Por Sociólogo: Avelino Zamora Lingán
noviembre 25, 2007
La versión común, desde la óptica de las transnacionales mineras, el Estado y algunos académicos desnaturalizados en el Perú y América Latina es que minería y agricultura son compatibles, es decir pueden convivir armónicamente, es más para muchos de estos voceros minería y agricultura son actividades que se complementan unas a otras.
Pero la percepción popular, especialmente la del poblador andino cuya base es la realidad y el quehacer cotidiano no otorga fácilmente crédito a dicha versión.
Las evidencias negativas presentes en los espacios donde históricamente han existido operaciones mineras y en los actuales serían las razones de fuerza para que los pueblos fundamenten su percepción respecto a la actividad minera. Pero también existen otras razones de orden sociocultural: La agricultura es una actividad surgida hace millones de años, es decir, es una práctica social milenaria, sobre la cual se forma y sustenta la cosmovisión del hombre andino. Se puede decir que la agricultura es base de la reproducción sociocultural del hombre de los andes.
Mientras que la actividad minera, si bien ha sido practicada desde tiempos remotos, constituye una actividad coyuntural o temporal en los espacios donde se asienta, ya que los recursos mineros son agotables; además, las explotaciones mineras generalmente no son practicadas por personas propias de los ámbitos mineros sino por personas externas o foráneas, quienes no sólo introducen nuevas tecnologías, nuevos estilos productivos, nuevos patrones de comportamiento, nuevas formas de concebir la realidad, sino que también rompen los sistemas socioculturales o la cosmovisión andina.
Además, es evidente que los beneficios económicos de la actividad minera no favorecen mayormente a los pueblos andinos, propietarios de los recursos, sino a los extranjeros, a los grupos de poder local y a los funcionarios públicos de alto nivel. Desde esta perspectiva es imposible la convivencia de la minería con la agricultura.
Por ejemplo, en una pareja de cónyuges, la convivencia se sustenta en varios factores, practicados mutuamente como: armonía, comprensión, beneficio, acuerdo, concordia, etc. si ambos cónyuges o uno de ellos no ponen en práctica estos factores, el conflicto familiar está garantizado y su permanencia también hasta que se produzca el divorcio o la separación.
De igual manera, en el binomio agricultura – minería si no existen los factores antes indicados, está condenado a convivir en permanente conflicto sólo que en este caso no es familiar sino social y la única alternativa probablemente también sea el “divorcio” o la “separación”, ya que es una relación que no funciona. Como uno de los factores sobre los cuales se sustenta la convivencia armónica habíamos mencionado a la comprensión.
En efecto, mucho se argumenta desde la posición pro-minera, que son los pobladores rurales o los campesinos quienes no comprenden a la actividad minera y los beneficios que ésta deja.
Obviamente esta es una visión muy limitada puesto que se hace desde el enfoque occidental y sólo se basa en el aporte económico hecha a las arcas fiscales, el cual lamentablemente poco o nada beneficia a los pueblos.
Pero la pregunta que salta inmediatamente es: ¿Acaso las transnacionales mineras, los gobernantes de turno y aquellos académicos que vendieron su conciencia y sus conocimientos, por unos miles de dólares comprenden a los campesinos y a su cultura? ¿Acaso no conocen la historia negra de la actividad minera en Potosí (Bolivia), en Cerro de Pasco, Hualgayoc, la Oroya, Huancavelica y en cuanto lugar se haya asentado, etc.? Entonces ¿Quién no comprende a quien? ¿Los campesinos que son iletrados, que tienen su propia lógica cultural y social milenaria, construida durante miles de años a través de su práctica social y diálogo con la naturaleza y que además viven y sienten los efectos negativos de la actividad minera o los dueños de las grandes transnacionales que vienen de realidades distintas, supuestamente más civilizadas y desarrolladas, con mayores niveles técnicos y científicos a imponer no sólo tecnología sino nuevos patrones de comportamiento supuestamente más modernos, más “civilizados” y “universales”?
¿Será posible que los dueños de la trasnacionales y los grupos de poder económico locales enajenados comprendan que la población campesina es el resultado de milenios de interacción creativa, de dialogo con la naturaleza y que ha desarrollado una concepción holística totalizadora del mundo en que vivimos.
¿Que todo lo que existe está interrelacionado entre sí y por lo tanto cada hecho particular (Por ejemplo, el movimiento de 600 toneladas de tierra por día realizada por Yanacocha) repercute en lo social, en lo cultural, en lo económico y en lo ambiental y en otros hechos no menos negativos alterándose así el estado de la realidad concreta? ¿Qué en la cultura andina la naturaleza es concebida como un “animal”, por lo tanto ésta resulta sensible y domesticable y no como en la cultura occidental “civilizada” que es sólo un simple mecanismo, un recurso, un objeto insensible y desechable luego de ser usada?
El problema es que nunca hubo comprensión entre la agricultura y la minería. O mejor dicho la minería nunca comprendió a la agricultura. Las crónicas históricas señalan que allí donde se impuso la actividad minera hubo una serie de calamidades sociales: explotación despiadada al poblador nativo, enfermedades introducidas, tuberculosis, muerte en los socavones, etc.
Pero el mayor daño relacionado con la colonización y en particular con la actividad minera está la destrucción del sistema agropecuario andino: andenes, canales de regadío, desviación de ríos, ritos asociados a la agricultura, fueron dañados con el pretexto de imponer nuevas actividades y nuevos comportamientos al poblador andino. Finalmente, en la concepción andina el agua no tiene un rol independiente, pues ésta se maneja en función de la calidad de los suelos a irrigar, del clima reinante, de los cultivos, de las crianza asociada, de la fisiografía del terreno a regar, etc.
Se entiende y se procede bajo el principio de que el agua es uno de los muchos factores que interactúan entre sí para hacer posible la actividad agropecuaria. De lo que trata aquí, el poblador andino, es de cuidar el medio ambiente en su conjunto, donde el agua es sólo una parte del sistema pero el más importante. La evidencia histórica indica que en lo que hoy es territorio peruano la superficie agrícola fue mucho más extensa que en la actualidad. Así la seguridad alimentaría en el antiguo Perú estaba asegurada, pues se sabe que la producción se guardaba en grandes almacenes llamados tambos y que el agua, factor fundamental para el proceso agropecuario, era infaltable.
Por ejemplo, según el registro histórico, el valle de Tumbes comprendía una extensión irrigada que se estima en 100, 000 hectáreas, mientras que en la actualidad dicha extensión llega apenas a 10,000 mil. Y, esto es con auxilio de máquinas de bombeo, para elevar el agua desde los ríos a los canales y de éstos a las parcelas de cultivo. Hoy estamos evidentemente ante un grave problema, causado principalmente por la actividad minera: el deterioro de las fuentes hídricas (lagunas y manantiales), de infraestructura (canales antiguos de riego), contaminación de agua y suelos y ante la indiferencia e incapacidad de las autoridades gubernamentales para comprender el proceso de deterioro del sistema agropecuario, de la cultura andina y del poblador rural en concreto. .