Carlos Reyna
La República 07.04.10
Que se protejan el ambiente y el derecho laboral en la minería de oro de Madre de Dios es correcto solo en parte. Mejor sería que eso se haga en todo el país y en todas las actividades, incluyendo, por supuesto, a la minería de todo tamaño.
Está bien que el urgente decreto 012-2010 se refiera, en su preámbulo, a los mandatos constitucionales y legales en materia de ambiente, salud, diversidad biológica, desarrollo sostenible, áreas protegidas, ordenamiento territorial, zonificación ecológica, interés nacional y bien común. La pena es que tan buen preámbulo solo concluya en regulaciones para la minería aurífera de Madre de Dios.
Cuánta falta hace que se establezcan regulaciones y decisiones protectivas semejantes o aún más rotundas respecto a todo el país.
Las alturas y gentes de Huancabamba, Piura, o las de Quilish, en Cajamarca. Las aguas y bosques del río Corrientes. El valle de Tambogrande, al norte, y ahora el de Islay, al sur. La gente de Pasco y La Oroya. En algunos casos, el daño ya ocurrió. En otros, aún amenaza o asoma al corto plazo. En todos, ya hubo o habrá pronto un costo en vidas. No hay decretos de urgencia para ellos.
Hay, pues, una doble moral en este ambientalismo enérgico en una parte del país y ausente respecto a todo el resto. En este caso, las dragas de los ríos son el escándalo que se necesita reprimir en Madre de Dios para que el pecado siga frenético en todas partes. La parte que debe cambiar un poco para cumplir con el verso ecológico de ciertos TLC y para que el resto siga igual.
Pero no se trata solo de fallas morales ni normativas. Estos que el Presidente llama mineros salvajes y primitivos están perfectamente articulados al resto del capitalismo formal, civilizado y liberal. Este arruina sus posibilidades agrarias o ganaderas. Los echa a sembrar coca o a buscarse la vida en socavones precarios o a la ribera de los ríos. Les envía intermediarios comerciales o procesadores de la coca o del oro. Los exprimen a más no poder. Así funcionan.
Pero cuando emergen de las brumas del precapitalismo andino o selvático para defender el tosco juego que les enseñaron, los liberales civilizados de repentino afán ecológico imponen su doble economía a balazo limpio, porque el juego es suyo.