“Más de cuarenta prospecciones metalíferas convierten a Salta en una de las principales provincias amenazadas por la invasión minera. Superan el centenar los cateos con existencias diseminadas de oro, plata, cobre, plomo, bismuto, hierro, manganeso, molibdeno, tierras raras (en Rangel, norte de Salta), zinc, bario, litio, uranio y torio. Es vergonzosa la invitación al saqueo por parte de los gobiernos, y el de Salta es de los peores.”
Más de cuarenta prospecciones metalíferas convierten a Salta en una de las principales provincias amenazadas por la invasión minera. Superan el centenar los cateos con existencias diseminadas de oro, plata, cobre, plomo, bismuto, hierro, manganeso, molibdeno, tierras raras (en Rangel, norte de Salta), zinc, bario, litio, uranio y torio. Es vergonzosa la invitación al saqueo por parte de los gobiernos, y el de Salta es de los peores.
Arrasar es el verbo que practica la minería transnacional con autorización del estado y sin la licencia social. Las poblaciones de los Valles Calchaquíes (salteñas, tucumanas y catamarqueñas) se hallan en virtual pie de guerra. Se suceden las concentraciones y marchas. En la capital salteña devolvieron medidores de agua al grito de ¡pónganselos a las empresas mineras!
Durante diez días recorrimos cumbres y valles calchaquíes invitados por los auto convocados de Cafayate, San Carlos, Angastaco, Cachi, Seclantás, entre otras localidades.
Debatimos en Santa María sobre la mina Bajo La Alumbrera; inspeccionamos en detalle la mina de uranio Don Otto, abandonada por la CNEA hace 25 años, a punto de reabrirse; cientos de vecinos desfilaron con carteles, al ritmo de tambores y estribillos contra la mina, recorriendo los barrios periféricos durante dos horas, después de nuestras disertaciones en cine céntrico, en compañía del ingeniero de minas Hugo González y la proyección de la película Espejitos de Colores de Miguel Mato, que cuenta la perversidad extractiva de la mega minería metalífera. Así, iniciamos nuestro periplo por los principales pueblos calchaquíes.
Cuentan los auto convocados que por primera vez la gente salió decidida a aplaudir desde las veredas mientras otros se encolumnaron al paso de la marcha y, como en un vía crucis parábamos en esquinas puntuales y nos dirigíamos a la población con datos y referencias acerca del flagelo minero que acosa especialmente a la Cordillera de los Andes.
Llevamos nuestro mensaje a la escuela de Las Conchas y en el salón parroquial de Barrial, ante el Movimiento Nacional Campesino Indígena, con la presencia de profesionales europeos que responden a la asociación de Ingenieros sin frontera. Líderes indígenas de la zona de Los Cobres, denunciaron que no pueden sacar el pimentón porque hay ácidos (lluvia ácida) que dañan las cosechas. Se formaron tres talleres para discutir el contenido de la película y sobre nuestra charla: ¿que conocemos, que desconocemos y que no queremos de esta minería? También sobre los cambios negativos que se produjeron en la agricultura durante los últimos cinco años, la sequía de arroyos y ríos, el polvo en suspensión por los desmontes para la soja, por las voladuras de la actividad minera y el caso patético de Bajo La Alumbrera, contaminación y uso ilimitado de agua. Las montañas se hallan cubiertas con un manto semejante a una neblina persistente: “esto es nuevo cuentan campesinos calchaquíes- nos dicen que es el cambio climático pero el gobierno no impide los incendios intencionales para la siembra sojera, ni la tala salvaje.” Mencionan alarmados que miles de hectáreas cayeron con la sierra y la topadora con la complicidad de los funcionarios.
Salimos de Las Conchas hacia el Nevado de Cachi, cruzamos por Corralito (abundantes plantaciones de pimentón), y dejamos Animaná hacia San Carlos y, aunque a veces había media docena de lugareños, igual dimos nuestro discurso, mateamos, anotamos opiniones, intercambiamos formas organizativas contra el invasor minero y para cerrar filas ante la reapertura de la mina de uranio.
