Por: Edith González/El siglo de Torreón/San Juan de Sabinas
Son las 7 de la mañana. La temperatura: -3 grados centígrados. Diego llega a los «pocitos» para ponerse su equipo de protección personal, unas botas, un casco y un cinto. Toma su pistola de aire -equipo que le sirve para tumbar las piedras del carbón- y se dirige hacia la entrada del pozo, un agujero de 1.5 metros de diámetro. Se sube a las orillas de un tanque, se agarra del mecate que sostiene el tanque, para empezar el descenso, poco a poco se va perdiendo en la oscuridad del pozo de más de 20 metros de profundidad.
«Cuando llego abajo me voy para mi lugar y empiezo a tumbar carbón. Tengo una carretilla en donde vacío el carbón y cuando la llenamos, la vaciamos en el tanque para que lo saquen. Por día echo 12 toneladas, algunos compañeros más», explica.
Diego trabaja desde los 18 años en pozos de carbón. Actualmente en los ubicados cerca de Santa María, un ejido de San Juan de Sabinas en donde abundan los «pocitos».
Diego es carbonero, es decir se encarga de tumbar el carbón. Además del carbonero está el malacatero, que se encarga de sacar los botes llenos de carbón y de bajar y subir a los trabajadores echando a andar un motor, llamado malacate. El malacate está enredado con una cuerda que atraviesa una polea y sujeta al tanque. En el interior del pozo se encuentran los apuntadores y el planchero, el primero cuenta las carretillas y el segundo apunta las toneladas.
La tonelada se les paga de 40 a 100 pesos, lo que les ayuda a que a la semana saquen de mil 200 a 3 mil pesos, según la productividad. Sin embargo en el Seguro Social sólo cotizan con su sueldo base.
«Andamos arriesgando nuestras vidas para el sustento de nuestra familia, pero qué hacemos, nomás encomendarnos a Dios», dice Diego.
Los pozos de carbón son tiros verticales que van de los 20 a los 100 metros de prefundidad. En el fondo hacen cuatro cañones o cuevas, uno es para el agua. Conforme van derribando el carbón van colocando unos troncos para que el techo se sostenga. Aunque el tiempo de vida de estos pozos es de 9 meses, los propietarios lo explotan hasta que terminan de sacar el carbón.
Ninguno de los pozos que actualmente se explotan cumple con la norma de seguridad NOM- 032 de la Secretaría de Trabajo y Previsión Social, que indica los parámetros para trabajar la minería subterránea de carbón, debido a que no cuentan con salidas de emergencia y en el caso de la mayoría, con el equipo de protección personal requerido por la citada norma.
Además, las visitas que realizan los inspectores de la Secretaría del Trabajo, son anunciadas con un día de anticipación, según el testimonio de los mineros.
«Nos dicen ‘mañana van a venir los inspectores, para que se vengan bien bañados’; unos ni si quiera se bajan a la camioneta, mucho menos se meten a los pozos», dice Francisco Castillo, ex trabajador de un pozo de carbón.
En otros casos desmontan los pozos el día de la inspección y posteriormente los vuelven a armar.
Con la intención de documentar el trabajo de los mineros y las condiciones bajo las cuales laboran en el interior de los pozos de carbón, El Siglo de Torreón solicita permiso para entrar, pero la respuesta es negativa.
«Si la dejamos entrar nos corren, hable con el encargado», dicen. La respuesta del encargado es no.
A la salida de los pozos de Santa María, la siguiente parada es el ejido La Esperanza , de Múzquiz. Ahí se encuentra un grupo de trabajadores de la mina Lulú, siniestrada el pasado 2 de febrero, en donde fallecieron 2 mineros.
«Fue muy rápido de repente se empezó a caer el carbón y luego aventó la bolsa de gas, cuando entramos íbamos a poner el marco y de repente se empezó a caer el carbón y lo aventó con fuerza (la bolsa de gas) yo corrí, pero otros dos se quedaron enterrados», narra un sobreviviente del siniestro.
La mina Lulú registró un siniestro el 6 de agosto de 2009, en donde fallecieron otros dos trabajadores. Los mineros dicen que aunque la mina fue clausurada, continuó operando hasta que finalmente fue cerrada tras la muerte de los trabajadores en este año.
Los mineros cuentan que en la mina ninguno tenía un trabajo específico, todos realizaban diversas labores. Incluso uno de los fallecidos, Daniel Vaquera, era bombero y debía permanecer en la entrada de la mina, no en donde sucedió el derrumbe.
La mina además, años atrás, aceptaba el trabajo de menores, práctica en la que incurren también los propietarios de los pozos de carbón, aunque la Norma 032, lo prohíbe.
Cien trabajadores de la mina Lulú, fueron finiquitados con cantidades que van desde los 15 mil hasta los 19 mil pesos, a pesar de que algunos tenían más de 5 años laborando.
«El papeleo que hizo la empresa de los finiquitos fue ahí mismo en la empresa, no ante la autoridad, nosotros creemos que no es justo lo que ellos nos dieron», dice uno de los mineros.
Ninguno quiere revelar su nombre por temor a figurar en la «lista negra» de la empresa y, en consecuencia, ya no serían contratados, ni en minas ni en pozos de carbón.
«Si no trabajamos ahí, ¿entonces dónde? Si aquí es lo único que hay para trabajar, minas», comenta otro de ellos.
Por el mismo motivo los trabajadores se niegan a hablar de las condiciones de seguridad bajo las cuales trabajan, argumentando que ellos lo único que quieren es que los liquiden conforme a la ley, o bien recuperar su fuente de trabajo.
