Ecuador

SEGUN EL PRESIDENTE, SEREMOS PAIS MINERO

Por Roberto Aguilar
(Tomado de EL COMERCIO, pág. 27, Sábado 29 de marzo de 2008=

El presidente Correa ya nos contó nuestro futuro: seremos un país minero.

El oro, la plata y el cobre fluirán a raudales de nuestros yacimientos, los mayores del mundo, y harán del Ecuador una nación próspera y boyante. Saldremos del subdesarrollo y nos volveremos ricos.

Las apartadas comunidades productoras serán las primeras beneficiarias de esos recursos. Podemos imaginar pueblitos adorables, limpios, dotados de todo servicio y poblados por mineros sanos, bien alimentados, longevos y felices, en un ambiente natural inmaculado y puro gracias a la conciencia ambiental y social de las compañías mineras y el Estado. Hasta los bosques primarios volverán a surgir (sic) ahí donde hasta poco antes funcionaban las minas a cielo abierto. Claro que también hay otras posibilidades.

A los autores de ciencia ficción les tocará imaginar la cara opuesta de la moneda: los huecos inmundos, polvorientos y peligrosos donde miserables mineros hacinados serán capaces de matar y morir por una pepita.

Bosques arrasados, ríos secos, campos abandonados, ciudades tugurizadas, alimentos escasos y caros por falta de quien los produzca. En fin, la ciencia ficción suele ser pródiga en visiones negras y escasa esperanza. Ambas versiones, la optimista y la pesimista, tiene una cosa en común: son ficciones. Lo más probable es que la realidad se encuentre en un punto intermedio entre las dos.
¿Dónde? Eso depende de las preguntas que empecemos a plantearnos desde ahora en torno a nuestro futuro minero. En un país que prefiere exportar cacao que chocolates y petróleo en lugar de gasolina, en un país que prefiere comerse veinte hectáreas de bosque amazónico para comerciar tablones en lugar de talar un cedro por hectárea y fabricar muebles finos que se venderían por el mismo precio, en un país así, digo, la explotación minera parece la más adecuada para el talante nacional. Extracción a gran escala y exportación de materia prima.

Nada más cómodo.
El Ecuador, por fin, obtuvo lo que buscó durante tanto tiempo: encontró un tesoro escondido, se sacó la lotería. Nos lo merecíamos, ¿verdad? Galo Chiriboga, ministro de Energía, explicó que las minas sustituirán al petróleo en la economía nacional.

Si no me equivoco, eso significa que la necesidad de diversificar la producción, la urgencia por desarrollar fuentes de energía renovable y limpia, todas aquellas cosas que parecían tan apremiantes ante la posibilidad cierta de que las reservas petroleras llegaran a agotarse, todo eso ha quedado postergado de manera indefinida. Otra vez podemos echarnos a dormir tranquilamente, con la certeza de tener solucionadas nuestras vidas gracias a la provechosa exportación de un producto único.

Como siempre ha sido. Hoy, nuestra aventura minera empieza con las mismas ilusiones con que arrancó nuestro sueño petrolero hace 40 años. Y precisa de un modelo de Estado similar. Grande, interventor, repartidor de rentas, capaz de mantener contentas a todas sus clientelas. Miren por dónde el fantasma del modelo “nacionalista revolucionario” de la dictadura militar del año 70 viene a planear sobre el horizonte político de la “revolución ciudadana” del siglo XXI. ¿Es ese el Ecuador que queremos para el futuro? ¿Se está planteando el Gobierno esta pregunta? Y algo más: ¿se está planteando los temas sociales relacionados con la minería? Por ejemplo: ¿de dónde va a salir la mano de obra necesaria para la explotación de los metales? ¿Del campo? ¿De dónde sino? ¿Se incentivará en el Ecuador una nueva migración interna, esta vez desde las zonas agrícolas a las mineras, para mantener la producción en alto? ¿Hemos de convertirnos en importadores de alimentos?

Treinta años de políticas rentistas construidas sobre los fondos del petróleo nos han legado el Ecuador que hoy tenemos: un país fragmentado donde la brecha entre ricos y pobres se mide en escala africana; un país donde la única alternativa frente al desempleo, para millones, es el trabajo indigno, la precariedad laboral, la explotación directa; un país de familias rotas, donde una buena cuarta parte de los habitantes eligió el exilio. Pues bien: ahí vamos de nuevo.