPNIS, por mencionar los grandes acontecimientos en Bolivia. Invirtiendo la pregunta anterior, podemos decir que los pueblos en movimiento son tan fuertes, que los gobernantes necesitan apropiarse de las banderas de los de abajo para tener un mínimo de legitimidad.
¿Cómo enfrentar desde la sociedad este fin de ciclo? Con mucha calma y mucha paciencia. El péndulo no va sólo de la izquierda a la derecha, va también de arriba hacia abajo. Es el turno de la gente común, de los pueblos indios, de las mujeres, los jóvenes, de todos los oprimidos, los que estuvieron callados estos años porque había que escuchar a los de arriba.
Hay un contraste muy fuerte entre lo sucedido en la tarde del 17 de octubre de 2003 en la plaza San Francisco, cuando la multitud gritaba “Sí se puede”, y lo que vino después. ¿A quién le gritaban el día de la caída del Goni?
No al Presidente que ya era un cadáver político. Se lo gritaban a ellos mismos, era un grito de autoestima, “Sí, podemos tomar el cielo por asalto”, como diría Mao. Pero en los años siguientes ese empoderamiento desapareció, en parte porque unos dirigentes dijeron lo que la gente quería escuchar, pero también porque mucha gente quería dejarlos gobernar, que gobernaran los buenos o los suyos, que es siempre el camino más fácil.
Pero ahora se mostraron los límites del Gobierno desde arriba. Y ahora el péndulo vuelve a bajar, quizá como en la década de los años 90, antes de la marcha de 1990 cuando empezaron lentamente a autoorganizarse los pueblos. Creo que las cosas van en esa dirección, pero habrá que seguir muy de cerca las cosas porque los profesionales del discurso van a hacer su trabajo.
¿De qué nuevos sujetos estamos hablando y cuál es su horizonte político? Esta es la pregunta del millón que aún no podemos responder, salvo en el caso de Brasil y aún ahí parcialmente. Tiendo a pensar que la marcha del TIPNIS fue protagonizada por movimientos del viejo tipo, los llamados movimientos sociales. Pero junio de 2013 en Brasil, con la irrupción de millones de jóvenes en las ciudades, mostró nuevos protagonismos, los nuevos-nuevos movimientos que son pequeños colectivos que funcionan a base de la autonomía, las decisiones por consenso, el a-partidismo y la horizontalidad. Ya no quieren dirigentes ni aparatos que les marquen el camino, ellos mismos deciden por dónde ir y hacia dónde caminar.
Creo que vamos a vivir movimientos de nuevo tipo, porque el ciclo progresista movió muchas cosas y mostró la incapacidad de los grandes aparatos para hacer algo mejor que permitir que sus dirigentes se conviertan en lacayos del palacio. Esas grandes estructuras son cada vez más cascarones vacíos, jerárquicos y patriarcales, incapaces de promover nada que tenga alguna relación con la emancipación.
Por el contrario, vemos infinidad de grupos pequeños con jóvenes y jóvenes, que se expresan a través de formas culturales opuestas a los poderes establecidos. Aún es pronto para saber el alcance de estos nuevos sujetos, pero hay un aprendizaje: “de poco vale organizarnos para entrar a palacio porque los que entren, en poco tiempo serán muy parecidos a los que echamos”. O sea, se trata de crear algo nuevo, diferente, sobre la base de lo que aprendimos.
¿Hacia qué tipo de sociedad nos conduce esa sociedad en movimiento? No lo podemos saber. Esperamos que sea hacia una vida más plena, democrática, libre, no sujeta a los estados ni a los partidos, que vienen a sustituir a las viejas iglesias. Aspiramos a una sociedad donde la gente se autogobierne en la mayor cantidad de esferas posible, que no sea gobernada por otros. Para eso, hay que crear una cultura comunitaria, no a imagen y semejanza del viejo ayllu que es muy útil como inspiración pero que debe ser reconstruido sobre otras bases, superando el patriarcado, las jerarquías generacionales y los caudillismos. No será nada sencillo porque se trata de una revolución cultural muy profunda que, necesariamente, se irá expandiendo de forma gradual, porque la cultura cambia en tiempos largos.
Fuente: Página Siete