Sin contratiempos, JDC Minerales abandonó este jueves Tlamanca. “Como ustedes lo ordenaron”, dijo uno de sus funcionarios. Y los chinos cumplieron.
A las cuatro en punto de la tarde las autoridades de esta comunidad acudieron con su formalidad campesina y tocaron la puerta de las instalaciones de la mina La Lupe, al fondo de la cañada y al lado de uno de los tres manantiales que abastecen de agua a la comunidad. No encontraron respuesta y así lo asentaron en el acta. Luego me dirán: “Sí, desalojaron todo, a las 4, durante toda la noche y el día, a como se acordó, todo sacaron, la excavadora, todo, desmantelaron la estructura metálica, quitaron montenes, láminas, todo, sus maletas. Ya se retiraron del pueblo, los últimos carros como a las tres. Se levantó acta, las autoridades tocamos a la puerta, no salió nadie, se tomó la fotografía y se levantó el acta. La tele Azteca fue testigo”.
No tuvieron los campesinos que abrir zanjas ni montar cadenas para impedir el paso. En silencio los vieron irse.
Así resolvió la comunidad de Zautla el conflicto provocado por el proyecto minero. Los municipios vecinos de Tetela e Ixtacamaxtitlán mantienen los suyos. Y supongo que la gente mirará hacia Zautla para tratar de entender lo que ahí paso. Y no es sencillo. Yo trato de recuperar escenas vividas el miércoles en esa jornada de peregrinos antimineros.
Miércoles 21 a mediodía. Estamos en las instalaciones de lo que los chinos planean será la planta de explotación de la mina La Lupe. Estamos en la explanada que ha hecho la empresa frente a las bocaminas, que están sobre la ladera del cerro, unos treinta o cuarenta metros más arriba. En un costado, se levanta el armazón de lo que será una bodega, con siete postes por lado, de unos 150 metros cuadrados. Los campesinos han tomado la plaza, y dialogan tranquilamente con unos silenciosos chinos que los miran sonrientes y murmuran en chino entre ellos. Eso ocurrirá toda la mañana, chinos sonrientes con voces ásperas, agudas, destempladas como única respuesta. Primero la ironía campesina, y viene de un hombre con camisa de franela: “Les agradecemos que nos hayan hecho un centro turístico, no sabemos qué van a hacer, si unas cabañas para disfrutar de este panorama de la vegetación, unas albercas. Muy agradecidos en ese sentido, pero de explotación de minas, nada, no hay permiso de parte de la ciudadanía, somos el pueblo el que decide.”
“Mexicanos, todo esto es de mexicanos –dice el hombre de la gorra amarilla, y con su mano derecha abarca todo la cañada–. Esto es Zautla”
Los dos llevarán una larga conversación con quien se deje de los chinos. Y terminarán por llevarlos en bola a la asamblea que los expulsará de Tlamanca más tarde. Pero por lo pronto encuentran un sonriente y bien humorado interlocutor. Es el Señor Chiu, el mayor en edad de entre todos los chinos, quien se decide a parlamentar. Está enfundado en una camisola azul con el logo de JDC Minerales a la altura del corazón. Canoso, escaso de pelo, con antejuelos, podría tener mi edad cincuentona.
“Amigo –dice, y su mano se desliza en el aire como la de un director de orquesta–, ahorita, juntos los país, toda gente, un intercambio de negocio…”
“No, no”, le interrumpen los otros. Y argumentan: “Yo voy a Estados Unidos y no me aceptan…”
“¿No?”, y no puede creerlo, su cuerpo se balancea, sus manos las lleva al corazón. Y sigue: “Eso era antes. Ahorita estamos haciendo negocio. Ahorita mucho mexicano en fábrica grande, mucho negocio para China, por eso ahorita mucha gente China aquí regresa, aquí negocio, igual amigo, sí…”
“No, no”, insisten los mexicanos. Van y vienen nos y sis, ey ey ey y caravanas del chino y sonrisas de sus mudos colegas.
Y el Señor Chiu se sostiene: “Sí, mucho amigo negocio china…”
Pero el campesino responde: “El negocio es para ti.”
