La razón original para que se asentaran aquí los primeros llegados de más allá del Atlántico, hace casi medio milenio, fue sin duda la riqueza que encontraron en nuestro subsuelo, y a explotarla dedicaron su vida y su obra. Muestra de ello son las magníficas construcciones de la ciudad capital (y otras ciudades mineras), y la gran cantidad de oro y plata que se enviaron desde entonces a España, por ejemplo.
Pero como en casi todas las industrias, la explotación de las minas trae consigo (sobre todo cuando no se cuenta con la mejor tecnología) todo un catálogo de consecuencias tanto para el medio ambiente como para la salud de los habitantes de esos lugares. Y ahora los más recientes estudios al respecto nos ponen los pelos de punta.