Por Alejandra Mancilla
Decirle a alguien que es «ambientalista» en nuestro país suele ser una descalificación más que un halago, una manifestación de sospecha más que un signo aprobatorio. Los «ambientalistas» figuran, sobre todo en los medios masivos, como extremistas, descompensados, faltos de sentido común, estorbos al bien comunitario más que voces válidas con una propuesta diferente sobre lo que ese bien significa.
28/03/2011. Por estos días de crisis energética, sequía y evaluaciones de impacto ambiental cuestionables recién aprobadas, decirle «ambientalista» a alguien equivale a marcarlo con una cruz de escepticismo: ¿Será de los que quieren darles derechos a las piedras? ¿Será de los que quieren que volvamos a las cavernas para que reinen las garzas en el cielo, los tiburones en las aguas y los leones en la tierra? ¿Será de los que creen que sólo una guerra o una epidemia global pueden erradicar a este ‘cáncer’ llamado humanidad?
El estereotipo del ambientalista es del hippie que se quedó pegado o del neo hippie que se niega al desarrollo económico, a los tendidos eléctricos y a las bolsas plásticas, pero disfruta igual de todas las comodidades que nuestro mundo civilizado le ofrece. Frecuentemente se lo acusa de inconsecuencia: «Tan verde que se cree y mira el auto en el que anda». «Se llena la boca hablando de reducción de emisiones de carbono y mira todo lo que viaja en avión.» Etcétera.
Por mi parte, creo que el «ambientalista» no se opone al ciudadano de sentido común, sino a quienes no les importan ni el medio ambiente ni mucho menos sus pares, sino sólo la curva ascendente de sus acciones en la bolsa y un acaparamiento cada vez mayor de los recursos naturales, sobre los cuales mantienen prácticamente un monopolio de explotación.
Cual en una transmutación de valores nietzscheana, los realmente peligrosos se han puesto piel de cordero y dicen representar los intereses de toda la ciudadanía, mientras los genuinamente interesados por el bien común son estigmatizados como amenazas a éste. Para quien no lee entre líneas, los ambientalistas se convierten en el enemigo, en lugar del aliado; la oscuridad frente a la luz (y esto ya ni siquiera de modo figurado, sino literal, como se ha visto en una reciente campaña comunicacional para la aprobación de un mega proyecto eléctrico).
Para peor, los atacados no tienen muchas herramientas para defenderse y, cuando reciben alguna ayuda externa para difundir sus ideas, ¡se los acusa de vendidos, traidores a la patria y hasta pro-imperialistas! ¿No es el caso hace rato, me pregunto yo, que el imperialismo se ha convertido en un peligro doméstico más que externo?
Preocuparse del medio ambiente no significa despreocuparse de las personas, porque ambos términos no son excluyentes, sino complementarios. Éste es el mensaje ambientalista que pocas veces se publica. Lo demás son caricaturas. El cuco es otro, en serio.