Fue muy útil distribuir en los valles salteños las cuarenta razones por las que nos opusimos al repositorio nuclear de Gastre, en Chubut. Son afiches de nuestra extenuante campaña antinuclear y ahora muy útiles porque cuenta que minas como la de Don Otto fueron clausuradas en otros países, que el gas radón es radiactivo y con un viento de dieciséis kilómetros por hora recorre más de mil antes de que decaiga a la mitad su cantidad original y que transporta partículas cancerígenas. El anuncio también dice que en 1980 los médicos del hospital de Shiprock en Estados Unidos confirmaron que sesenta de las setenta personas con diagnóstico de cáncer de pulmón eran mineros del uranio. Que dentro de la comunidad de indios navajos no existí a el cáncer, pero todos los que fueron mineros del uranio lo contrajeron, cosa que escandalizó a la comunidad científica norteamericana. Se destaca en el afiche que el Centro Nacional de Estadísticas de la Salud de Estados Unidos concluyó que el número de defectos en bebés que habitan en zonas próximas a minas de uranio que fueron explotadas en Utah, Nueva Méjico, Colorado y Arizona es de 10 a 150% más que el promedio nacional en el resto del país. Los carteles, a modo de bando, quedaron pegados en las paredes de hospitales y colegios de los valles. La escuela primaria de San Carlos, Arturo León Dávalos, nos recibió a pleno. Difundimos una película chilena que testimonia el daño minero a la agricultura de Andacollo por las voladuras y los ácidos con que lixivian los metales. La participación de los alumnos fue una sorpresa. Es que Facundo Ezequiel Burgos (11 años) se presentó en la asamblea, se paró ante mi, con sus ojos desorbitados y tez chocolateada: me permite señor” dijo- y en contados segundos concluyó un discurso claro, de alumno universitario, para sorpresa de los 145 adultos presentes: Querido pueblo sancarleño, yo Facundo, de 11 años, me doy cuenta que está mal que exploten las minas y destruyan las montañas, y también estoy triste porque van a abrir la mina Don Otto y otras más, y el senador y el diputado están a favor de las minas. Yo siendo sancarleño no voy a permitir que abran las minas porque si abren contaminan el ambiente natural y también los frutos, las plantas y los animales morirán y se contaminarán los ríos y las aguas que tomamos. Para no permitir esto hay que luchar para que no exploten las minas, como en Cafayate que se juntaron más de doscientas personas haciendo marcha y le decían Si a la Vida No a la Minería. Ustedes pensaron que solamente soy un niño que no se nada, pero si sé porque me enteré y para finalizar quiero decirles que no hay que permitir que la empresa extranjera venga y se lleve todo.” Los aplausos arrancaron después del silencio creado por las palabras de Facundo. Ese día, en San Carlos, quedó constituida una asamblea numerosa de vecinos auto convocados.
En el salón parroquial de Barrial, entre denuncias de agua potable y pozos contaminados, comprendimos que las perforaciones a ochenta metros son semejantes a las galerías uraníferas de la CNEA. Precisamente a esa profundidad se hallan inundados los socavones de la mina de uranio Don Otto. Los mineros excavaron en pos del uranio y al llegar a esa profundad aparece el agua que debió bombear para seguir sacando uranio hasta los 120 y 190 metros. Hoy están inundadas las galerías que abandonaron hace 25 años de manera negligente.
En Seclantás nos recibió el intendente y una comisión de vecinos, firmes activistas contra la minería de uranio. Este rincón del noroeste argentino padece más que ningún otro, la proximidad de los yacimientos uraníferos de Don Otto. Reiniciar la explotación será fatal, e incierto el futuro turístico y la producción orgánica de la región. En Angastaco, a 2.200 metros de altura, comprobamos que el tema minero no solo está instalado sino que goza de fuerte oposición. El no a Don Otto es un hecho, los pobladores se acercaban a preguntarnos sobre este y otros temas de contaminación. Veinticinco profesionales y empleados de la salud del hospital de Angastaco, acordaron reunirse con los auto convocados y articular campañas de información porque, para estos médicos, los casos de hipertensión y artritis han aumentado significativamente y es hora de que se investiguen los motivos; hace tres años, no era así y, además, nosotros somos los que estamos más cerca de Don Otto, sentenciaron.
