6 de Mayo 2011
Por José M. Fernández-Layos
Las cifras no bastan para medir el impacto que producen las minas a cielo abierto, ni tampoco los indicadores sociales y ambientales más comunes. Indagar en las historias personales que hay más allá de términos más abstractos puede ser más revelador que cualquier informe.
Precisamente eso fue lo que hizo la antropóloga argentina Andrea Mastrangelo, describir el choque que se produjo entre la instalación de una compañía minera transnacional en una localidad provinciana (Belén) y la vida de tres ancianas tejedoras que viven en un pueblo cercano al yacimiento. Su investigación desembocó en el libro “Las niñas Gutiérrez y la mina Alumbrera”. Allí intenta describir cómo cambió la vida en Belén 30 años después del trabajo realizado por otra antropóloga, Esther Hermitte. Una vez escrito, ella misma entregó personalmente un ejemplar de su libro al vicepresidente de la compañía, y otro a un representante del Banco Mundial, impulsor de las reformas mineras en los años noventa. El objetivo de tal acción es que no pudieran ignorar las consecuencias que la mina producían en la población. Cuando se cumplen siete años de la publicación del libro, conversamos con su autora sobre lo que sucedió entonces y sigue sucediendo ahora.
¿Cómo empezaste a estudiar este tema?, ¿cuál fue la chispa que encendió tu interés?
En 1995 hice una pasantía de investigación en el Instituto de Arqueología de la Universidad Nacional de Tucumán. Por decisión de Abel Peirano, que descubrió el Bajo de la Alumbrera como yacimiento minero, la Universidad Nacional es propietaria de ese yacimiento que está en otra provincia (Catamarca). En ese año se tomaron muchas decisiones sobre el proyecto minero que involucraban a la Universidad. Era un tema muy polémico, porque por ejemplo el tendido de alta tensión afectó a muchos sitios arqueológicos y la arqueología de rescate que se hizo fue incompleta. También se vulneró el derecho a la propiedad de dueños de campos, pues el mandato federal era de luz verde para la inversión. Esos incipientes conflictos socioambientales despertaron mi interés y en 1998 cuando tuve que pensar mi tema para tesis de posgrado, me orienté a comprender lo que estaba pasando.
La antropóloga Esther Hermitte ya estudió hace 30 años la vida en Belén, ¿cuáles son los mayores cambios que se han producido?
Con Esther, a pesar que no la conocí personalmente, la vida nos fue tejiendo una trama común. Ella fue mentora de Rosana Guber y amiga de Leopoldo Bartolomé. Yo estudié con ambos, que me transmitieron curiosidad y admiración por la obra de Esther. Leerla fue necesitar conocer Belén y a las teleras de vicuña. La protección ambiental de las vicuñas es un caso paradigmático de política ambiental empobrecedora: se crean las reservas de fauna, se prohíbe todo aprovechamiento y no se generan alternativas para una producción regional con marca étnica y de calidad. A partir de esta paralización de la economía regional, los hechos sociales y las crisis económicas se van encadenando para que la única salida posible sea la inversión extranjera directa en minería.
¿Qué impacto social y ambiental ha tenido mina Alumbrera en la región donde está asentada?
Los impactos socioambientales de las grandes inversiones están profusamente estudiados por la antropología y la sociología del desarrollo. Parry Scott enuncia que existe una “negligencia planificada” que acompaña a las grandes obras que suelen justificarse por el volumen de inversión que representan (sólo la planta de Minera Alumbrera costó 1.200 millones de dólares). Incluso los manuales de evaluación de impacto del Grupo Banco Mundial describen el “boom town effect” que es un efecto de inflación localizada que genera el aumento de la demanda suntuaria en zonas de economía muy deprimida. Todo esto se sabía, estaba publicado sobre otras minas y otras obras civiles, pero el estudio de impacto se encaró ex post, hacia el año 2000, cuando la mina estaba ya en operaciones.
¿Crees que lo que ha sucedido con esta mina puede tener alguna similitud con otras de América Latina?
En las políticas mineras de América Latina hay continuidades y disrupciones. La mercantilización de los recursos naturales de nuestros países, que había estado protegida como parte de nuestra soberanía hasta más o menos la década de 1990, fue sistemática como parte de la política neoliberal derivada del Consenso de Washington.
