Dado que este páramo presenta rocas muy fracturadas, al excavar o hacer exploración minera en busca de oro, se libera arsénico de manera natural por el contacto de los minerales existentes con el medioambiente, formando aguas ácidas. Aproximadamente el 50% de los páramos del mundo están en Colombia y el 70% de la población del país vive del recurso hídrico que producen estas frágiles y magníficas «fábricas de agua».
Así lo afirma el ingeniero Gonzalo Peña, docente de la Universidad Industrial de Santander (UIS), quien agrega que en el caso del oro dichos minerales están asociados a dos compuestos: piritas (contienen azufre y hierro) y arsenopiritas (contienen arsénico, un producto muy contaminante que está en proporción de 30 a 40 gramos por cada gramo de oro).
Al hacer cálculos, el profesor Peña refiere que habría unos 80.000 millones de gramos de arsénico que saldrían solo de la mina Angostura (de la empresa Eco Oro, antes GreyStar), ubicada en este páramo. Dado que este elemento se disuelve fácilmente en el agua y es muy tóxico, el peligro es que este líquido, usado también en agricultura, llegue a las personas.
El otro problema es que, por reacciones biológicas, los grupos de azufre presentes forman ácido sulfhídrico (que es corrosivo y tóxico) y ácido sulfúrico. Estos dos compuestos bajan el pH al agua hasta valores cercanos a 1,5; así, es imposible que sobreviva alguna especie animal o vegetal.
Hay que contemplar también el riesgo del mercurio, cuyo uso comienza a disminuir en el país, y el de cianuro, una sustancia tóxica que se utiliza en forma de aspersión y cuenta con una rara capacidad para disolver el oro. Este último químico fue prohibido en Europa, pero en Colombia se usa de forma masiva. A esto se suma el uso de la dinamita para poder sacar el mineral de oro, que al emitir gases nitrosos contribuye con la contaminación a través de las lluvias ácidas.
¿Cómo funciona el páramo?
Aproximadamente el 50% de los páramos del mundo están en Colombia y el 70% de la población del país vive del recurso hídrico que producen estas frágiles y magníficas «fábricas de agua». Sin embargo, podrían convertirse en ruinas muy pronto, por fenómenos como la minería.
El páramo está lleno de fisuras y huecos, y funciona como una esponja: «En invierno almacena agua y, cuando no llueve, se drena lentamente y alimenta quebradas y ríos», dice Peña.
Teniendo en cuenta lo anterior y el hecho de que el 80% del agua dulce que existe en el planeta es subterránea, es necesario ver este ecosistema en su integralidad: «El páramo no es una cota –como pretende el Ministerio de Ambiente y Desarrollo Sostenible– sino una unidad», señala el experto de la UIS.
Por su parte, el geólogo Julio Fierro de la Universidad Nacional de Colombia complementa que sin el bosque altoandino, el páramo ya no es más páramo.
Tanto Peña como Fierro son dos de los entrevistados en los documentales Lo que la tierra no perdona y Santurbán: lo que la tierra no perdona, dirigidos respectivamente por los profesores Alberto Amaya y Carlos Barriga de la Escuela de Cine y Televisión de la U.N., con el apoyo de la Facultad de Artes y la Vicerrectoría de Investigación.
Ante la magnitud y el impacto del tema, un equipo de investigadores de la U.N. se dio a la tarea de mostrar una radiografía general del país en cuanto a la minería, y uno de los casos abordados en dichos trabajos audiovisuales fue el del páramo de Santurbán, ubicado entre los departamentos de Santander y Norte de Santander.
En la búsqueda de respuestas, se encontró que este ecosistema –con sus 150.000 hectáreas de páramo, 78 lagunas de origen glaciar y el nacimiento de más de 400 riachuelos de agua dulce– reunía la complejidad del problema del agua en todas sus aristas (ambiental, social, cultural y económica), al contraponer la explotación minera del oro a la riqueza natural y ecosistémica de la nación.
Entre los hallazgos del equipo de producción se identificaron 80 organizaciones que han generado una dinámica de conciencia sobre la importancia del agua, que ha logrado incluso poner en jaque a organismos de control ambiental.
Con el rechazo de la ciudadanía se frenaron las pretensiones de una licencia ambiental que la multinacional canadiense GreyStar (ahora denominada Eco Oro) buscaba para su proyecto llamado «Angostura de exploración minera a cielo abierto en el complejo paramuno de Jurisdicciones-Santurbán-Berlín». Con este se esperaba una producción de oro de 7,7 millones de onzas (durante los 15 años de vida útil del yacimiento), con un promedio de 511.000 onzas (16 toneladas) por año.
Se trata de una cifra importante en el contexto del Plan Nacional para el Desarrollo Minero (visión al año 2019), que proyectaba cuadruplicar las exportaciones auríferas con respecto a la producción que se tenía. No obstante, Guillermo Rudas, quien fuera consultor del Consejo Nacional de Planeación, demostró que para el 2009 las exenciones tributarias al sector minero (como en el caso del oro) fueron mayores que las regalías.
Avances recientes y saldos pendientes
Si bien es cierto que el Minambiente, en cabeza de su actual jefe de cartera Luz Helena Sarmiento, acaba de presentar la delimitación del páramo de Santurbán, con el apoyo del Instituto de Investigación de Recursos Biológicos Alexander von Humboldt, pasando de 11.700 hectáreas protegidas a 44.000, aún no se sabe qué pasa con la totalidad del páramo que tiene 150.000 hectáreas, área en la que cabría hasta 10 veces la ciudad de Bucaramanga. No obstante, de acuerdo con Gonzalo Andrade, además de que el páramo no es una cota, no existen criterios claros para haber definido dicha cifra de delimitación.
En este contexto, si la principal amenaza que tiene el país es la minería, como lo señala la ministra de Ambiente, valdría la pena preguntarse ¿por qué aún se continúan privilegiando estos megaproyectos y la locomotora minera sigue vigente? Por lo menos así lo evidencia el Conpes 3762 que da los lineamientos de política para el desarrollo de proyectos de interés nacional y estratégicos.
Se hace necesario, como propone Luis Jorge Garay, coordinador de los trabajos de investigación de la Contraloría General de la República sobre minería, tener en cuenta que este sector es un macrosistema y no una actividad cualquiera, que se debe abordar desde un análisis sistémico en vez de aislado.
También es imprescindible continuar trabajando en la legislación, para no seguir bajo el imperio del Código de Minas que, según Garay, «es un marco legal que favorece los intereses de los privados y recorta drásticamente las funciones del Estado para el seguimiento y fiscalización de la minería, a través de una tendencia perniciosa».