06 de Mayo de 2011
Argentina. Luego del intenso proceso de extranjerización acaecido en la década de 1990, en la posconvertibilidad se consolidó el predominio transnacional en la economía doméstica. Se trata de un actor que cuenta con un considerable poderío económico y variadas capacidades de veto que se reforzaron en los últimos años en el marco de múltiples acciones y omisiones estatales. Tales capacidades se desprenden no sólo del origen de estos grandes capitales, sino también de que han acaparado porciones crecientes de la riqueza nacional y de su inserción en los núcleos productivos más dinámicos del nuevo régimen económico y que delinean la inserción argentina en el mercado mundial.
Todo ello comporta una serie de aspectos críticos que hasta el momento, por desconocimiento, desidia o complacencia, no han merecido la debida atención de los «hacedores de política» y diversos ámbitos académicos, políticos e, incluso, sindicales. Al respecto, cabe recuperar tres cuestiones.
En primer lugar, el hecho de que las compañías transnacionales que se desenvuelven en el nivel local sean relativamente poco generadoras de empleo por unidad producida y que en su interior se manifieste una distribución funcional del ingreso sumamente regresiva, constituye un aspecto estructural que plantea numerosos interrogantes en cuanto a que el poder económico realmente existente pueda oficiar de vector conductor de un «modelo de acumulación con inclusión social».
En segundo lugar, es importante reparar en los riesgos que sobre las cuentas externas del país se derivan de que los actores que controlan una proporción muy considerable y creciente del ingreso sean fuertes demandantes de divisas por distintos motivos: altos coeficientes de importación (con su correlato en el plano interno en débiles grados de articulación e integración productiva y tecnológica y el consiguiente afianzamiento del carácter trunco de la estructura manufacturera), remisión al extranjero de utilidades y dividendos, pago de honorarios y royalties por la compra y/o la utilización de tecnologías y/o patentes, fijación de precios de transferencia en sus transacciones intracorporativas, intereses devengados por el endeudamiento con el exterior, etc. A ello debería agregarse la reticencia inversora del capital extranjero, así como la de los segmentos nacionales del poder económico y su tradicional «vocación» por la fuga de capitales.
En tercer lugar, el predominio económico que experimenta la fracción extranjera de la elite empresaria involucra diversos sesgos para la profundización y/o la complejización de la estructura productiva, puesto que estos capitales, en procura de minimizar sus costos absolutos en el nivel mundial, suelen carecer de interés real para ello. Seguramente, de allí pueda desprenderse la baja tasa de reinversión de utilidades de las compañías foráneas en un escenario de internalización de elevados márgenes de ganancia y de ampliación de la demanda local e internacional.
Se trata de cuestiones que, de no mediar políticas activas que las contrarresten, pueden acarrear efectos negativos sobre la dinámica socio-económica y profundizar el señalado poder de veto de estos grandes capitales y la pérdida de autonomía relativa del Estado en sus distintos estamentos. En este sentido, vale la pena recalcar que en la actualidad sigue vigente la Ley de Inversiones Extranjeras sancionada durante la última dictadura militar. Sin duda, su derogación constituiría un primer paso indispensable en la necesaria redefinición del tratamiento estatal al capital extranjero con vistas a empezar a revertir el agudo cuadro de desnacionalización en el marco de una estrategia de desarrollo nacional.
Algunos datos que deja la columna:
* Si bien hay una presencia extranjera expandida a lo largo del tejido económico, ésta es muy acentuada en las actividades más dinámicas de la fase expansiva verificada en los últimos años al calor del «dólar alto». Las evidencias que constan en el Cuadro Nº 2 permiten concluir que en 2009, 8 actividades explicaron alrededor del 60% del stock de IED acumulado en el país: petróleo, química, automotriz, metales básicos, alimentos, minería, oleaginosas y aceites, y agricultura y ganadería.
* La gravitación media de la elite empresaria en la producción pasó del 21,2% al 32,1% entre los períodos 1993-2001 y 2002-2008, mientras que en el caso del valor agregado la presencia de las grandes firmas aumentó casi el 60%, para cristalizarse en la posconvertibilidad en el 24,2% del total del país. Una mención especial merece el tema de las ventas externas, aspecto insoslayable para el abordaje del actual régimen de acumulación, más aún si se considera que las corporaciones exportadoras que integran la elite empresaria explicaron, en promedio, el 73,3% de las exportaciones en la posconvertibilidad (7,7 puntos porcentuales más que en el período 1993-2001).
* La incidencia de las ventas externas de las firmas extranjeras en los totales del país pasó de un promedio del 41,7% en la etapa 1993-2001 a otro del 57,0% en 2002-2008.
* El crítico 2002 se incrementó fuertemente la presencia extranjera en el interior del panel de las 500 corporaciones de mayores dimensiones del país: en apenas un año se incorporaron 23 firmas y su gravitación en el valor bruto de producción total creció alrededor de 6 puntos porcentuales, para ubicarse en el 75,1%.
Las firmas controladas por inversores foráneos tuvieron una participación mayoritaria en las principales variables económicas relevadas por la Encuesta Nacional a Grandes Empresas del INDEC:
Así, por ejemplo, tales empresas (292, el 58,5% del total) aportaron más del 75% de la producción total, casi el 80% del valor agregado, alrededor del 87% de las utilidades globales, el 56,4% de la ocupación, el 63,3% de la totalidad de los salarios abonados, aproximadamente el 82% de la inversión bruta fija global, el 77,9% del total de exportaciones, el 83,2% de las importaciones agregadas y las tres cuartas partes del excedente de comercio exterior.
el rendimiento productivo de los asalariados empleados en las empresas extranjeras fue un 40,3% más elevado que el de la cúpula en su conjunto, casi un 85% superior que el de las asociaciones y 3,3 veces más alto que el registrado en las empresas nacionales.