Hace casi 25 años las comunidades de Río Blanco, Molleturo, San Pedro de Yumate y Cochapamba llevan compartiendo sus tierras con la industria minera metálica y son tres empresas distintas las que han llevado a cabo las etapas de estudio, exploración y explotación de los recursos mineros locales.
Estas comunidades vecinas y hermanadas por el tiempo y la distancia han vivido intensos meses y años que han transformado su dinámica y sobre todo sus relaciones sociales, quizás para siempre.
Primero, la quema del campamento minero de la empresa Ecuagoldmining en mayo de 2018, luego la suspensión temporal de las actividades de la empresa por parte del Tribunal de la Sala de lo Civil y Mercantil del Azuay, y el levantamiento de puntos de control por parte de los activistas antiminería.
Los moradores de la zona han venido reclamando que se vive una especie de estado de sitio sin plena libertad de tránsito y tocados por la imposibilidad de ingresar a sacar sus productos con total normalidad, todo acompañado de la incertidumbre de que “si se para o se continúa explotando el material”, como lo indica Segundo Ochoa, habitante de Río Blanco.
El Gobierno y la empresa minera china dicen que sobre su presencia no se ha podido demostrar la contaminación del recurso hídrico, mientras la comunidad antiminera, de la mano de grupos activistas como Yasunidos, insiste en que ya se afectó la zona y no permitirá que siga operando la minera en Río Blanco.
En medio de ese escenario están los miembros de las comunidades que han visto cómo su vida dio un giro de 360 grados durante este último año. Habitantes de Cochapamba afirman que en Yumate no quieren a la minera, porque ahí la gente no se vio beneficiada con puestos de trabajo, y en Yumate, en cambio, afirman que “en Cochapamba es “donde más lloran por la empresa” dado que ellos trabajaban ahí”, comenta Luisa Criollo.
Ciertamente, más allá del debate pro o antiminería, los efectos sociales de la presencia de la industria minera en la zona son muy profundos. Muchos reconocen y aplauden los aportes de las empresas en las comunidades y la contraparte asegura que se trata de una estrategia para comprarles complacencia.
Por otro lado, nativos como Etelvina Durazno presumen que la presencia de Yasunidos en la zona no es más que una pantalla para detener la minería industrial y darle paso a la artesanal. “Yo he visto muchos signos de que lo que quieren es hacer ellos mismos la minería artesanal”, asegura Durazno.
La mancomunidad y espíritu vecinal están fracturados en Río Blanco y sus adyacencias. La intimidación y la inseguridad se hicieron presentes en estos lugares tradicionalmente seguros y en el panorama no asoma una pronta solución. Más bien, por el contrario, pareciera que el clima de desconexión y revanchismo van a perdurar por muchos años, con o sin minería industrial.
Fuente:https://ww2.elmercurio.com.ec/2019/10/01/el-drama-minero-en-rio-blanco-video/?fbclid=IwAR1rdLYpzFqx3fGLIBaON8nrFZ7yoDUJMA86ihS6erP7VtpN096qIBaamJg