El problema, creo, no es si minería sí o no a la minería. En este sentido, el mejor ejemplo en la región es Chile, un país centralmente minero. Pero donde las decisiones las toma el Estado, pues el cobre es el patrón de una economía que por limitaciones ambientales no puede diversificarse demasiado. Esto es clave, no caer en aprovechar nuestros recursos naturales en un esquema de comercio neocolonial. Si hay extracción, tenemos que elaborar y vender con valor agregado. En Argentina, las minas en operación exportan mineral en bruto y las fundiciones (SIDERAR, acero y ALUAR, aluminio) importan mineral de otras regiones a granel. Esto es contraproducente para el desarrollo nacional y regional, deberíamos poder planificar nuestro futuro en común con crecimiento económico ambientalmente viable.
Por otra parte, considero una falacia que para generar desarrollo local la minería deba ser a gran escala. Hay sitios en el Chocó Colombiano donde los mineros extraen y elaboran joyería de oro sin trabajo infantil y con procesos químicos poco agresivos para el ambiente (Oro Verde certificado).
Mientras el Banco Mundial y las transnacionales hablan de “desarrollo minero”, tú pones el acento en la “exclusión social” que esto provoca, ¿a qué se debe esta diferencia de puntos de vista?
Esta diferencia puede explicarse por el punto de vista de la antropología social del que parto. Me interesó comprender los hechos en la perspectiva de los actores locales y no de las grandes cuentas nacionales o la misma inversión .
Recuerdo un diálogo que tuve en campo con una economista. Yo estaba subiendo a una casa en Amanao, y ella me gritaba desde la puerta de la camioneta: “Dicen que se les murieron 3 chivos. ¿Sabés cuánto PBG (Producto Geográfico Bruto) son 3 chivos?”.
Pero a la antropología del desarrollo le interesa no acentuar el empobrecimiento de los que están peor cuando la economía crece. Que los pobres no sean más pobres, porque los ricos de algún modo se cuidan solos.
El subtítulo de tu libro es “La articulación con la economía mundial de una localidad del Noroeste argentina”, ¿entiendes lo global y lo local como algo inseparable en este caso?
En este sentido me orienté por el maravilloso libro “Europa y la gente sin historia” de Eric Wolf. Debo a Leopoldo Bartolomé mi gran admiración por la obra de Wolf y su manera no local, no folklórica, no culturalista sino histórica y transnacional de entender la diversidad sociocultural. En este libro una de las entradas temáticas a la minería es sobre el budismo en Africa, Wolf cuenta que la difusión del budismo en Sudáfrica se debió al traslado de expertos extractadores de diamantes de Asia en el S. XVII y desde ahí empecé a pensar que en Catamarca estaba pasando algo parecido.
¿Quiénes son las niñas Gutiérrez y qué efectos ha producido en sus vidas?
Foto: Blanca, una de las «niñas Gutiérrez», hilando.
El significante “Niña” en el Noroeste argentino se usa para nombrar a las señoritas vírgenes y célibes o simplemente a las que mantienen su vida sexual intramuros, en discreción. Me llamó la atención que las Gutiérrez, que eran 3 hermanas de más de 60 años seguían siendo llamadas “niñas” aun por los varones de su generación. Algo más llamativo era que tenían “hijos”. Con el trabajo de campo descubrí que su unidad de producción doméstica había solucionado un problema de la demografía local, que es que la pirámide de población se compone de niños y viejos, porque la PEA migra. Adoptando niños abandonados por madres muchas veces solteras, las “niñas Gutiérrez” habían organizado la reproducción doméstica de su empobrecida chacra. Ellas y sus hijos adoptivos hacían todo lo necesario para crecer y envejecer con dignidad, hasta que por la construcción de un camino al Bajo de la Alumbrera posaron máquinas viales en su huerto de árboles frutales.
