Luego de observar en forma directa diferentes problemas derivados del nuevo modelo de extracción minera, llegué al municipio de Mazapil, al noroeste del estado de Zacatecas. Una zona semiárida localizada dentro del cinturón de plata del país, donde se manifiesta un capricho mineralógico que incluye oro, plata, cobre y zinc.
Desde los años 1540-1560, cuando tuvo sus primeros contactos con los colonizadores europeos, la región ha sido catalogada como una región de extracción de minerales de exportación. Por lo tanto, el saqueo y la destrucción del entorno natural no son fenómenos nuevos, tiene que ver con la colonización del poder económico y social, el ser y el saber; el control de los bienes naturales, el trabajo y los productos.
En la actualidad, las otrora prácticas coloniales siguen vigentes, aunque con ligeras permutaciones en la integración de los actores y las formas de sometimiento y dominación. Las relaciones de poder entre las grandes potencias económicas globales, la crisis sistémica y la guerra geoestratégica contra las comunidades depositarias de bienes naturales se han rearticulado en un nuevo contexto geopolítico. Uno que trae a colación el surgimiento de nuevos y complejos problemas en las comunidades afectadas.
Hasta 2013, Zacatecas tenía 2 mil 866 concesiones mineras, las cuales cubren 39.11 por ciento de la superficie estatal, distribuida en 17 regiones donde sobresale Mazapil. En total, hay 48 minas en actividad y 172 proyectos de exploración emprendidos por 96 diferentes empresas. Destacan el capital canadiense (First Majestic, Plata Panamericana, GoldCorp, Capstone Gold, Aranzazu Holding) y el nacional (Frisco, Peñoles y Grupo México).
El gobierno, en sus diferentes niveles, ha consolidado una política cuya agenda se basa en atraer inversión minera, ya sea extranjera o nacional, por medio de una retórica basada en el ecoeficientismo, el desarrollo sustentable, la industria limpia, empresas socialmente responsables, la minería verde y la justicia social.
Esta situación ha configurado conflictos entre algunas comunidades y empresas en Mazapil. Sobresalen Frisco y su disputa con las comunidades de Salaverna, Santaolaya, Majadas y Nuevo Peñasquito; así como Goldcorp en contra de Cedros, Cerro Gordo, Mesas, Palmas Grandes, Nuevo Peñasquito, El Vergel, San Tiburcio y más recientemente Matamoros, del municipio vecino de Melchor Ocampo.
Lleno de contradicciones, Frisco es la muestra de una empresa “socialmente responsable”, pero en realidad ejemplo de despojo, contaminación y desarticulación social. Un ejemplo de lo anterior es lo ocurrido en Noria de Ángeles, municipio ubicado al suroeste de Zacatecas, donde operó la mina Real de Ángeles entre 1982-1999. Lejos de traer el desarrollo o el progreso lo único que dejó fue un cráter del tamaño del estadio Azteca, Goldcorp es otra cara de la misma maldición.
Como fruto de la ofensiva extractiva se han identificado nuevas tensiones y conflictos al interior de las poblaciones locales. Por un lado, la doble explotación de los seres humanos y la naturaleza expresan el deterioro del metabolismo social y la preocupación de las poblaciones locales por sus territorios. Y por otro, las relaciones coloniales manifiestan un arraigo de esas poblaciones al trabajo minero, por años deificado como actividad principal dentro de su modo de vida.
El deterioro del metabolismo social generó el surgimiento de contrastes entre el arraigo minero y el despojo territorial, como los casos de Salaverna, Santaolaya y Majadas. En estos sitios, el arraigo minero tiene que ver con las prácticas y conductas de estas comunidades y expresa la dificultad de extirpar del imaginario social la noción de que la minería, incluso en el contexto actual, es la única vía para lograr el desarrollo. Lo anterior, relacionado principalmente a la gran carga histórica de esta actividad que deriva del colonialismo del poder, el ser y el saber.
Conforme se construye este escenario, chocan la nostalgia por el arrebato de su pueblo (construido a partir de identidades y creencias surgidas de la relación entre minería y el entorno rural), y el enajenamiento que surge del beneficio emanado de la extracción. No obstante, es importante mencionar que a pesar de las complejidades y las nuevas disputas que surgen al interior de las comunidades, éstas no permiten que se lleven todo y los despojen impune y totalmente.
