Cananea, Son.- El Alameda es un hotel para dormir vestido. La calefacción no funciona y las alfombras no se cambian hace décadas. Tiene, eso sí, salas de estar en cada piso. Algunos sillones donde un grupo de nuevos trabajadores se reúne alrededor de una laptop: las palabras «Internet» y «Facebook» se cuelan en el fluido zapoteco.
“Somos de Matías Romero, de mi pueblo venimos cinco. Apenas 15 días. No nos han pagado, pero prometen buen sueldo. Aquí mismo, en el hotel, comemos con unos tickets”, cuenta uno de los trabajadores cuando se le interrumpe.
Los zapotecos del hotel son privilegiados, aunque meten seis en cada cuarto. Antiguas bodegas de negocios fracasados –muchos perecieron con el cierre de la mina– son ahora «viviendas» para trabajadores fuereños. Como son insuficientes, las empresas contratistas también han levantado cuartos de lámina, donde caben entre 60 y 80. Como la compañía Tierra Caliente, que en una de sus bodegas tiene siete regaderas, ocho letrinas y colchonetas.
«Ahí los tienen tirados en el piso. Esos galerones son el verdadero contraste con las ganancias del Grupo México», dice Carmen Figueroa, una hija y esposa de mineros que atesora los tiempos en los cuales, en la escuela primaria de Cananea, les contaban la historia de «nuestros mártires» (los mineros asesinados en la huelga de 1906) y, sobre todo, los días en que, cargando la lonchera, despedía a su padre en la puerta principal de la mina. «La puerta uno la tienen bloqueada desde hace tres años, igual que la tres, con la que cerraron parte del pueblo».
En las cercanías de la puerta uno de los muchos comercios que se veían cerrados o trabajando a medias hace tres años siguen igual.
Otro es el pueblo que Grupo México pinta a sus accionistas: en Cananea se está desarrollando “un proyecto de crecimiento industrial, urbano y comunitario sin precedentes; que tendrá un impacto económico, social, de seguridad y medioambiental en la comunidad para transformarla en un polo industrial sustentable… un desarrollo con sentido de crecimiento”.
«Por lo menos compran un jabón»
El alcalde Francisco Tarazón tiene menos de un año en el cargo. Su antecesor, el priísta Reginaldo Moreno, fue recientemente inhabilitado por 10 años debido a diversas corruptelas. A Moreno le correspondió recibir de Grupo México las primeras «ayudas»: «algunas pavimentaciones y apoyos para escuelas». También una velaria en el auditorio del Instituto Tecnológico (en un anuncio espectacular, la empresa minera se adjudica los logros académicos de los alumnos).
Muchos cananenses se quejan de que los apoyos prometidos tras la irrupción policiaca en la mina no se cumplieron: la carretera de cuatro carriles que avanza a paso de tortuga y los créditos para pequeñas empresas, por ejemplo.
El alcalde sale al paso: «La función de Grupo México no es el apoyo comunitario, es una empresa y su función es extraer cobre».
Finaliza con un elogio a la minera por su apoyo al «desarrollo sustentable». Recientemente, él fue invitado a inaugurar un criadero de guajolotes salvajes. ¿Dónde está? «Allá adentro, en sus instalaciones».
La llegada de miles de trabajadores de fuera, admite el presidente municipal, ha provocado problemas adicionales a su administración. «Sobre todo en algunos lugares donde el drenaje es insuficiente, donde tenemos más basura; y también que tenemos que hacer más patrullajes».
El alcalde sabe, además, que la mayor parte de los ingresos de los nuevos trabajadores no se queda en Cananea. Ellos mandan remesas a Oaxaca, Puebla, Tlaxcala y otras entidades donde las empresas contratistas reclutan sobre todo albañiles para las obras de ampliación de la mina.
«Por lo menos comen aquí, y compran un jabón para bañarse», se consuela el alcalde.
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El corporativo del que forma parte la mina de Cananea tuvo, en 2012, ganancias por mil 934.6 millones de dólares, inferiores a los 2 mil 336.4 millones de 2011, debido a la baja en los precios de los metales. El 80 por ciento de las ventas de la división minería de Grupo México proviene del cobre.
«Les sigue doliendo que no nos tienen bajo su control»
Los mineros Baudelio García y Clemente Félix Lara hablan en un recorrido para mirar la mina desde otros ángulos.