La asamblea de Cachi fue muy concurrida, constituida por más de ciento cincuenta vecinos que en su mayoría se acercaron por primera vez. Uno de los momentos más gratos fue la disertación e intercambio que sostuvimos con la Comunidad Indígena Quilmes, (Tucumán, límite con Salta) con quienes nos comprometimos a continuar ligados y a confluir en un movimiento social integrado por todas las poblaciones de los valles calchaquíes.
Santa María (Catamarca) fue el cierre de nuestra visita a la región calchaquí. En la plaza, la noche fría, no impidió que casi doscientas personas siguieran con atención nuestros discursos. Bajo La Alumbrera fue el centro pero sin omitir referencias a las invasiones mineras que azotan a lo largo de los Andes latinoamericanos. Me preocupé en socializar con los compañeros catamarqueños algunos informes de trascendencia, en su mayoría desconocidos o no tenidos en cuenta: el caso de Carlos Rudolph que diseñó Bajo La Alumbrera, la solicitud de tecnología de la empresa minera incapaz de resolver los problemas del mineroducto, la energía que El Chocón-Hidronor S.A. le suministra a La Alumbrera, el discurso pendular de ingenieros y funcionarios acerca de la inocuidad del cianuro y de la minería en mano de PYMES, el discurso del Estado y de la gente de Segemar. Estos puntos los desarrollaremos en otra nota porque en Santa María la lucha contra La Alumbrera y Agua Rica había sufrido un retroceso, por eso insistimos en la unidad y en la construcción de un gran movimiento social en la región calchaquí, dejando de lado banderías partidistas.
La mina de uranio Don Otto
Al recorrer los valles calchaquíes reconocemos que esas inmensos cuencos naturales, encerradas por quebradas imponentes, se comportan como un sándwich sometido a contaminación disímil. Por un lado, más de cuarenta emprendimientos mineros a punto de finalizar la prospección y dos centenares de permisos de cateos con igual fin; por el otro, la mina de uranio Don Otto y media docena de yacimientos de uranio dispersos como el de Los Berthos y Martín Güemes: el emparedado perfecto. Se trata de valles enjaulados iguales a los del Huasco en Chile y poblaciones mineras destruidas, tipo Andacollo. De un lado y del otro de la cordillera es igual. Pero aquí, además de los drenajes ácidos de mina debe sumársele la contaminación radiactiva presente en la extracción del uranio y minas como éstas, descuidadas, sin remediar.
Desde mi llegada a Salta hice público mi deseo de visitar la mina Don Otto. Deambulé por las minas Los Adobes, Cerro Cóndor, Cerro Solo, en Chubut, y por la de Sierra Pintada, en Mendoza, entre otras, y nunca la Comisión Nacional de Energía Atómica (CNEA) impidió que las recorriera. Debo decir, aunque no me sorprende, que esta fue la primera vez en la que me exigieron papeleo burocrático para la autorización. El pacto fue siempre avisar a la Comisión antes de visitar las instalaciones.
¿Por qué me detengo en este trámite?
En Don Otto comprobé que había razones para ocultar el calamitoso estado en que se halla, el abandono y deterioro de las instalaciones, que paso a detallar.
Para llegar a Don Otto atravesamos alturas que superan los 3.500 metros. Desde esas cimas, el paisaje surge infinito, pero con la ilusión de alcanzarlo. Planicie verde, mucha pastura natural, un valle imponente con sierras continuas, escalonadas hasta la cordillera que se levanta a lo lejos. La vegetación es una especie de gramilla que cubre la vastedad del valle. Hay ojos de agua secos que esperan las próximas lluvias. Es la planicie de Cachipampa, se ve distante el Nevado de Cachi, la cumbre de Palermo y, más atrás, el cerro Tin Tin que oculta al pueblo de Cachi. Dejamos el Parque Nacional Los Cardones y entramos en terrenos de la mina, gracias a una legislación que por conveniencia fijó límites tramposos. Atrás quedaron los yacimientos de uranio Los Berthos dentro del propio parque nacional y nos llama la atención que para llegar a Don Otto debemos transitar por la única senda posible: el propio cauce del río Toncos paralelo a la quebrada del mismo nombre, que corre subterráneo y emerge más adelante. Vemos la motobomba de la planta de agua de la CNEA pero los churquis, algarrobos y los cardones están secos en el área de Don Otto.