Esa pérdida terrible no fue el único daño: tenían una hermosa casa de adobe (panes de barro sin cocinar) sobre cimientos de pirca (piedra), un tipo de construcción de antecedentes precolombinos adaptada ergonómicamente al clima. El camino a la mina se alargó pero no se ensanchó. No se tuvo en cuenta que los camiones y los equipos que transportarían eran más anchos que un carro tirado por mulas. En consecuencia los parachoques de los vehículos horadaron un surco en la medianera y la agrietaron inutilizando habitaciones. Asimismo como el camino nuevo dividió en dos a la finca, el drenaje de escurrimiento del deshielo fue insuficiente y en la primavera se les inundó la casa. Tomé este caso como metáfora, como síntesis del atropello y la falta de respeto. Un modo de ver que no todas las desigualdades se superarán inyectando grandes inversiones en un entorno pauperizado.
¿Sabes qué ha sido de las niñas Gutiérrez a día de hoy?
Verónica y Florentina murieron. Creo que Blanca está viva aún. Hace poco me escribió un mail un sobrino de ellas pidiéndome una copia del libro.
¿Nos podrías contar como es el día a día de trabajo en esa mina?
Son turnos de 14 x 7, 14 días en el campamento x 7 de descanso en el lugar de residencia. Este es el turno de los trabajadores de producción minera. Los administrativos hacen 7 x 7. Los gerentes 5 x 2. El pernocte se da en unas habitaciones con dos camas y baño privado. Cuando estuve ahí había todavía un campamento “transitorio” que se había usado en la obra civil donde las habitaciones eran containers metálicos. Se trabaja 12 horas diarias y luego hay comedor y recreación gratis (películas, tv, internet, campo de deportes.
El transporte de los trabajadores es en micros privados hasta las localidades cercanas más grandes. Los gerentes tienen un avión privado con pista de aterrizaje en el yacimiento. En un testimonio que recogí en el libro un informante me dijo “Gano bien, pero mi vida se redujo a la mitad” (me quiso decir que sentía que la mitad de todos sus meses, cuando estaba trabajando, no tenía intercambio con su familia y amigos, sino relaciones de trabajo y alienación).
En muchos casos, la opinión pública local se divide entre los que celebran los puestos de trabajo que surgen alrededor de la mina (así como sus posibles beneficios económicos a corto plazo) y los que advierten de los prejuicios que esto conlleva ¿También sucede esto en Belén?, ¿qué opinión tienen sus habitantes ?
Progresivamente se fue gestando un movimiento antiminero, sobre todo ambientalizando la protesta por el gran consumo de agua que tiene esta minera y usando algunos argumentos que no se aplican a la tecnología que usa el yacimiento (se habla del cianuro, mercurio) y Alumbrera concentra mineral por flotación con cal. Esos errores desmerecen un poco la crítica ambientalizada a la minería, que en otros casos apunta a daños ambientales que si están teniendo lugar como el drenaje ácido de la pirita. Yo no soy experta en trazadores ambientales, pero la ingeniera Gabriela Factor sí, y ella me ha asesorado en esto.
Creo que siempre que hay dinero, y posibilidad de acumularlo, vas a tener a quienes someten su opinión política a la rentabilidad que están teniendo.
¿Se han producido protestas, reclamaciones y/o presiones a las instituciones y a las compañías transnacionales para que se cierre esta mina o mejoren sus condiciones? ¿ha habido alguna respuesta por parte de ellos?
En la Asamblea el Algarrobo en Andalgalá, un pueblo que comparte límite con Belén, está muy bien organizada la acción contestaría anti-mineras transnacionales, pero se han enfrentado aun con violencia con políticos locales.
Los intereses económicos llevan a esa violencia y mezquindades. Amigos de Andalgalá me cuentan que se sienten vigilados e incluso trascendió que quien maneja hace más de 10 años las relaciones con la comunidad de Bajo de la Alumbrera fue un servicio de inteligencia durante la última dictadura.
¿Cómo crees que será el futuro de los habitantes de Belén y cómo te gustaría que fuera?
Quisiera que los argentinos en general y el noroeste en particular reconozcan su origen mestizo y no se racialice la división por clases sociales. Quisiera que los belichos (como se llaman a si mismos los habitantes de Belén) puedan vivir sin segregar a los “collas del cerro”, que son nuestro origen y nuestro destino como sudamericanos. Creo que una clave para el desarrollo tiene que ser el respeto por las diferencias y la erradicación de las desigualdades.
————–