El control de estos metales, esenciales en el mundo tecnológico, se ha convertido en objeto de disputa entre las dos grandes potencias del mundo
ÓSCAR GRANADOS
08/03/2020
Mina de tierras raras en California (EE UU).JOE BUGLEWICZ / BLOOMBERG
Hay que bucear un poco en la tabla periódica para encontrarlas. Gadolinio, lantano, samario, europio, terbio… Son 17, se las conoce como tierras raras y son famosas por ser buenas conductoras de electricidad. La vida moderna no sería lo mismo sin ellas. Están en los móviles, tabletas y ordenadores. Pero también en las cámaras fotográficas, aerogeneradores, bombillas de bajo consumo y en algunas aplicaciones militares como en las gafas de visión nocturna o en las armas de precisión (guiadas por láser o satélite). Por esa razón se han convertido en la joya de la corona de las dos grandes potencias del planeta. China —el líder en producción desde hace más de tres décadas y con las mayores reservas del mundo— lucha por mantener su posición en el mercado, mientras que Estados Unidos —que acaba de volver a la palestra— busca la autosuficiencia, pues el 80% del consumo de estos elementos procede del gigante asiático.
EE UU ha pisado el acelerador. Impulsa a marchas forzadas el desarrollo de una industria, al mismo tiempo que diversifica sus fuentes. Su hambre por estos metales lo ha llevado a desplegar en su territorio drones y otras tecnologías que ayuden a localizar posibles reservas, según reveló la agencia Bloomberg. De igual forma, Washington ha acordado con Canadá y Australia el despliegue de proyectos en conjunto que están enfocados en el refinado de estos materiales. Además, busca fondos federales para reforzar el sector. “Ha retomado la actividad…, pero le tomará tiempo competir con China”, afirma David Merriman, experto en metales en la consultora Roskill. El primer paso ya lo dio el año pasado: la producción de tierras raras en EE UU aumentó un 44% y el país pasó de la cuarta a la segunda posición en la tabla mundial con un 12% del mercado, una cuota muy lejana a la china, que llega al 63%, de acuerdo con las cifras del Servicio Geológico de EE UU. El salto no es casual. Su principal y única mina de tierras raras, ubicada en California, ha resurgido de sus cenizas.
Tras años de cierres y aperturas intermitentes, la Mountain Pass —que hasta finales de los ochenta era el mayor suministrador mundial de metales raros— retomó operaciones en 2017 gracias a un acuerdo de inversores en el que ha participado la china Shenghe Resources, una de las principales compañías del sector. “EE UU no se siente cómodo con el dominio que tiene China”, dice Chris Berry, fundador de House Mountain Partners, una consultora de materias primas con sede en Nueva York. Su malestar se ha evidenciado cuando el gigante asiático, en medio de una guerra comercial, amenazó con paralizar las exportaciones de tierras raras. “Estos elementos se han convertido en una herramienta geopolítica”, dice un análisis de Roskill. Para EE UU son de suma importancia a tal grado que han sido catalogadas como “imprescindibles para la seguridad nacional y económica”.
Por ese motivo, estos metales fueron una baza en la primera fase del acuerdo comercial, en la que China se ha comprometido a comprar a EE UU dos tipos de tierras raras: escandio e itrio, usadas en aplicaciones de defensa, en la aeronáutica y en la fabricación de televisores. El movimiento es estratégico y dará frutos a la incipiente industria estadounidense, pero no de forma inmediata. “EE UU piensa en el futuro, porque ahora la producción de estos dos metales es minúscula”, afirma Juan Diego Rodríguez-Blanco, profesor de nanomineralogía en el Trinity College de Dublín. Para algunos analistas, la autosuficiencia podría estar a la vuelta de la esquina. “[Quizás] en siete o diez años pueda conseguirlo”, estima Eugene Gholz, profesor de ciencias políticas y experto en seguridad nacional en la Universidad de Notre Dame (Indiana).
Gigante asiático
China comenzó a extraer cantidades importantes de tierras raras en los años ochenta del siglo pasado. Durante la década siguiente ya controlaba el 28% de la producción, por detrás de EE UU, que copaba el 38%. Después, el gigante asiático fortaleció su posición al vender los metales por debajo del precio de otras empresas. La Mountain Pass y muchas otras minas en todo el mundo no pudieron competir y echaron el cierre. Entre 2008 y 2010, Pekín llegó a controlar alrededor del 95% del mercado, según las cifras del Servicio Geológico de EE UU. Sin embargo, su hegemonía extractiva se ha visto menguada en los últimos años a pesar de que su producción ha crecido de manera constante desde 2012. Ello se debe a la aparición de diversos jugadores (EE UU, Australia, Myanmar, entre otros) que quieren un trozo del pastel.
El poderío de la potencia emergente es difícil de abatir, pues controla el proceso de refinación. “Una gran cantidad de la propiedad intelectual en torno al procesamiento de tierras raras está en manos chinas. Este tipo de conocimiento es inevaluable”, explica Berry. China ha mantenido su posición porque, además de ser el mayor productor mundial de tierras raras (con solo seis compañías), también es el primer consumidor, por delante de Japón y EE UU.
Ese estatus se ha mantenido a pesar de que la extracción se ha visto afectada por la introducción de una legislación medioambiental que ha puesto freno a la actividad en las provincias del sur. “China creció tanto en sofisticación que se convirtió en una superpotencia”, asegura Ei Sun Oh, experto del Instituto de Asuntos Internacionales de Singapur. Hoy, el mayor riesgo es el brote de coronavirus que ha paralizado la actividad industrial. El Global Times — el periódico insignia del Partido Comunista Chino— afirma que las empresas del sector ubicadas en la localidad de Ganzhou (donde se procesan cerca del 70% de los metales raros que se usan en el mundo) estaban trabajando a principios de febrero a un 20% de su capacidad a causa del brote, lo cual afectaría las exportaciones hacia EE UU, Japón y Europa.
GROENLANDIA
The Wall Street Journal publicó el pasado agosto lo que pudo haber sido una tomadura de pelo: “El presidente Trump contempla una nueva compra de bienes raíces: Groenlandia”. Pero no fue así. Su intención resultó real y, a pesar de las críticas, no es cualquier ocurrencia. La isla (región autónoma de Dinamarca) es una rica fuente de materias primas, sobre todo de tierras raras. Allí se desarrolla el proyecto Kvanefjeld —liderado por la australiana Greenland Minerals, donde la china Shenghe Resources tiene participación—, que en el futuro pretende suministrar entre un 20% y 30% de la demanda global de esos metales. El sueño de Trump tiene un raro trasfondo.
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