“No, no, no, el negocio es para todos”, dice el Señor Chiu.
Ahora el mexicano de la gorrita: “Amigo, reconozco de China su inteligencia, pero no meter su mercado más a México, ¿por qué nosotros qué vamos a hacer?”.
El Señor Chiu no deja de moverse, intenta responder, pero ataca el de la franela: “Porque tú te llevas todo el oro a China, y a nosotros cuánto nos cuesta un anillo…”
El Señor Chiu se voltea con sus chinos, garraspea…
“Es muy caro un anillo acá en México, es muy caro esto”, sigue el dela franela, y señala en su cuello una cadena.
“No, no no –sigue el chino, y ahora extiende los dos brazos hacia la montaña–, esos todo arriba, esa montaña, todo pagar…”
“No, no, no –ahora niegan los mexicanos–. ¿Quién es su patrón? ¿Carlos Slim?”
“¿Patrón? –se interroga el Señor Chiu–, patrón mexicano, no chino…”
“¿Carlos Slim?”
El Señor Chiu ahora sí se le queda viendo al cuestionador, no gesticula por un instante, me pregunto si pensará que es una broma.
“¿El presidente de la república? ¿Felipe Calderón?”
¿Es una broma?, me pregunto yo.
No, el Señor Chiu no piensa que sea broma:
“Felipe Calderón ahorita va abajo –dice, y acompaña su voz con el movimiento de su mano derecha que apunta a la tierra–, poquito tiempo.”
“Por eso dejó vendido todo”, remata el de la gorra amarilla. “Vendió las tierras mexicanas, pero aquí los mexicanos somos nosotros, somos el pueblo, no el presidente”
“Este patrimonio es México, es nuestro, no del presidente”
El Señor Chiu no puede estar más de acuerdo, a juzgar por los asentimientos de su cuerpo, que contonea de arriba abajo:
“Sí, lo sabe, es México, pero en China mucho dinero va a montaña –y la señala, todos los ojos van a ella y regresan con él, pero ya provocó a los gallos.
“No, no, no…
Y así siguen, en un intercambio que a ratos se entiende y a ratos es una pantomima. Les dice de repente el chino Chiu: “Amigos, hora de la comida en sus casas”, y mira su reloj, y los otros en lo suyo:
“No más chinos”, afirma el de la franela, y señala el suelo en el que está parado el Señor Chiu.
“México, de turistas, okey”, respalda su compañero de la gorrita.
“Socios, socios”, se recupera el Señor Chiu.
“De trabajo, nada”, sigue el otro.
“Amigo, por favor, ¿qué pasó?, yo no patrón…”
“Yo llego a China, ¿a poco me van a dar trabajo?”
“¿Y quien es tu patrón?
“Patrón mexicano. no chino”, insiste el Señor Chiu.
“¿Quién es?”.
“Ah, yo no sé, yo poquito español casi nada, no entiende.”
“Aquí tu patrón necesita el permiso de la ciudadanía.”
“Cómo se llamas tú?”, pregunta el Señor Chiu.
“Y por qué quieres saber mi nombre?”
“Yo trabajo para ti, ey, pásale amigo…”
Nueva oleada de nos. Y de ey del Señor Chiu.
Y luego el arrebato del campesino de la franela: “¡Fuera chinos!”
“No, no, amigos, qué pasó.”
“Tú amigos por el dinero”, y hace la mueca con la mano el de la franela.
“¿Dinero?. Nada de nada”, dice el Señor Chiu, y se apalea el trasero.
Y un nuevo intento de cortar el diálogo: tiempo, por favor, amigos, dice.
Y el de la gorrita que ya lo quiere llevar a la asamblea. Se dirige a todos los que rodean la conversación: “No podemos tratar con ellos nada si no van a bajar a dialogar al evento, no podemos hacer nada”.
Luego, lo impensable. Un campesino que ha ido al otro lado:
“¿You want the comunication in that side del pueblo?”
Este habla inglés, me digo, pero el chino no se inmuta. El de la franela se anima y lo intenta en italiano:
“Sí capiche…”
You spik inglish, dice el de la gorra amarilla.
