Mientras los rescatistas siguen buscando entre el barro a los 305 desaparecidos tras la rotura el pasado viernes de una presa de residuos mineros cerca del municipio sureño de Brumadinho, al sureste de Brasil, las preguntas en torno a las causas comienzan a hacerse en voz cada vez más alta.
Para responderlas, en principio, es necesario entender en qué consistía la estructura –propiedad de la multinacional brasileña Vale– que colapsó, desatando 12 millones de metros cúbicos de desechos mineros que, hasta el momento, dejan 58 muertos. El episodio no es nuevo. Hace 3 años otra presa de la misma empresa cedió. El torrente de lodo dejó 19 víctimas mortales e incontables desaparecidos en esa ocasión.
Un negocio riesgoso
Como explica Julio Fierro, investigador geoambiental quien ha asesorado al ministerio del Medio Ambiente en Colombia, el principal desafío de la minería de metales es qué hacer con los inmensos desechos que genera.
Casi la totalidad de las toneladas de roca que son pulverizadas hasta tener el grosor de un cabello humano, con el fin de extraer los gramos del metal en cuestión, terminan convertidas en un “lodo tóxico” cargado de los metales que no son utilizados, como níquel, arsénico entre otros.
El dilema, tras este proceso, es cómo almacenar esos desechos. Pese a que en los últimos años se han buscado alternativas que drenen el agua de los desechos y lo reúnan de forma más segura, la opción más común, de acuerdo con Jorge Eduardo Cock, exministro de minas y energía, “es juntar todo ese lodo en una especie de represa como la de Brasil”, llamadas presas de cola o relaves.
“Se trata de estructuras poco resistentes, de varios pisos, que se van construyendo una sobre otra”, señala Fierro. Una debilidad acentuada, de acuerdo con Tadzio Coelho, sociólogo brasileño e investigador de asuntos mineros de la Universidad Federal de Maranho, por la precaria fiscalización que se hace de las condiciones de seguridad de este tipo de diques “en las que los organismos investigadores dependen de la información aportada por la propia empresa”.
Todos estos factores confluyen, de acuerdo con el exministro Cock, en estructuras sobre las cuales “es imposible asegurar que no van a romperse”. En bombas de fango tóxico a la espera de ser detonadas por la erosión del lodo sobre las paredes de la estructura, las lluvias o los sismos.