19/11/2009
Guillermo Giacosa
Ground Water International, Science Integrity y Knight Piesold Consulting. ¡Impresionante! Con esos nombres, desconfiar es casi imposible. Qué bien y qué serio suena el inglés como idioma de tecnología, ciencia, márketing, finanzas y todo lo que usted quiera agregar a nuestras alienadas cabezas. Y son tres consultoras, las tres con nombres en inglés y las tres aparentemente serias y con muy buena experiencia en el campo de su especialidad. Son ellas las que afirman que las emisiones de plomo, cadmio y arsénico originadas en la fundición de La Oroya han afectado, en 87 años de actividad, 2,300 kilómetros cuadrados de suelos en la región central.
Un artículo del periodista Manuel Marticorena Solís –aparecido en la sección de Economía y Negocios del diario El Comercio– informa sobre la dura realidad que padecen los suelos y los habitantes de La Oroya y sus alrededores. Acompaña la nota un ilustrativo gráfico que ayuda a comprender –aunque no a imaginar– la magnitud del drama que se vive. La noticia ocupó, además, la primera plana del diario. Es importante, en tiempos en los que el debate sobre el cambio climático apunta a constituirse en prioridad de interés público, que la prensa informe, como en este caso, sin remilgos de ningún tipo. Hoy, la prioridad es la naturaleza que incluye, por supuesto, a la especie humana y a todas las formas de vida.
El informe dice que hay 2,049 hectáreas donde la contaminación imposibilita desarrollar tareas agrícolas, y subraya que con grandes sacrificios se podrían rehabilitar 42,000 hectáreas. Algunas cifras sobre la contaminación son delirantes: el plomo está entre 7.5 y 40 veces sobre el límite permitido. Este metal perturba la biosíntesis de la hemoglobina, incrementa la presión sanguínea, daña los riñones y el cerebro, provoca abortos, perjudica el sistema nervioso, disminuye la fertilidad masculina, perturba el comportamiento de los niños, etcétera. El cadmio es un metal tóxico que produce cáncer, y el arsénico, que pasa de 1.25 a 114 veces lo permitido en Canadá –en Perú no existen estándares mínimos establecidos–, irrita estómago e intestinos, disminuye la producción de glóbulos rojos y blancos, produce cambios en la piel e irrita los pulmones. El arsénico inorgánico potencia el cáncer, especialmente los de piel, pulmón e hígado.
Así, podríamos afirmar que los habitantes de La Oroya deberían recibir el título de sobrevivientes y ser honrados por todo aquello que la irresponsabilidad o el desconocimiento han puesto sobre sus espaldas y dentro de sus cuerpos. No tengo imágenes precisas ni del plomo, ni del cadmio, ni del arsénico. Pero sí de la patética mirada que habita en los ojos de los niños de La Oroya: frente a ellos me sentí tan inerme como inútil, y su recuerdo me acompañará mientras viva. Las consultoras estiman que se precisarían 10 millones de dólares para remediar en parte las zonas afectadas, mientras que un funcionario estima que la cifra no baja de los 50 millones. ¿Merece la pena? Depende de la opinión que se tenga sobre la vida humana.