Bernardo Méndez, en San José del Progreso (Oaxaca, México), Jerónimo Rodríguez Tugri y Francisco Miranda, del pueblo originario Ngöbé-Bugle (Panamá). En distintas circunstancias, fueron víctimas de los mismos intereses, factores de poder y modus operandi: Bernardo, asesinado por un grupo paramilitar comandado por el Presidente Municipal por intentar impedir la concesión de agua a la minera canadiense Fortuna Silver Mines Inc.; los hermanos del pueblo Ngöbe-Bugle, asesinados durante una represión ordenada por el presidente Martinelli a un bloqueo de la carretera Intercontinental en oposición a un proyecto minero en territorio de sus comunidades.
A ellos, hay que sumar un largo centenar de heridos, y encima, judicializados. Si también tuviéramos en cuenta la cantidad de personas que fueron reprimidas en Cajamarca (Perú) por oposición al proyecto Conga (de la empresa Yanacocha, contralada por la norteamericana Newmont), las víctimas se contarían por millares. Allí, en el norte del Perú -como Beder en La Rioja- Ollanta Humala hizo campaña diciendo proteger las cuatro lagunas altoandinas amenazadas por el proyecto minero y prometiendo decretar su inviabilidad. Ahora, siendo presidente, cambió su postura: “Conga se hace sí o sí”, dijo, y lanzó una fuerte escalada represiva que incluyó el dictado del estado de excepción y la militarización de la región.
No sólo acá, en ‘nuestro pueblito chico’, sino a lo largo de toda América Latina, la minería transnacional a gran escala genera resistencias populares, por los devastadores ‘impactos’ de su voraz metodología extractiva que implica la voladura de cerros enteros, la destrucción de acuíferos y ecosistemas, y el consumo descomunal de agua y energía. En toda América Latina, vemos también el mismo paisaje político: gobiernos e instituciones estatales, funcionando como ‘capataces’ de las transnacionales, usando la fuerza pública para reprimir las resistencias. Ganando elecciones con clientelismo o falsas promesas; luego, más allá de toda ideología, gobernando para las empresas. Lo hacen, dicen, para “combatir la pobreza”; para “fomentar el progreso”… “Es que es la única vía que tenemos para desarrollarnos”, afirman…
Desde que fue ‘descubierta’ (inventada), NuestrAmérica nació ‘subdesarrollada’; se nos conquistó para ‘civilizarnos’, pues éramos una tierra de ‘bárbaros y salvajes’; desde que nos ‘independizamos’ nuestras clases gobernantes lo hicieron en nombre del ‘orden y el progreso’… A lo largo de toda la historia, desde la colonia (visible y palpable) a nuestros días (de colonización invisible) las clases dirigentes y ‘patricias’ de América Latina han gobernado ‘persiguiendo’ el “desarrollo”; han construido y destruido en nombre del desarrollo; han prosperado (ellos) y han empobrecido (a las mayorías); han dictado leyes y han matado en nombre del “desarrollo”… Casi como una obsesión, cuanto más esfuerzos y recursos se invierten en pos de él, tanto más ‘subdesarrollados’ nos hacemos…
Seguimos siendo presas del dilema colonial: el “desarrollo” es el nombre de la colonialidad, ese estado mental, afectivo y político en el que la dominación y la depredación de nuestras energías vitales, de nuestras riquezas y de nuestros sueños no precisa ya de fuerzas de ocupación extranjeras, ni de ‘virreinatos’; se administra más ‘económicamente’ (como quería en su momento Jeremy Bentham en su “Manual de Economía Política” de fines del siglo XVIII). Los colonos son ‘celosos guardianes de nuestros intereses’, no implican ningún costo a las finanzas de la metrópoli y son incluso más decididamente violentos con su propio pueblo que los mismos (y onerosos) ejércitos de ocupación… Así, Bentham instaba a la corona británica a cesar en su política de imperialismo militarista; el libre comercio, las finanzas y los encantos de la inversión del capital podrían hacer todo mucho más barato y ‘más civilizadamente’…
