La minería de oro se ha convertido en un flagelo que azota muchos países de América Latina. En algunos sitios operan unas pocas transnacionales gigantes, pero en otras zonas se agolpan cientos, miles de personas, hurgando en los ríos de las selvas o entrañas de las montañas en busca de unos gramos de oro.
Mientras que las grandes corporaciones insisten en contar con tecnologías de punta, servir al crecimiento económico y brindar empleo, la minería a pequeña escala, informal o ilegal, trabaja bajo la sombra de la contaminación, la violencia y la pobreza. En realidad, las dos prácticas son igualmente terribles. En la gran minería del oro se generan toda clase de impactos territoriales y ambientales y las repetidas promesas de excelencia en tecnología y en gestión se han derrumbado. Pascua Lama, una gigantesca operación minera ubicada en las cumbres andinas compartidas por Argentina y Chile, prometió repetidamente que sería un ejemplo de cuidadoso desempeño ambiental. La realidad ha sido otra. Y ante su mala gestión y sus incumplimientos, el emprendimiento fue multado y suspendido por la justicia chilena.