No, nada de nada… La respuesta inmutable del chino.
Parece que los mexicanos se rinden. Sigo yo. El Señor Chiu es todo sonrisas y expresión corporal, entiendo de verdad mucho más lo que dicen sus manos. Lo he visto sonreír en todo momento, no ha perdido en un momento el ánimo. Sé que habla trompicado, pero que entiende perfectamente. Y sin embargo, no lograré cruzar esta verdadera muralla china.
“¿Cuál es su cargo aquí”, le pregunto al Señor Chiu.
“Yo poquito español, casi nada, por eso yo igual trabaja…”, me dice.
“¿Cuál es su trabajo?’”
“Yo aquí trabajo todo… qué… soldado”, dice y arma una pistola con su mano derecha y dispara al viento…
Ah, soldador. Asiente, soldado, soldado, me dice. E insiste, yo no sabe, poquito español. Y de su jefe, lo mismo, no sabe, ahorita aquí jefe no, no jefe aquí. Ah no entiende yo, español poquito poquito. No lo voy a sacar de ahí. Casi nada, y se ríe. Y yo mientras pienso, ¿qué pensaron sus jefes que sería esto? ¿Un paseo por la cañada de Tlamanca? Su patrón es Dejun Liu Wang, nacionalizado mexicano, asociado con una corporación de la industria de energía china que invierte en su empresa. ¿Qué tanto le importa este Señor Chiu. ¿De dónde viene este hombre? ¿Qué lo trajo al otro lado del mundo? ¿A dónde ira mañana que trepe su maleta a una camioneta y abandone estas cañadas?
Por fin algo: “Antes yo negocio aquí, Culiacánte Sinaloa, yo poquito aquí yo, una semana yo aquí, por eso yo no sabe quién es patrón aquí… patrón más o menos mexicano, cómo se llama, no sabe, ¿quién me paga?, ah no sé yo, un mes pagar ahorita no sé yo, ¿mi nombre?, ah, ¿yo? Chu Je Pin, Chiu, amigo Chiu, Señor Chiu… ¿Okey?”
Ya no hablaré más a este minero. Lo veré caminar hacia el pueblo rodeado por los zaautleños que lo llevan a la asamblea. Intentará escurrirse dos veces por las veredas. No lo dejarán. Lo encontraré más tarde, sentado muy plácido en un promontorio de tierra en la asamblea. Lo veré después muy serio, cerca de sus compañeros más jóvenes. Estoy seguro que entiende que han echado de esta tierra a su empresa.
Ahora estoy en la asamblea, cerca de las tres de la tarde, en el campo de futbol que han enlonado entero para cobijar a los miles de zautleños que han llegado desde las 31 comunidades en apoyo de Tlamanca. En una hora echarán a los chinos de su territorio. Pero ahora escucho atento a dos hermanos, Él es un hombre que vió trabajar la mina La Lupe hace setenta años. Su hermana relatará su trato con los chinos. Los dos dan cuenta de un mundo añejo, al que no supieron mirar los chinos con su “poquito español”, diría el Señor Chiu.
“La gente dice ´no contamina nada´ –dice el señor Rivera–, cómo no… Yo de chiquillo… porque esos mineros vienen por etapas… en el año 1945 taba yo chiquillo y trabajé yo en la mina, era yo lonchero, ese tiempo trabajábamos adentro a barreno… y el manantial se llama Nealtican de allá arriba, se había anegado años y ai están por testigos los señores de edad, lo vieron que ya no había agua, a nosotros nos mandaban de niños, llenábamos cántaros con cubetas, y gracias a dios ese tiempo cuando dejaron de trabajar los mineros y ya no hubo truenos adentro del cerro empezó a manar el agua, hasta ahora está transpirando, gracias a dios, por eso yo soy testigo. Y ya les comenté, me invadieron sesenta metros de largo y quince de ancho, sin permiso de ella mi hermana. Ya empezaron a comprar terrenos, qué va a pasar de aquí a diez años, ya van a ser dueños de muchas propiedades, por eso gracias a dios decimos no a la mina”.