En el primer socavón uranífero advertimos su caída casi vertical que por los datos recogidos concluye en la napa de agua, 80 metros más abajo. En los alrededores de la mina subterránea se hallan miles de toneladas de hierro dispersas, vías sueltas, vagonetas oxidadas, cables, alambres, latas y tambores seguramente de aceites y combustibles, cientos de maderas y tablones de alguna construcción que sucumbió con el tiempo. Todo diseminado entre escombreras de una explotación desolada desde hace tres décadas y plataformas de hormigón que supieron sostener fuerza motriz en otros tiempos. Desde ese punto se puede divisar buena cantidad de colas de uranio derrumbadas, a merced del viento y de las lluvias, y no imaginamos a donde fueron a parar El viento era fuerte y, cuando arreciaba, tapamos ojos y boca con un ocasional pañuelo, porque de las colas de uranio salían nubes de polvo radiactivo. En el centro de la planta, abunda más basura suelta irradiada, tanques herrumbrados que fueron depósitos de ácido sulfúrico para lixiviar las rocas uraníferas, una fila de piletas tipo australianas, desvencijadas, no podían ocultar gomas sueltas, cables, latas y parte de colas de uranio desprendidas del montículo original sujeto por una suerte de alambre de gallinero oxidado, incapaz de contenerlas. Mientras tanto, el viento volvía con fuerza y eso nos permitió filmar el polvo que volaba de las pilas de cola y de las escombreras y a dos obreros que, protegidos por sus respectivos barbijos, trabajaban pegados a una de las colas de uranio, quemaban determinados residuos porque -como hemos dicho- intentan reabrir la producción de uranio de Don Otto. Parece increíble que esto esté sucediendo mientras escribo estas líneas.
¿Por qué?
Creo necesario recordar que hace unos años la CNEA, ante insistentes denuncias ciudadanas, creó un Proyecto de Restitución Ambiental de la Minería del Uranio (PRAMU), merced a un préstamo del Banco Mundial de veinticinco millones de dólares que se suma a otro del estado nacional de casi tres millones y medio de dólares. Alguna vez preguntamos -sin respuesta- dónde fue a parar ese dinero fijado para la remediación minera. Lo cierto es que en el propio informe del PRAMU la CNEA dice que “la minería y el procesamiento de los minerales de uranio producen grandes cantidades de residuos que deben ser gestionados en forma segura”, pero durante casi treinta años se olvidaron de hacerlo. “Estos residuos -continúan los especialistas nucleares argentinos- constituyen fuentes potenciales de repercusión química y radiológica, tanto para las personas que trabajan en la industria como para los individuos del público que pueden resultar expuestos, si los mismos se dispersan en el ambiente.” Nosotros con nuestras cámaras damos fe de ello y -continúa el informe- “dados los largos períodos de vida de los radionucleidos que contienen los residuos, y las características físicas y químicas de los mismos, deberán estudiarse las repercusiones a largo plazo de los procesos ambientales,”como ser “algunos productos radiactivos en las colas pueden producir radiación gamma y la dispersión de las colas mediante el viento o el agua, o por disolución puede trasladar partículas radiactivas y otros compuestos tóxicos a capas de agua superficiales o subterráneas que constituyen fuentes de aguas potables, a los suelos, a la cadena trófica y a los alimentos”. Es decir, la CNEA dice lo que siempre sostuvimos nosotros, concluyendo en el mismo informe que “de no tomarse medidas los lugares podrían verse afectados y aumentar el índice de probabilidad de contraer cáncer e intranquilidad social…” No oculta que “el agua de mina puede contener contaminantes radiológicos y convencionales”, pero sobre todo, el informe de la CNEA en el PRAMU es terminante al admitir que “el 70% de la radiactividad original del mineral permanece en las colas. Las colas contienen casi toda la actividad proveniente del decaimiento del uranio 238: torio 230 y radio 226, el que a su vez decae produciendo el radón 222. El torio 230 es una fuente de producción de radiactividad a largo plazo” (28-12-2005 Evaluación Ambiental página 17 – Revisión). Dicho informe advierte que “las colas contienen además metales pesados que están presentes en el mineral, por ejemplo plomo, vanadio, cobre, zinc, cromo y otros compuestos adicionados durante el proceso como amonio, nitrato, solventes, etc. Así -dice- si no se toman previsiones las colas pueden ser una fuente de contaminación ambiental a largo plazo.”