A la salida de La Esperanza , camino rumbo a San Juan de Sabinas, a pie de carretera se encuentra otro grupo de mineros.
Esperan una vieja camioneta que los llevará a la mina en donde laboran. Se les cuestiona sobre su centro de trabajo, pero se niegan a hablar.
«No podemos decir nada porque nos metemos en problemas», comenta uno.
La mina está a pocos kilómetros de la carretera. El encargado nos permite el acceso.
La mina, dice, es concesión de MIMOSA, Minerales Monclova S.A., una de las más importantes de la región.
«Mimosa es la dueña de la concesión, ellos supervisan la seguridad de esta mina y lo que sale se le vende a Mimosa», dice uno de los mineros.
A la salida de unos trabajadores de la mina, se puede constatar que no cuentan con guantes, tapones auditivos, mascarilla ni lentes.
Se les solicita el acceso, pero sólo nos permiten entrar a 5 metros de la mina para hacer algunas tomas y posteriormente salir del lugar.
La última parada es en la casa de Fermín García y María Ayala, papás de Jesús García Ayala, un minero que falleció el 20 de mayo de 2009 cuando laboraba en un pozo de carbón.
Ambos se sientan a un lado de un pequeño altar que le hicieron a Jesús, sus semblante cambia al comenzar a hablar de él.
«Yo le decía siempre, ‘ya no trabajes en la mina’, había veces que no le daba pa’l camión para que no se fuera, pero no me hizo caso… a él le gustaba mucho la minería, como a mí, yo fui minero 29 años», dice Fermín García, padre de Jesús.
En el siniestro, otro de los trabajadores, Francisco Castillo, quedó incapacitado de por vida. Ni la familia del fallecido ni Castillo recibieron indemnización.
Según testigos, después del siniestro en el pozo, se siguió explotando hasta sacar todo el carbón, sin que las autoridades lo impidieran.
«Los mentados pocitos, ahí se queda la gente por necesidad de trabajar, de llevar de comer a su familia, porque son como ratoneras no hay para dónde corras», dice la madre del minero para posteriormente finalizar la entrevista y con ello la jornada de ese día.
La organización Familia Pasta de Conchos, de marzo de 2006 a la fecha, tiene registrados 43 decesos de trabajadores de minería y siderúrgica, más de la mitad de ellos eran mineros.
En 2006, además de los 65 mineros de Pasta de Conchos, se registraron 9 decesos más; en 2007, 5; en 2008, 4; en 2009, 12 y de 2010 a la fecha van 13. La mayoría de las muertes sucedió en los llamados pocitos de carbón.
108 MINEROS Y empleados de Siderúrgicas murieron de 2006 a la fecha
FUENTE: ORGANIZACIÓN FAMILIA PASTA DE CONCHOS 20
METROS
De profunidad es la mínima distancia de un «pocito» 8
HORAS
Diarias es el promedio que trabajan los mineros.
Un testimonio Francisco Castillo, sobreviviente del pozo Vertical 4, ubicado en Progreso, en donde falleció Jesús García en mayo de 2009, narra lo que vivió ese día:
«Estábamos trabajando a 40 metros de profundidad. Le empezamos a pegar a una pared cuando un bloque de agua se nos vino a mí y a mi compañero Jesús (García Ayala). Él murió en el accidente. Yo me salvé de milagro porque me arrastró el agua y como había dos depósitos donde se nivela el agua, el agua se cortó a un lado la mitad y perdió fuerza.
«Andaba a oscuras, no miraba, mis compañeros todos se salieron, como ponen unas vigas para detener las piedras me fui agarrando y les grité, un compañero fue por mí a la salida y me subieron entre dos. Quedé muy golpeado, me golpeé la espalda y la cabeza, me quebré 7 costillas y me fracturé el oído izquierdo, eso me dijo la doctora.
«Cuando me llevaron pa’ Sabinas llegaron los doctores y me cosieron el párpado, no me limpiaron y me quedó carbón. En el Seguro de Sabinas me dijeron que me iban a dar de alta porque nada más tenía una costilla quebrada y yo les dije que me sentía muy mal, como que me quería desmayar, entonces, me mandaron al Seguro de Nueva Rosita. Ahí me dijeron que eran 3 costillas las que se me habían quebrado luego un día me sacaban una costilla y otra, hasta que llegaron a 7 quebradas y una astillada.
«Mis compañeros me contaron que hasta que salieron todos y pasaron lista se dieron cuenta que faltaba uno y bajaron por él (por Jesús), dijeron que no podían sacarlo, venía vivo y cuando lo iban a sacar, en el bote se les cayó y se dio otro golpe. No había equipo de rescate. El Seguro me dio una incapacidad, pero luego dijeron que ya estaba bien y me la quitaron. Ahorita no puedo trabajar, tengo la columna desviada y no recibo nada».
Historia de los siniestros en minas Algunos de los siniestros que dejaron mayor cantidad de muertes en el región.
En 1889, en la Mina 6, El Hondo, en Sabinas, mueren 300 mineros sepultados.
En 1902 la misma mina fallecieron 135 mineros.
En 1908 en la Mina 3, ubicada en Nueva Rosita, mueren 200 trabajadores.
En 1908 en la Mina 2, ubicada en el poblado de Palaú, Múzquiz, murieron 100 mineros.
En 1910 en la Mina 2, La Esperanza , de Múzquiz, mueren 300 mineros.
En 1969 en la Mina Guadalupe 2 y 3 de Barroterán, Muzquiz, mueren 153 mineros.
En 1988 Mina 4 y medio, mueren 37 mineros.
En 2006, en la Mina Pasta de Conchos quedan sepultados 65 mineros tras una explosión.