Alfredo Molano Bravo
Segunda parte del relato de viaje del sociólogo y escritor a este municipio en el que muestra cómo los terratenientes y la minería están cambiando el mapa agrícola de una rica región.
Foto: A los habitantes de Caramanta les preocupaban los estrechos lazos entre la gran minería y la concentración de la tierra, por eso crearon el Cinturón Occidental Ambiental (COA). / Ricardo Perea
La zona caliente —Manzanares, Sucre, Aguadita, Naranjal, Chirapotó— fue siempre y es tierra de caña panelera. Tradicionalmente el cultivo se hacía por medio del sistema de aparcería o medianería, llamada localmente “de cepa”. Los grandes propietarios de la tierra poseían al mismo tiempo trapiches donde se molía la caña, se extraían las mieles y se fabricaba panela. La caña —la cepa— era propiedad del campesino cultivador, pero la tierra era del hacendado.
El producto, la panela, se dividía en partes iguales. Había trapiches que tenían 100 y hasta 150 campesinos que trabajaban y vivían bajo esta modalidad. Las relaciones entre el dueño de la tierra y los campesinos se regían por la costumbre y nunca se presentó el caso de que uno de estos reclamara —pese a la vigencia de la ley 200 del 36— la propiedad donde cultivaba la cepa. La caña panelera no tiene épocas de zafra donde toda la caña se corta; más bien se descepa de cuando en cuando, de manera que los ingresos monetarios son constantes. La gran mayoría de las tierras cálidas del municipio eran así explotadas.
Hace unos años llegó otro señor a comprar tierras y compró todas las que los trapiches le ofrecían. El precio de la panela pasaba por un mal momento. Los ingenios del Valle del Cauca habían entrado al mercado y ofrecían panela a precios que a los campesinos les daban pérdidas o ingresos muy escasos. Entre 1998 y 2005, la panela se pagaba a un promedio de 600-700 pesos por unidad. No sólo compró los grandes trapiches con sus extensas tierras, sino que destruyó físicamente los entables y hasta antiguas casas de hacienda, para sembrar pastos e instalar ganaderías extensivas.
El resultado: más de 500 familias campesinas despojadas de su modo tradicional de vida. El proceso tuvo lugar mientras el Bloque Suroeste, comandado por René, dominaba las vidas de los pobladores y dormía en las haciendas. Durante todo el tiempo de presencia paramilitar, el Ejército y la Policía no trabaron un solo combate con miembros del bloque, ni se supo de detenidos y ni siquiera de informes a las autoridades judiciales.
Verdad Abierta.com señala: “La confusión inicial entre los grupos de vigilancia legales y los grupos ilegales de autodefensa fue aprovechada por estos últimos para ganar confianza entre la población y obtener información. Por falta de cohesión social y poca presencia estatal, muchas personas del común se convirtieron en aliados estratégicos de quienes serían el flagelo para muchos y alivio para pocos”.
Café amargo
Entre las tierras frías y las tierras calientes están las tierras templadas, tierras de café: el camino de la colonización antioqueña. El café cumplió el papel que la coca ha cumplido desde el 70 en la colonización del piedemonte, de las selvas y de los llanos del oriente. Desde la segunda mitad del siglo XIX, el café alcanzaba precios internacionales, rentables para los cultivadores que en el suroeste de Antioquia y en Caldas tuvieron que enfrentarse al poder de las concesiones de tierra hasta anularlas. Fue un cultivo campesino por excelencia, trabajado en parcelas medianas o pequeñas, con mano de obra familiar y con variedades que requerían sombrío con frutales de guamo y plátano que no sólo abonaban la tierra, sino que daban de comer a la familia.
En Caramanta el café ha sido el eje de la economía regional. Como en toda la comarca, la crisis del grano en los noventa afectó muy seriamente a los cafeteros, impuso el cambio de variedades por parte de Fedecafé y con ello sacó del mercado a los más débiles, a los que no pudieron financiar el cambio.
Con todo, el café siguió siendo la fuente de trabajo y de ingresos de la mayoría de los campesinos de la franja cálida, hasta que comenzaron a sentirse amenazados, por arriba y por abajo, por los señores de la tierra que cada día hacían mejores ofertas de compra. Al no verse coronadas en la notaría, los cafetaleros recibían amenazas. Se compraron y vendieron fincas; se transfirieron títulos. Se desplazaron campesinos.
Los paramilitares controlaban el orden público. Un botón de muestra: “El 6 de febrero de 1993 en Caramanta, Antioquia, paramilitares en número aproximado de 25 efectivos fuertemente armados, desaparecieron a los hermanos Nubia Sánchez Sánchez y Edier Sánchez Sánchez, los cuales fueron sacados de su vivienda ubicada en la inspección departamental Alegría. Antes de irse el grupo, dijeron tener una lista negra de 25 personas a las que les pasaría lo mismo. El día 27 fue desaparecido el inspector de la inspección departamental Sucre, cuyo cadáver fue encontrado torturado en los primeros días de marzo” [2].