Hasta el 2015 y después de muchos años en disputa, el conflicto que se vive en Salaverna sigue vivo. Esto hace que el intento por cambiar el uso de suelo (pasar la mina subterránea de Tayahua a una de tajo a cielo abierto para el beneficio de cobre a gran escala) no se concluya aún. No obstante que Frisco logró dividir y poner en contra a la comunidad, despojar y reubicar el 80 por ciento en un nuevo complejo habitacional, algunas familias siguen luchando y resistiendo, expresando que a pesar de las múltiples contradicciones, persisten la dignidad y la esperanza.
Las arenas sociales y en disputa que se viven en Mazapil son sumamente complejas. Y aunque presentan ciertas similitudes con las del resto del país, en realidad son muy diferentes. Se presentan incluso al interior del propio municipio y las comunidades involucradas en los diferentes conflictos.
El tema del arraigo minero es un gran ejemplo de ello. No es solo decir que debido a la situación de desempleo, pobreza, abandono estatal y crisis en general, la población opta por la minería. Para entender este comportamiento es necesario involucrarnos con los actores y tratar de vivir lo que ellos experimentan y sienten en la cotidianidad.
En el caso de Peñasquito, proyecto que involucra relación con cuatro ejidos: Cedros, El Vergel, Cerro Gordo y Mazapil, y con tres comunidades anexas al ejido Cedros (Mesas, Nuevo Peñasquito y Palmas Grandes) se presentan situaciones que van más allá de la reproducción de la vida y los acuerdos incumplidos por parte de Goldcorp. Se han identificado problemas mucho más complejos al interior de los ejidos y las comunidades.
Estos problemas tienen que ver con la variedad de intereses que surgen entre los actores locales y la desbalanceada relación entre quienes logran obtener beneficios del trabajo en la mina y la renta de las tierras; los que no trabajan en la mina pero obtienen renta; y la contraparte de los que no son ejidatarios pero pertenecen a las comunidades y no tienen ni trabajo ni beneficio de las rentas. Aunque sean ellos mismos quienes reciben los impactos directos de la contaminación de suelos, agua y aire, así como el encarecimiento de la vida y una exclusión social generalizada.
Son problemas que muestran que cada conflicto construye su propia especificidad y las causas de los conflictos no son las mismas. A pesar de que el escenario sea el mismo, el contexto casi siempre difiere. Por ello es importante situar las disputas en tiempos y espacios definidos. San Tiburcio (Camino Rojo) y Noche Buena (mina ubicada a unos kilómetros de Peñasquito) también pertenecen a Goldcorp. Y aunque las comunidades afectadas tienen problemas similares a los vividos en relación a Peñasquito, sus demandas son diferentes.
En suma, este recorrido muestra el drama social que se vive en Mazapil fruto de la guerra geoestratégica y la nueva geopolítica a nivel global. En medio de las ofensivas y conflictos de Peñasquito, Camino Rojo, Noche Buena (Goldcorp) y Tayahua (Salaverna) ha habido respuesta de los actores locales. Son estos los que, con base en su contexto específico, han aprendido a tejer una resistencia única en medio de sus contradicciones y en base a conocimientos propios.
Los procesos de resistencia están vivos y requieren análisis y reflexión de fondo. Es importante voltear al diálogo de saberes y tratar de construir puentes de esperanza en relación a los actores. Donde podamos pensarlos, entenderlos y repensarnos desde otra posición para generar juntos alternativas más creativas. Un campo de estudio que puede servir de mucho es el de la ecología política latinoamericana, así como los estudios del pluriverso y la posibilidad de lograr una activación política de la relacionalidad, con una noción ontológica que rompa las dualidades.
El objetivo será potencializar la dignidad en la resistencia de estos actores que reflejan esperanza, haciendo un llamado a deconstruir las acciones del desarrollo mediante el uso de una lógica que involucre la interacción con el otro. Para ello es necesario seguir caminando y conversando, más de lo que lo hemos hecho hasta ahora.