Entre los días 28 y 30 de junio se realizó un encuentro que agrupó a mujeres del norte, centro y sur del país, con el propósito de reflexionar e intercambiar visiones, sensaciones e ideas sobre el rol de lo femenino en las experiencias de defensa territorial que se desarrollan en Chile. Esto, en miras a promover el empoderamiento de códigos, intuiciones y aportes que surgen desde las mujeres y que no son suficientemente considerados en los modos de operar reproducidos en la cultura patriarcal que atraviesa nuestra propia formación, nuestras organizaciones, nuestros contextos y la estructura valórica del país.
La iniciativa fue impulsada por el Observatorio Latinoamericano de Conflictos Ambientales OLCA, luego de constatar que son precisamente las mujeres las más presentes en las luchas socioambientales, pero que los espacios de decisión y las vocerías suelen ser más ocupadas por visiones masculinas.
Definir los temas que trataríamos y sobre todo los modos en los que los abordaríamos resultó una tarea nada de sencilla, pero lo solucionamos abriendo la discusión entre amigas que llevan tiempo en el camino común, y nos desafiamos a hacer un encuentro lleno de espacios de vivencia, donde defendiéramos la intuición medio extinta de tanto desprecio ajeno y propio.
En esa lógica, se terminó dibujando un programa con las siguientes actividades centrales:
“La luna nos va faltando”
Con la luna menguante como escenario, hicimos un círculo de presentación para encontrarnos, conocernos, conectarnos entre nosotras, pero también con nuestra memoria, con nuestras antepasadas y antepasados, con lo que dejamos en casa, con nuestras comunidades, con los motores de nuestra lucha, con las razones del por qué estar ahí todas juntas.
“La Defensa de la intuición”
Mediante un juego de tarjetas nos dimos a la tarea de recorrer y compartir las dinámicas de nuestras organizaciones, cuánto nos identifican, cómo nos sentimos frente a ellas, y luego hicimos una puesta en común con una pequeña representación por grupo, a partir de una situación ideada por el grupo vecino. Nos reímos muchísimo, con esa risa fresca que reconoce en lo actuado un espejo desafiante y contenedor.
“Los sentidos del cuerpo”
Una de las asistentes, nos guió en una meditación individual y grupal para conectarnos con el territorio primero que somos, el cuerpo, haciendo especial hincapié en nuestros sentidos. Luego, llenas de emoción por la potencia de la caricia y el abrazo gratuito y sin juicio, nos abrimos a un trabajo grupal, en que cada quien elegía a qué grupo meterse, para trabajar en torno a los órganos de los sentidos, con preguntas gatilladoras que nos ayudaron a problematizar en torno a cómo mira, palpa, huele, saborea, oye y vibra el femenino. La puesta en común de esta actividad consistió en presentar al todas consejos prácticos para cuidar el sentido que orientó el trabajo de cada grupo.
“Compartir lo que somos”
Voluntariamente y a medida que nos nacía, fuimos en un círculo íntimo, compartiendo pequeños secretos que han sido significativos para nuestras vidas y que pensamos podían iluminar la vida de las demás.
“Efecto dominó”
Construimos un dominó reflexionando en torno a nuestras fortalezas y debilidades en el proceso colectivo, y buscando nutrir con las exploraciones que hemos hecho de nuestro femenino, a las dinámicas de nuestros territorios y organizaciones.
En el cierre decidimos que más que nada, lo que nos interesaba era recoger las claves que rescatábamos de las diversas vivencias, en miras a ir construyendo una pertenencia valórica que hiciera respirar en compañía a nuestro femenino, independientemente si estábamos juntas o cada cual en su territorio.
De este cierre surgieron cuestiones como que hay una gran red que nos contiene y que contenemos, en la cual no importa el tamaño de mi aporte, el solo hecho de hacerlo ya lo vuelve imprescindible y significativo. Se rescató la noción de que no hay fracaso si hay aprendizaje, la importancia de rescatar la memoria afectiva y validarla. Acordamos impulsar más espacios de risa y de juego, porque nos liberan, nos encuentran, nos hacen bien.
Dimensionamos y vivenciamos juntas la fuerza de ser mujeres, por tanto, nos animamos a perder el miedo y a des-aprender las verdades incuestionables de la cultura patriarcal que muchas veces re producimos de manera inconsciente, deshabitando nuestro femenino. Aprendimos a oír nuestros cuerpos y los otros cuerpos y asumir el agua que somos.
Aprendimos que la resistencia es cotidiana, y que necesitamos reivindicar los tiempos y los espacios para la afectividad, para querernos, entendiendo que el compartir y el trabajar en equipo es parte del proceso de sanación del individualismo patológico que vivimos. Descubrimos también que nos resultó super importante pararnos desde la vivencia y no desde el juicio, es decir abrir espacios de acción conjunta, más que de solo discusión.
Por último, concluimos que hay muchas características del femenino, como la dispersión, la emocionalidad, la intuición, la apertura, que han sido sumamente castigadas y que muchas veces nosotras mismas hemos terminado considerando como lastres que dificultan el camino. Sin embargo, descubrimos que esas características son nuestro mejor aporte, abren nuevas dimensiones, permiten otras conexiones y simplemente reencantan el cotidiano comunitario.