La seguridad con la que la señora Ramona Rivera se dirige a la asamblea me hace pensar en su encuentro con los chinos. Y en por qué se fueron corriendo. Y por qué ni los empresarios mineros, mexicanos o chinos, se estrellan contra la profundidad del mundo rural de México:
“Buenas tardes señores de comunidades, yo quiero comentar algunas palabras, yo mandé una chamaca vaya a ver un poco de frijol que ta tapado y un poco de avena, y ya a poco llegó y dice, subamos, vamos a ver allí en su propiedad, ya hicieron un cuadro qué cosa como que iba a ser piso. Y de ai le digo pus vamos, vino a mi casa, me vino a ver, llegamos, y ahí está amontonado arena y grava, y ya está alambrado cada lado, ya yo no pasé, no, ya todo está cerrado, le digo, u hora, vamos a la casa, vamos a decir mi hermano, le digo entonces sí, era cierto, ya van a ser sus casas porque ya está el cuadro, le digo pus vamos, me vine a mi casa, lo vino a ver mi hermano que allí cerca vive, como le digo, ya van a hacer casa, dice pus voy mañana, cómo vamos a verlo, y ya fuimos y pus ai estaban, le digo pus ai me sigues tú y una chamaca, le digo, yo voy yendo, agarro pues mi rebozo, esa hora ya viene jalando con un coche ese que hace revoltura, y ya van a hacer, ya muchos chinos taban ya dentro del alambrado, pero yo no tuve miedo, me paré así y le digo ya quién les dio orden porque van a hacer qué cosas su casa, quién les dio permiso.
Me contestó un muchacho como de dieciocho años, dice, no, nosotros ya sabemos ya lo vendiste, le digo cuándo lo vieron el dinero, me ven que soy señora, pero no me van a engañar, yo me puedo mantener (griterío, algarabía, vítores de la multitud), yo vender terrenos, no vende cualquiera, y aunque tenga no se vende.
Me contestó un chino y ya me estaban hablando ya me estaban hablando, pero yo no le entendía yo, un chino en español me estaba contestando, me dice vamos a hacer la casa y después te vamos a pagar la renta, le digo yo no soy limosnera, me ven que soy soltera pero todavía me puedo mantener (nueva gritería y vítores) , y luego yo queriendo entrar pero estaba el alambrado, pero después llegó mi hermano, le digo vamos a entrar, a esa hora ya los chinos ya salieron, ya agarraron pa bajo…
Ya vi un chino, yo no les tengo miedo, hombres chinos, yo no les tengo miedo… (griterío) Me taparon, taba tapando avena, frijol, alberjón, ya todo quedó tapado y la piedra amontonado allá… Con el favor de dios yo no tuve miedo, me arrimé, a quién sabe qué es lo que dijeron, pero yo no le entendí el idioma, pero un chino salió le digo yo les voy a romper sus…, pero taba alambrado, quisiera yo brincar, porque no me espantaron nada, les digo quién les dio permiso, dicen ya tenemos permiso, le digo pero quién les dio, los trabajadores, ya se arrimó un señor de aquí mismo de comunidad, vive por ai, ya se arrimó, le dice mi hermano, porque él me defiende porque es mi hermano, porque ya me ven que estoy sola, pero no de a tiro soy sola, tengo familiares, les digo los trabajadores son pobres de aquí del rincón, les digo muchachos flojos, no pueden ir por allá, tuviera yo treinta años, treinta y cinco yo me aventaba el cercado sin hijos, pero ustedes muchachos flojos, yo les grité, me dicen señor, me dicen, el señor se llama Adrián ah, le digo, andaba asté llevando gente, por qué no lo lleva su casa, y hora tienen mucha piedra amontonado, ora tienen que tapar, me cortaron todo, unos magueyes, me taparon mis siembras, allá arriba, todo taparon, mi alberjón, ledigo, mi van a pagar… les digo, no me van a apantallar, porque no les tuve miedo, hasta voy en las tardes…”
(Continuará con tercera parte)