Estas generalidades de la CNEA las intenta aplicar luego al sitio Tonco, esto es, a la mina Don Otto, que dejaron abandonada hace casi 30 años como he descrito anteriormente, con las colas y escombreras a la intemperie del viento y del agua y con 18.325 metros de galerías subterráneas, parte de ellas inundadas. Hasta su cierre se extrajeron 479.000 toneladas de mineral, con 401 toneladas de uranio y una ley media de 0,084 % de uranio. También en la mina Los Berthos se perforaron 6.925 metros de galería, cortavetas y chimeneas. Le siguió la mina Martín Miguel de Güemes con 1.605 metros subterráneos y la Emmy, que no produjo en sus 310 metros de labores mineras. “La planta -dice el informe- operó durante toda su vida útil sin un sistema de retención de desechos líquidos y sin neutralización” (Evaluación Ambiental pág. 91/ 17-10-2003 y 28-12-2005).
El informe destaca que “desde 1996 una empresa privada, contratada por la CNEA, ejerce vigilancia permanente y controla el acceso al área de la ex zona fabril y mina Don Otto a través de una barrera sobre el camino de ingreso”. Pues bien, quien esto escribe cruzó esas barreras libremente, la primera levantada y la segunda sin personal alguno a la vista. Viajamos en dos vehículos siete personas y recorrimos la planta de manera completa sin dejar de filmar y de fotografiar. Solo al regresar se aproxima uno de los treinta obreros que aproximadamente trabajan ahora en la planta conforme al convenio de reapertura suscripto por la Nación, la provincia y la CNEA, y le di las explicaciones del caso.
Don Otto, una mina peligrosa.
Un informe del diario Clarín (1/8/2007 Pág. 16) dice que Argentina reiniciará en Salta la extracción de uranio. Dice también que “la búsqueda de nuevos yacimientos de uranio se da en el marco de una creciente presión de multinacionales para obtener permisos de cateos” porque el precio del kilo de uranio pasó de 25 dólares a 312 en los últimos años por la crisis del petróleo. Va más lejos, dice que “Don Otto producirá 30 toneladas de uranio por año,”
Pero estas afirmaciones encolerizaron a Roberto Zenobi, Presidente de la Cámara Mendocina de Empresarios Mineros (CAMEM) que por alguna extraña razón se desespera por reabrir la explotación de la mina de uranio de Sierra Pintada, de San Rafael. En su afán de justificar el emprendimiento mendocino explica las diferencias entre una y otra mina de uranio. Dijo que “Don Otto es una mina con acceso complicado al mineral debido a su condición subterránea y que además estaría inundada. Si se comparan los costos de explotación entre Sierra Pintada y Don Otto -asegura Zenobi- podríamos decir que un metro cúbico de uranio en Mendoza costaría un peso mientras que en Salta cerca de 30?. Estas afirmaciones de agua en las galerías de Don Otto (negadas por funcionarios salteños) son ratificadas por obreros contratadas por la CNEA para la reapertura de Don Otto. Entrevistamos a Oscar Viltes (50 años), desde los 17 trabajó en la mina con el documento del primo porque era menor de edad: “En la mina hay agua a los 90 metros y debe bombearse para extraer el uranio. El agua quedó allí desde 1983 cuando se cerró la mina. El pique es hasta 190 metros y con agua”.
Mientras tanto el diario Perfil de Buenos Aires publicó el 9 de septiembre de 2007 que “La Asociación de Profesionales de la Comisión Nacional de Energía Atómica (CNEA) elevó un duro pedido de informes al ministro Julio De Vido, al gobernador de Salta Carlos Romero y al presidente de la CNEA, Jorge Abriata.” El documento dice con respecto a la mina Don Otto que “hay improvisación y que restan pequeñas reservas en el sitio a un alto costo de producción;” cuestiona además “la confiabilidad de la CNEA”, entre otras consideraciones que denuncian a dicha explotación como insostenible y de “inviabilidad técnica”.
Javier Rodríguez Pardo