«A los accidentados los sacan de aquí para que no se sepa. Es fácil culpar al trabajador, para no tener que asumir la responsabilidad por los equipos deteriorados, dañados. Ahí a veces ni siquiera dejan entrar al director de protección civil del municipio. Como cuando se volcó una camioneta de la Policía Federal. Ahí murió un agente que cayó en las aguas ácidas. Y eso fue por falta de mantenimiento en el bordo de la represa». (La versión oficial indica que en el accidente, ocurrido en octubre de 2010, falleció un trabajador y varios más resultaron con lesiones.)
Con 16 años de antigüedad en la mina, aretes en orejas y labio, Baudelio refiere uno de los «daños colaterales» del conflicto: «Sacaron a mi hijo de la escuela. Hasta ahí, en la primaria, llegaron a poner granaderos».
Unos 40 hijos de mineros cursaban la educación primaria en el Instituto Minerva, considerado la mejor escuela del lugar, a la cual también acudían los hijos de empleados de confianza.
Cuenta Baudelio: “Los fueron echando poco a poco. Los exhibían a la hora de pagar la colegiatura, les retenían la documentación… A la abanderada no le dieron la bandera por ser hija de un huelguista”.
A lo lejos o desde algunos de los miradores, Cananea parece un conjunto de casitas de juguete pegadas a la enorme mina, un complejo de construcciones de metal, de depósitos de agua ácida, por el que circula un hormiguero de vehículos. Los enormes cerros rebanados dominan el paisaje igual que la empresa minera pretende, dicen los trabajadores en resistencia, controlar todo en la ciudad. Hasta las fiestas.
La banda de guerra de la sección 65 del sindicato minero quiso participar en el desfile que se realiza durante la Feria del Cobre. El comité organizador, donde manda la empresa, se lo ha impedido.
«Les sigue doliendo que no nos tiene bajo su control, viviendo como en un campo de concentración, como en otros lugares donde tienen a los trabajadores bajo sus condiciones y sus reglas», dice Baudelio.
El miedo y las promesas
Muchos habitantes de esta población se resisten a hablar del conflicto de la mina, pese al tiempo transcurrido de la supuesta solución final. «La gente está muy miedosa», escribe desde el extranjero un nativo de Cananea a quien se pidió un contacto.
«Claro, la gente no opina porque tiene miedo de que no la dejen volver a trabajar ahí», confirma Carmen.
La amenaza de nunca ser recontratado, o de serlo sólo para enfrentar el despido poco después es, según Figueroa, una constante en la vida de muchos cananenses.
Va de la mano de la división causada por el conflicto laboral. «Todavía hay gente que nos culpa», reconoce Victoriano Carrillo, sabedor de que parte de la población echaba en cara a los dirigentes del sindicato el haber emprendido una huelga «sin sentido» que causó un desastre económico general.
El minero retirado Ernesto Molina Álvarez lo mira de otro modo: «Sí, hubo comerciantes que culpaban al sindicato. Pero todavía hoy les preguntamos cuándo ha cruzado la puerta de su negocio alguien de la empresa. No, los que sosteníamos la economía éramos los mineros. La culpa es de los abusos de Grupo México».
El gobierno y la empresa anunciaron inversiones millonarias en Cananea, la mayor parte destinada a «reconstruir» las instalaciones y ampliar la extracción de mineral. Tales inversiones saltan a la vista si se miran el constante trajín de vehículos que entran y salen de la mina, los hoteles a tope y los casinos que abrieron sus puertas, mientras el hospital sigue en construcción.
«Cómo puede haber un pueblo en auge con sus habitantes pobres. Hay lana, sí, pero sólo para el empresario», dice Sergio Tolano.
Los mineros sostienen que los beneficios para los habitantes de Cananea son escasos. Hablan, por ejemplo, de la promesa de créditos para pequeñas empresas y la oferta de que la compañía minera compraría sus insumos a comerciantes locales.
«Hicieron un llamado Grupo Encuentro, que nada más se dedicó a recoger latas vacías», asegura Carmen. Y continúa: “Algunos comerciantes se la creyeron y se surtieron de mercancía… todavía la tienen. Una burla”.
Para Carmen Figueroa, los mineros que resisten son la «gente de calidad» de Cananea. «Son los fuertes, los veo todavía de pie, en sus guardias. Gente que tiene esperanzas de algún día volver a trabajar en la mina. Claro, si hay alguien que le recuerde a los empresarios que ellos sólo tienen la concesión, que no son dueños de las conciencias ni de las personas. Cananea quiere la mina sin el Grupo México, porque cuando ese grupo vino, hagan de cuenta que llegó el demonio».