Las crisis de los cafeteros nunca son totales. Los salva de la bancarrota la estrategia llamada economía de sancocho: todo lo que en una parcela se da, cabe: maíz, yuca, plátano, fríjol y pasto, y, por lo tanto, tres vacas lecheras con soga. Así, algunos campesinos aceptaron la invitación que les hicieron los lecheros grandes de la parte alta, incluido en estos el ‘Señor’.
Organizaron una cooperativa lechera para reducir costos y elevar su poder de negociación con los intermediarios. Lograron algunos éxitos, sobre todo en relación con la carretera, que el departamento mejoró. Pero poco a poco los productores mayores fueron sacando a los menores con el argumento de que la leche de los pequeños llegaba agria y dañaba la de los demás.
Los parceleros fundaron su propio organismo: Asociación Agropecuaria de Caramanta (ASAP). No sólo para resolver el problema de la leche, sino los de la caña, el café y otros comunes: crédito, insumos, comercialización y, por supuesto, las amenazas de compra coactiva o convenida de predios por parte de los señores de las zonas alta y baja. Hoy son 80 socios que defienden tres principios básicos: la producción agroecológica; la participación de las mujeres en pie de igualdad con los hombres, y la familia, y no el individuo, como unidad de afiliación y decisión. En el fondo se trata de una estrategia para defender tanto la economía como la cultura campesinas. Saben que el secreto de la economía es la cultura, entendida como una tradición de normas, valores y territorio.
El peligro de la minería
Los campesinos —cañeros, cafeteros, fruteros, lecheros y buena parte de los pobladores del municipio y las regiones vecinas— son conscientes de un peligro más que implícito, encubierto en la acelerada concentración de tierras: la gran minería. Desde hace unos años han registrado el renovado interés por lo que se ha llamado en la región el ‘cateo’, es decir, la búsqueda de yacimientos de metales preciosos.
Una práctica que caracterizó a la colonización antioqueña y que se había dejado atrás. Lo que inquieta a la gente es que el cateo de hoy va más allá: es una exploración sistemática y técnica del territorio. No sólo de Caramanta, sino de Riosucio, Supía, Támesis, Jardín, Valparaíso. Más aún, los campesinos han identificado a la compañía que lleva a cabo los estudios geológicos: la Solvista Gold Corporation, que “maneja títulos mineros que comprenden los municipios de Caramanta, Guadalupe, Támesis, Valparaíso, Gómez Plata, Amalfi, Carolina del Príncipe, Anorí, Angostura y Campamento, en Antioquia” [3].
El descubrimiento no se paralizó en el asombro y el miedo. Los pobladores de los municipios nombrados se comunicaron entre sí las sospechas y se reunieron en Támesis, el pasado mes de julio, para evaluar las amenazas que representa la gran minería en sus municipios. Concluyeron que era urgente la creación de un organismo colectivo para “visibilizar y plantear acciones contra el Plan Nacional Minero, que actualmente se viene instalando en nuestra región, sin importar las implicaciones ambientales, sociales y económicas que ello representa”.
Y crearon el Cinturón Occidental Ambiental (COA) para defender “nuestra cultura, nuestras selvas altoandinas que resguardan el agua, los bosques, la biodiversidad, el paisaje” y que busca ser miembro de otra organización más amplia y más fuerte: la Red Colombiana Frente a la Gran Minería.
El conjunto de movimientos organizativos muestra por primera vez los estrechos lazos que hay entre la gran minería y la concentración de la tierra. La cuestión es simple, los grandes empresarios agropecuarios buscan asociarse a la locomotora minera porque saben que pueden negociar bien el derecho a la servidumbre que los asiste. Es muy posible, además, que algunos de ellos hayan obtenido concesiones y títulos mineros sobre yacimientos, susceptibles de negociación con las multinacionales.
El mapa de concesiones mineras en los municipios de Caramanta y vecinos es asombroso. El ‘señor que todos sabemos’ tiene haciendas en río Conde, donde tiene títulos mineros la Solvista, y en Yarumalito, donde la concesionaria es la Colombian Mines Corporation. Se avecina pues un conflicto muy peligroso entre las titularidades territoriales de las grandes compañías mineras, los señores de la tierra y los movimientos campesinos.
De Caramanta salimos con el último sol. Desde una curva pudimos observar y gozar un paisaje extraordinario: la vertiente occidental de la cordillera Central, desde Angelópolis y Sonsón, hasta Manizales y el Nevado del Ruiz, prácticamente todo el territorio de la colonización antioqueña del siglo XIX. Pero más asombroso e insólito fue divisar con toda nitidez la cresta del páramo de Sumapaz, situado en la cordillera Oriental. Con la sensación de haber tocado un horizonte cercano, de salida pasamos por Valparaíso, cuna del general Rafael Uribe Uribe, un caudillo que nunca dejó de hacer sus ejercicios quinestésicos en la madrugada, pero que en verdad poco le servían a la hora de hacer la guerra.