En pleno siglo XXI, seguimos inmersos en ese viejo trauma colonial; sólo que ahora, tras más de cinco siglos de ‘desarrollismo voraz’, estamos llegando a un estadio definitorio de agotamiento del mundo (materialmente hablando). La crisis climática, la crisis energética mundial y la drástica reducción del stock de recursos no renovables (entre ellos, las fuentes de agua, los hidrocarburos y los minerales)plantean un escenario geopolítico para nada pacifista. La guerra, motor impulsor del ‘desarrollo’ de Occidente, está más extendida y diversificada que nunca. No hablamos sólo de las convencionales guerras de ‘ocupación y de conquista’; los colonos les ahorran esas ‘barbaridades’ a los centros de poder mundial; llevan adelante una cotidiana guerra de intensidad variable, que nos va ‘acostumbrando’ a niveles crecientes de violencia y (auto)destrucción… La ilusión desarrollista se acompaña cíclicamente de momentos de ‘auge’, donde la ‘plata dulce’ y el consumismo de las ‘novedades tecnológicas’ va anestesiando las sensibilidades colectivas sujetas-a-expropiación…
“No voy a permitir el saqueo” prometió Ud., señora gobernadora. ¿Qué significa eso? ¿En nombre de quién/es habla la solicitada reciente del Partido Justicialista? ¿A quiénes está defendiendo/ representando? Del saadismo al castillismo, del brizuelismo al novel ‘frente para la victoria’, en Catamarca, “la minería es política de estado”; eso no quiere decir que la minería sea expresión de un consenso democrático amplio y transparente, sino, más tristemente, que la minería transnacional ha colonizado al estado; que acá se puede discutir cualquier cosa, menos ‘eso’… Que la minería (transnacional a gran escala, de exportación) se hace ‘sí o sí’… ¿Qué tipo de diálogo podemos tener bajo esa premisa, si lo que estamos discutiendo es la in-viabilidad de ese tipo de minería y lo que reclamamos es un modelo sustancialmente diferente de ‘aprovechamiento de nuestros recursos’?
Se nos acusa de ‘fundamentalistas’ y de no tener ‘voluntad de diálogo’. ¿De qué estamos hablando? ¿Cómo hacemos para dialogar, cuando se nos descalifica de entrada, exponiendo inaceptables prejuicios racistas y clasistas (‘hippies vagos’; ‘foráneos’; ‘ignorantes’, etc…)? ¿Cómo hacer escuchar nuestros planteos cuando la gran mayoría de los periodistas de nuestros medios, no se acercan a preguntarnos por qué protestamos, cuáles son nuestras posiciones y reclamos? ¿Cómo exponer nuestros argumentos, si no tenemos dinero suficiente para pagar solicitadas? Cuando la apelación ‘oficial’ al diálogo queda en un plano de abstracción discursiva sin abrir instancias concretas, institucionales que lo canalicen, sólo expresa una retórica cínica que bajo lo políticamente correcto, impone el autoritarismo de facto…
Dijeron que no iban a reprimir, pero es lo que finalmente hicieron… No les ‘sale’ hacer otra cosa… La represión parece ser un acto reflejo, más cuando de defender los intereses de las ‘grandes empresas’ se trata… Es que, en contextos (neo)coloniales de depredación, la represión no es un exceso; es una ‘necesidad’. La violencia represiva del estado es el recurso último al que apela la oficialidad del poder para mantener la ‘gobernabilidad’. Dosis diversificadas y variables de asistencialismo, de resignación y de represión configuran la ‘ecuación de gobernabilidad’ del coloniaje administrado por ‘colonos’… Parece que Bentham tenía razón: esto es más eficaz y más barato que el colonialismo ‘a secas’… Lo que no calculó bien el filósofo londinense es el ‘costo’ de las rebeliones internas…
Afortunadamente -lo digo como deseo y por convicción-, tenemos alternativas… No tenemos por qué resignarnos a ser el ‘open pit’ y los ‘diques de colas’ para la industrialización de China, India y los países del Norte… Podemos crear vías alternativas al ‘desarrollo’ –otro desarrollo… El ‘destino minero’ es un destino colonial; pero lo que se pretende imponer como tal, no es una fatalidad. Podemos cambiarlo. Estamos trabajando para eso… En cada bloqueo, en cada acto de rebeldía que afirma tozudamente que hay ciertas cosas que no se compran, que no se venden; que el Agua-Vida, no tiene precio… Señores ‘proveedores’, sepan disculpar las molestias.