el 7 al 11 de agosto tuvo lugar en Brasilia el Encuentro con representantes de las comunidades víctimas de la minería de América Latina. Este evento fue coorganizado por el Departamento de Justicia y Solidaridad del CELAM (DEJUSOL), El Grupo de Trabajo sobre Minería de La Conferencia Nacional de Obispos de Brasil (CNBB), La Alianza Internacional de Instituciones por la Justicia Global (CIDSE) y la Red Iglesias y Minería.
“Hemos compartido con mucho dolor los graves y muchas veces irreversibles daños y violaciones a los derechos humanos y los derechos de la naturaleza que provoca el actual modelo minero extractivista… nuestros pueblos son condenados a un presente y futuro de destrucción y muerte. Es urgente poner límites a este modelo de desarrollo extractivista, como nos señala el papa Francisco” Afirman los participantes en el Encuentro.
Durante el encuentro, se lee en la carta pública difundida al final del evento, “tuvimos la oportunidad de compartir con las víctimas de la minería y con defensores y defensoras de Nuestra Hermana y Madre Tierra[1], constatando como los gobiernos de América Latina no están exentos de responsabilidad en las graves violaciones a derechos humanos que se cometen en contra de la humanidad. En nuestro continente, por ejemplo, el 60% de los asesinatos corresponde a defensores y líderes comunitarios”.
Resuena en nuestros oídos y en nuestros corazones el desgarrador grito de “socorro” de don Ireneo, un poblador de la Comunidad de Santa Rita, Paracatu, Brasil, quien lleva en su cuerpo un elevado porcentaje de arsénico, como resultado de la contaminación por la mina cercana a su comunidad. Este grito de “socorro”, resuena cada vez con más fuerza y con mayor frecuencia en nuestro continente. Frente a esta desgarradora y avasalladora realidad, como nos lo recuerdan, el papa Francisco[2] y la Conferencia Episcopal Latinoamericana, No podemos seguir respondiendo como Caín: “¿Acaso soy yo el guardián de mi hermano?”. [3]
Las orientaciones que nos hicieron llegar tanto Monseñor Bruno-Marie Duffé (Secretario del Dicasterio para el Servicio del Desarrollo Humano Integral del Vaticano), como el Cardenal Pedro Barreto Jimeno (Arzobispo de Huancayo y Vicepresidente de la REPAM), fueron fundamentales para afirmar que como iglesias estamos llamados a dar razones y caminos de fe y esperanza de que otro mundo es posible, un mundo donde impere el respeto y el cuidado a la vida natural de la cual forma parte la humanidad. En esta línea:
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Reafirmamos nuestro compromiso de denunciar estas prácticas de muerte y demandar cambios estructurales tanto en la forma abusiva, destructiva e irresponsable de un extractivismo desenfrenado, como en la tolerancia cómplice de nuestros gobiernos que niegan reiteradamente el acceso a la justicia a las víctimas, fomentando prácticas de impunidad y corrupción.
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Ratificamos nuestra vocación y decisión de seguir promoviendo la vida, acompañando los esfuerzos y las luchas de las comunidades afectadas por la minería y otros proyectos extractivistas que afectan gravemente la vida y el futuro de la madre tierra y de todos los seres a quien ella sustenta. Invitamos a otras organizaciones y movimientos sociales a unir fuerzas en estas luchas a favor de las comunidades, sus territorios, culturas y espiritualidades.
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Llamamos a las jerarquías y demás responsables de nuestras iglesias a asumir un mayor compromiso junto a quienes sufren las consecuencias de este modelo económico de producción desenfrenada, consumismo voraz y depredación sin límites de la naturaleza. Las orientaciones de la Encíclica Laudato SI y de la Carta Pastoral del CELAM sobre Ecología Integral deberían servir para impulsar un nuevo tipo de iglesia, un nuevo tipo de sociedad, una nueva Economía y una nueva forma de relación con el conjunto de la Creación.
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A las comunidades y pueblos que resisten los embates del extractivismo, exponiendo sus propias vidas, les agradecemos su ejemplo, valentía y profetismo. Sus luchas y acciones exigen y demuestran al mundo que otra economía y otras relaciones son necesarias, posibles y urgentes. Queremos aprender de ellos, caminar con ellos, ser evangelizados por sus acciones y propuestas, construir juntos alternativas que garanticen el Buen Vivir armónico en nuestra tierra.
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Requerimos de nuestros Estados, una mayor responsabilidad en la administración del Bien Común, una lucha frontal contra la corrupción, la implementación y el control riguroso de normas y leyes que garanticen los derechos humanos individuales y comunitarios, los derechos de la naturaleza y el derecho fundamental de los pueblos a decidir sobre su propio desarrollo, garantizando efectivos procesos de Consulta, Libre, Previa, Informada y de Buena fe, así como el respeto a las decisiones de los pueblos surgidas de estos procesos.
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Llamamos también al mundo empresarial a eliminar sus prácticas de explotación criminal, irresponsable y depredadora de vidas, territorios y culturas que nos están llevando a convertir nuestra Casa Común en un “inmenso depósito de porquería”[4], tal como lo indica el papa Francisco.
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Ha llegado la hora en que cada persona asumamos la responsabilidad de construir otros modelos de producción que garanticen la vida de las futuras generaciones y respeten a la madre tierra, de impulsar un consumo básico y responsable y de apostar por nuevas formas de entender el desarrollo integral.
Fuente:https://iglesiasymineria.org/2018/08/29/el-extractivismo-acelera-la-destruccion-de-la-casa-comun-afirman-entidades-eclesiales/